Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
La injusticia, la fe y la paz
Si hay algo capaz de abrirle los ojos a un muerto en su tumba, eso es la injusticia. A
cualquiera le crispa los nervios la explotación del débil y el sufrimiento del inocente, basta
visitar una prisión para comprobarlo. La injusticia es una fibra sensible que muchos
literatos y productores de cine han sabido utilizar para imprimir dramatismo a sus obras.
¿Quién no recuerda los pasajes llenos de indignación en la obra de Víctor Hugo, “ Los
miserables ”, cuando Fantina creyendo haber llegado al extremo de la desgracia al verse
obligada a ofrecer su propio cuerpo, para no dejar morir de hambre a su hija, ignoraba que
aún le faltaba vender sus blancos y esmaltados dientes. ¡Tan grande era su miseria!
El ateísmo del siglo XIX y XX fue una reacción o rebelión contra la injusticia de un mundo
que presenció la muerte de millones de hombres como víctimas de ideologías y sistemas
absolutistas. −Un mundo donde cabe la injusticia, no puede ser obra de un Dios bueno−,
afirmaban. El anhelo de justicia se convierte en el argumento más fuerte para demostrar la
existencia de Dios, pues la maldad no puede tener la última palabra en absoluto.
Experimentamos la necesidad de un juicio que restablezca el orden roto por la iniquidad. El
juicio final no es algo terrorífico, dice el Papa Benedicto XVI en la encíclica Spe Salvi
número 44, sino una imagen llena de esperanza. Nos enseña que los malos no se sentarán
indistintamente a la mesa junto a las víctimas, como si no hubiera pasado nada. El juicio de
Dios es esperanza tanto porque es justicia como porque es gracia. Si fuera solamente gracia,
haría irrelevante nuestras obras (por eso es inadmisible la reencarnación, porque es injusta e
irresponsable); si fuera pura justicia, Dios sería motivo de temor y no de amor como en
realidad es.
La parábola del trigo y la cizaña nos coloca frente a la realidad de la coexistencia entre el
bien y el mal. Juan Pablo II la explica magistralmente en su libro “ Memoria e identidad
cuando reflexiona sobre la irrupción del mal, en el siglo pasado, con las guerras mundiales
y las ideologías del nazismo y el comunismo. ¿Por qué ocurrió eso? La respuesta es
sencilla: porque el hombre rechazó a Dios como Creador y por ende como fundamento para
determinar lo que es bueno y lo que es malo. –Y en nuestro siglo seguimos asistiendo a
otras ideologías del mal como es la que promueve el aborto, −continúa el Papa− aunque se
trate de exterminios aprobados en parlamentos elegidos democráticamente. Como vemos, el
secreto para instaurar la justicia y la paz continúa en las manos de Dios.
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