XV Semana del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
LUNES
a.- Ex. 1,8-14.22: Vamos a vencer a Israel, porque es más fuerte que
nosotros.
b.- Mt. 10, 34-11,1: No he venido a sembrar paz, sino espadas .
Este evangelio nos presenta una enorme contradicción, en un Mesías que está
llamado a ser Príncipe de la paz, que contradice la lucha por la paz de tantos
hombres y está en contra de la bienaventuranza que alaba y bendice a los pacíficos
pues serán llamados hijos de Dios y uno de los mensajes de sus discípulos en su
predicación es desear la paz a las personas y pueblos que los acojan como
misioneros de Jesús (cfr. Is. 9, 5; Lc. 10, 7-15). La lucha de Jesús y su espada, no
son germen de violencia que conocemos, no es declaración de guerra contra nadie.
Reprendió a quienes invocaban un castigo del cielo (cfr. Lc. 9, 54-55). La lucha, es
más bien, de parte de los hombres contra Cristo Jesús, su Iglesia y sus miembros.
Lo que lleva a la división entre los hombres, es la presencia de Jesús, su evangelio,
sus actitudes y criterios; podemos afirmar sin temor que su espada, es el
evangelio, es decir, la palabra de Dios. Mensaje de salvación, buena noticia que
exige fidelidad en el amor, negación, para que por medio de la fe, esperanza y
caridad llegar a la unión con Dios. No todos están dispuestos, por falta de amor a
Dios a la renuncia, una fe confiada, una esperanza cierta en la vida eterna. Esta
división de la que habla el evangelio, ya la primitiva comunidad de Mateo la había
vivido, experimentado, con el decreto de expulsión de la sinagoga para todo aquel
que confesase su fe en Jesús como Mesías de Dios. Esto trajo la división de las
familias y comunidades, pero más allá está la vivencia de la Iglesia, los discípulos
de Jesús que quieren ser fieles a la fe y vocación que han recibido con las sabidas
exigencias cristianas. Si bien, la Iglesia ha tenido momentos muy difíciles a lo largo
de la historia, está llamada a ser recinto de paz universal, si promotora de los
derechos humanos. La paz es fundamental para la convivencia de los pueblos, su
progreso en todo ámbito y finalmente porque servimos al Príncipe de la paz y a un
Dios de paz.
Si bien Teresa de Jesús está pensando en sus comunidades religiosas, hoy
pensamos en con ella en la Iglesia, la familia, la sociedad, finalmente en cada uno
en forma personal. Necesitamos de la paz que nace del encuentro frecuente con
Jesucristo, Príncipe de la paz (Is. 9, 5). “Paz, paz, hermanas mías dijo el Señor, y
amonestó a sus Apóstoles tantas veces. Pues creedme, que si no la tenemos y
procuramos en nuestra casa, que no la hallaremos en los extraños” (2M 1,9).