XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
La parábola del sembrador
Quiero agradecer a Dios en este domingo la hermosa experiencia de haber
participado en San Ignacio de Velasco durante esta semana en la XXVI Asamblea
del Clero Diocesano de toda Bolivia. En el encuentro han participado unos 230
sacerdotes de todas las diócesis y jurisdicciones de Bolivia. Hemos compartido la fe
y la alegría de estar unidos en el sacerdocio de Jesucristo, hemos celebrado la
Eucaristía como centro de nuestra existencia y de nuestra vocación y hemos
trabajado el tema de la parroquia como comunidad misionera con el fin de avivar el
espíritu misionero de nuestro ministerio y de la identidad de la Iglesia en el marco
de la Misión Permanente. Ha sido un encuentro extraordinario.
La parábola del sembrador en labios de Jesús (Mt 13,1-23), con su asombrosa
sencillez, es, en primer lugar, como una representación de toda vida humana y de
las diversas actitudes respecto a los dones recibidos, a las virtudes que cada uno
tiene y al desarrollo de nuestras cualidades personales. Nos podemos preguntar
qué calidad de semilla y de palabra hay en nosotros, por dónde va creciendo tal
semilla y si, de hecho, estamos en producción, independientemente de cuánto
producimos. En segundo lugar, y desde una consideración específicamente
cristiana, con la explicación alegórica que el mismo evangelio presenta, podemos
plantearnos en qué medida la palabra del Reino, el mensaje principal de Jesús, va
calando en cada uno de nosotros, tomando cuerpo en nuestra existencia hasta el
punto de convertirnos también en Palabra viva y eficaz del Reino proclamado y
prometido en las Bienaventuranzas, un Reino de Dios que pertenece a los pobres y
que producirá un cambio radical de la situación social de nuestro mundo con la
manifestación del nuevo orden en el que impere la justicia, florezcan la paz y la
libertad y toda persona pueda vivir en las condiciones de igualdad de lo que todos
los seres humanos somos: hijos e hijas de Dios.
Nuestra vida como palabra, con todas las capacidades y potencialidades de cada
persona, y nuestro cristianismo como evangelio pueden crecer en las diversas
formas que la parábola nos describe. La palabra junto al camino es la que, por
quedarse en la superficie, fácilmente se la lleva cualquier viento o la última moda.
Puede aplicarse a la vida trivial y al cristianismo superficial, en los que si no penetra
el rejón de labranza para dejar la tierra mullida y permeable, ésta no puede
fructificar. La palabra entre las piedras es la palabra hueca, sin raíz, es una palabra
chispeante, como una burbuja o como fuegos de artificio, sin ninguna profundidad.
Puede referirse a la vida y a la religión light, que, a pesar de la alegría aparente,
sucumbe ante cualquier dificultad, exigencia o compromiso. Si con las piedras no se
hace una limpieza a fondo, tampoco es posible crecer. La palabra entre zarzas es la
vida humana sometida a los agobios del sistema vigente, bien sea al imperio de los
criterios consumistas, a la seducción engañosa de la riqueza y a la aspiración
suprema del tener y acaparar bienes, valor primordial y sustantivo de las
sociedades acomodadas, bien sea al imperio de los criterios banales de construcción
de la vida social como son la mentira, la corrupción, la permisividad del
narcotráfico, el revanchismo, el desconocimiento y minusvaloración de los
diferentes, el relativismo moral, la falta de transparencia en la gestión social y
política, y la falta de respeto a la dignidad y a la libertad de la vida humana, todo lo
que ha sido puesto de manifiesto en la reciente carta pastoral de los obispos de
Bolivia “los católicos en la Bolivia de hoy”. Todo ello es muestra de estilos de vida
incapaces de hacer crecer el Reino de Dios y su justicia.
El mensaje de Jesús reclama la necesidad de escuchar y de comprender la Palabra,
de echar raíces y de fortalecerse, para dar fruto. Éste es el talante requerido por
Jesús para que nuestras vidas sean productivas. En San Mateo el protagonismo del
Evangelio lo tiene la palabra. Y esa palabra no es sólo un libro, sino el mismo Cristo
en persona que, como con los discípulos de Emaús, camina con nosotros y nos abre
las Escrituras. El Concilio Vaticano II nos recuerda que la palabra constituye junto al
sacramento eucarístico el auténtico pan de vida que la Iglesia venera y distribuye
desde su origen, recuperando así los dos elementos esenciales de la vida espiritual
de los cristianos: El Pan y la palabra. Benedicto XVI ha desarrollado la
trascendencia de la palabra divina en su última exhortación apostólica “Verbum
Domini” llegando a proclamar que el Evangelio es el Cuerpo de Cristo (VD 56). La
profundización en este documento papal, que recoge las aportaciones del Sínodo de
Obispos del 2008, puede contribuir, sin duda, a avivar la importancia de la palabra
de la esperanza en la vida y la misión de la Iglesia. Para ello se requiere potenciar
al máximo los medios que permitan reactivar en la Iglesia la capacidad de escucha,
el conocimiento y la comprensión del Evangelio, y se requiere, en definitiva, meter
el rejón en la tierra para cavar hondo, sacar las piedras y limpiar las zarzas. Sólo
así será la Iglesia instrumento al servicio del Reino en el cual está puesta la
esperanza inquebrantable de los hijos de Dios. Ésta es la gran tarea de la Iglesia en
Latinoamérica que trabaja con ahínco en su Misión Permanente.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura