“No teman
Mt 10, 24-33
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
Lectio Divina
LA MISIÓN DEL DISCÍPULO
En su misión de anunciar a Jesucristo y su Evangelio, el discípulo participa
del dinamismo de la Palabra que, salida de la boca del Altísimo (cf Is
55,11), se difunde como testimonio del Señor Jesús hasta los últimos
confines de la tierra (Hch 1,8). En este itinerario diseñado por la voluntad
del Padre, el discípulo está apoyado y acompañado por la presencia de su
Señor: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar
todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos
los días hasta el fin del mundo.” (Mt 28, 19-20)
Se trata de una compañía que nos libera del miedo a la muerte, que nos
impulsa a mirar más allá de ésta. Y es que, en Cristo, ha sido destruida la
muerte y ha triunfado la vida. Está escrito, en efecto: “Es doctrina segura:
Si con él morimos, viviremos con él; si con él sufrimos, reinaremos con él;
si lo negamos, también él nos negará; si somos infieles, él permanece fiel,
porque no puede negarse a sí mismo” (2 Tim 2,11-13). Es el nuevo
comienzo de la vida del creyente, porque Jesucristo, al vencer a la muerte,
construye la historia a partir del nuevo comienzo de su resurrección. De
ahí que el discípulo se construya sobre Cristo (Col 2,7) y esté “asociado a
su plenitud” (Col 2,9) en virtud de que “habéis sido sepultados con Cristo
en el bautismo, y con él habéis resucitado también, pues habéis creído en
el poder de Dios, que lo ha resucitado de entre los muertos” (Col 2,12).
La misión del discípulo encuentra en este acontecimiento su “comienzo” y
la certeza de que está acompañada por la presencia providente del Padre.
El custodia a su fiel.
ORACION
Te alabo, Señor, y te bendigo, oh mi todo, porque has completado tu obra
en mí. Tú eres un Dios prodigioso, tú realizas maravillas. En las entrañas
de tu amor te has acordado de mí, tu siervo. Señor, me has vuelto a dar la
vida. Por eso cantaré tu nombre entre la gente, sonarán en las cítaras las
suaves vibraciones de mi corazón y susurrará en tu oído mi canto de amor:
Yo soy narciso de Sarón, un lirio blanco de los valles.
Tú, amado mío, me has introducido en la celda de tu embriaguez, me has
imprimido como sello en tu brazo, en tu corazón; tu estandarte, sobre mí,
es amor. Te doy gracias en medio de tu pueblo; tú me inundas con tu
gracia, porque me has hecho hijo tuyo en el Espíritu. Amén.