EL GOZO DE SER CREYENTE
(DOMINGO XVII. T.O. Ciclo A)
24 julio 2005
"En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: El Reino de los Cielos se parece a un tesoro
escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder, y, lleno de
alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo..." (Mt 13,44-54)
Todo Depende de la convicción. Es decir, de que uno, valorando, esté convencido
de que una cosa vale más que otra. Cuando esa convicción nos alcanza, no
tenemos inconveniente en dejar lo menos valioso. Si no llegamos a estar seguros
de que algo vale más que otras cosas, nunca dejaremos a estas por aquello, pues
pensaremos que nos desprendemos de algo... y salimos perdiendo.
Esto vale para todo. También para nuestras actitudes y comportamientos cristianos.
Porque la vivencia de la vida de fe es, en definitiva, consecuencia de una elección.
Es creyente y vive como tal aquel que ha descubierto la realidad de Dios como la
más valiosa de todas las que puedan presentarse en su vida. Y, entonces, se aferra
a ella... y abandona las demás.
Esto que explicamos de manera tan sencilla, lógica y clara... no acaba de prender
fácilmente en nuestras vidas. Nos consideramos creyentes... porque sí. Casi de
manera automática. Es decir, sin cuestionarnos sobre el contenido ni sobre las
exigencias de ello. Y, por eso, de la manera más normal del mundo,
compaginamos... lo que no puede casarse entre sí.
Creer supone elegir. A Dios por encima de todas las cosas. A Dios por encima de
todas las personas. A Jesús por encima de cualquier otro "líder". Al Evangelio por
encima de cualquier otro modo de vida... A la verdad por encima de la mentira, a la
pobreza por encima de la riqueza, a la humildad por encima de la soberbia, al
desprendimiento por encima del egoísmo, al servicio por encima de la insolidaridad,
a la alegría por encima de la tristeza, a la oración por encima de la autosuficiencia,
a la paz por encima de la guerra, al otro por encima de uno mismo, a la justicia por
encima del propio beneficio, al esfuerzo por encima de la comodidad, a la confianza
por encima de la desesperanza, al testimonio por encima de la cobardía...
La Iglesia siempre ha exigido que el que se considera creyente lo ratifique "oficial" y
sacramentalmente. Es decir, en cada una de las vidas de cada uno de los creyentes,
tiene que darse un momento concreto en que la elección de la fe ha de ser
conscientemente aceptada. Y, a partir de ese momento, hay un después, que
supone abandono de lo que uno ha sido hasta ese momento. Una vida nueva. Sin
tristezas y frustraciones por lo que uno no puede hacer por ser cristiano. Sino con
el gozo de saber que esa, la cristiana, es la única manera que vale la pena, para
uno mismo, para los demás y para el entorno que nos rodea.
No se trata de dejar, sino de elegir aquello que más nos convence. No es cuestión
de renuncia, sino de asegurar el tesoro descubierto.
¿Qué cuesta? Evidente. Pero eso no prueba que sea falso, ni mucho menos.
Miguel Esparza Fernández