SALVADOS EN ESPERANZA
DOMINGO XVI PER ANNUM
17 de Julio de 2.011
En aquel tiempo, Jesús propuso otra- parábola a la gente: El reino de los cielos se
parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la
gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó.
Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña.
Entonces fueron los criados a decirle al amo: Señor, ¿no sembraste buena semilla
en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña? Él les dijo: Un enemigo lo ha hecho. Los
criados le preguntaron: ¿Quieres que vayamos a arrancarla? Pero él les respondió:
No, que, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer
juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores: Arrancad
primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi
granero. Mateo 13, 24-30
Los hombres sentimos una tendencia espontánea a dividir a la humanidad en dos
categorías: la de los buenos y la de los malos. Uno se coloca generalmente en la
primera categoría y relega a los demás a la segunda. Esta reacción es corriente,
tanto en lo que concierne a las sociedades como a los individuos, y lo mismo en
todos los sectores que presentan para el hombre un valor vital. Nos va mucho el
considerar cizaña a los otros y considerarnos trigo limpio a nosotros mismos.
Buscando su seguridad, el hombre tiende a apropiarse los valores, en veZ de
dejarse poseer por ellos. Todas las cosas las mide con un patrón absolutista, en vez
de medir su inevitable relatividad. Los demás le asustan hasta que acepta en
convertirse en su semejante. El hombre es, de buena gana, intolerante y sectario, y
la intolerancia lo mismo que el sectarismo cuenta con muchos adeptos y seguidores
tanto en el campo de los progresismos como en el de los integrismos.
En el aspecto religioso esta tendencia recibe una especie de consagración suprema.
Buscando en el mundo de lo sagrado la seguridad absoluta, el deslindamiento
tajante del bien y del mal, el hombre religioso apela al juicio divino. Que las
bendiciones de Dios caigan sobre él; y, en cambio, que las maldiciones caigan sobre
los demás, sobre sus enemigos, sobre sus contradictores, contra sus adversarios
políticos. De este modo, la suerte queda echada de una vez para siempre,
Pero no así entre vosotros, podría decirnos Jesús, inaugurador de los últimos
tiempos. Jesús, en efecto, lejos de aparecer con el brillo de un juez que distingue a
los buenos y a los malos, se presenta como el pastor universal. Él, ante todo, ha
venido para salvar a los pecadores, e invita a todos los hombres a que se
reconozcan como tales. No excluye a nadie del Reino. Todos son llamados, todos
pueden entrar. Por la actitud que éstos mantienen durante toda su vida, Cristo
encarna la paciencia divina con respecto a pecadores. Ningún pecado, ninguna
cizaña, priva al hombre del poder misericordioso del Padre, porque su soberanía
universal le hace perdonar a todos juzgando con moderación , gobernando con gran
misericordia, enseñando a su pueblo que el justo debe ser humano, y dando así a
su hijos la dulce esperanza de que en el pecado da lugar al arrepentimiento. (cf. 1ª
lectura).
El secreto de esta paciencia de Jesús es el amor. Jesús ama al Padre con el mismo
amor con que Él es amado; y cuando se dirige a los hombres, los ama con el mismo
amor con que los ama el Padre, amante impenitente y misericordioso universal que
hace salir su sol sobre buenos y malos y hace descender su lluvia sobre justos e
injustos. Amor el de Jesús que invita al diálogo, a la reciprocidad perfecta, porque
para Él amar a los hombres es invitarlos a dar una respuesta libre de amigos, con
un respeto infinito a lo que son, estén en lugar sagrado o en el atrio o el patio de
los gentiles. El sabe esperar, da tiempo al tiempo, intenta comprender; soporta
serenamente los contrastes, las oposiciones, hasta las persecuciones. Sabe que la
última palabra no la tiene la muerte sino la vida, no la cizaña sino el trigo limpio, no
la cólera sino la entrañable y eterna misericordia. Siempre esperando y
despertando esperanza de plenitud salvadora, sabedor providente de que la cizaña
y el trigo pasan por el corazón de todo hombre y de todo el hombre e institución, y
enviándonos su Espíritu para que nos enseñe a todos a orar, a pedirle al Padre que
nos dé a luz definitiva, que nos haga, a la hora de discernir Él definidamente el bien
y el mal, ser sus hijos plenos y amantes totales de todos los hermanos.
Juan Sánchez Trujillo