“TÚ ERES, SEÑOR, RICO EN MISERICORDIA
CON AQUELLOS QUE TE INVOCAN” (Sal. 86, 5)
La liturgia de este día nos lleva a contemplar la misericordia de Dios, y nos hace contemplar
este atributo divino, que alimenta nuestra confianza en El. La primera lectura (Sab.12,13 y ss.)
dice así: “Tu poder es el principio de la justicia y tu sabiduría universal te hace perdonar a
todos…Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación, tú nos gobiernas con gran
indulgencia…” (Ib.16, 18-19). No pasa así entre los hombres, que cuando tenemos poder,
juzgamos a nuestros hermanos con fuerza y aun con crueldad…Y tantas veces en nombre de
la justicia. Somos rencorosos y muchas veces nos parece que perdonar y olvidar es signo de
debilidad. No pasa así con la justicia hecha por Dios y por ende la que el hombre hace en
nombre de Dios. En Dios, justicia y misericordia se identifican, así induce al corazón de los
hombre al arrepentimiento, es decir le da tiempo al arrepentimiento y utiliza la fuerza de su
gracia para llevarlo a él.
La parábola del Evangelio nos ilustra sobre este tema de forma concreta en la parábola de la
cizaña. Aquí ya no nos habla un “autor” bíblico, es el Seor mismo quien nos habla (Mt.13, 24-
43): “El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembr buena semilla en su campo;
pero a la noche su enemigo sembró también la cizaña, y esta crece como crece la buena
semilla, la buena planta”, y cuando los empleados le propusieron al Señor arrancarla, éste se
los impide diciéndoles: “no, porque podríais arrancar también el trigo, déjenlos crecer juntos
hasta la siega” (Ib.29). Un buen agricultor arrancaría en seguida la cizaña, para no quitar fuerza
al trigo y también para que no lo perjudique. Pero el Señor nos quiere aclarar cuál es la actitud
de Dios frente a los buenos y los malos.
Jesús nos explica que el campo es el mundo, que el sembrador del trigo es Jesús mismo,
quien siembra la cizaña es el Demonio. Trigo y Cizaña son los habitantes del mundo, el trigo
son los hombres en quienes ha calado el evangelio y la buena noticia; la cizaña son los
habitantes del mundo que siguen al Maligno y rechazan a Dios y a la Buena Noticia.
¿Por qué el Señor no permite que se arranque la cizaña? Es simplemente porque es infinita su
paciencia y quiere darle tiempo a los seguidores de la cizaña -o sea del Maligno- a que se
conviertan por la fuerza del evangelio predicado, y se espera también que dada la fuerza del
trigo (evangelio) sea aplastada la cizaña. También el Señor quiere que la virtud del hombre que
sigue el evangelio no se degenere por la fuerza de la cizaña.
Así la parábola nos invita a todos a la “vigilancia“, a aprovechar la fuerza de la gracia y dejarla
entrar al corazón para que nos resguarde del pecado y no permita así la contaminación y
tampoco que la cizaña nos tome y nos destruya; es decir que destruya la obra de Dios en el
corazón del hombre. “Porque los malvados y los corruptores serán, un día, arrojados al horno
encendido en el día de la siega” “mientras los justos y perseverantes brillarán como el sol en el
Reino del Padre” (Ib. 40-43).
Vivir en el mundo es difícil, pero tenemos la gracia que nos ayuda a superar las dificultades, a
superar los ataques del enemigo, sobre todo los engaños del Maligno que hace aparecer el
pecado como virtud, la virtud como estupidez, la soberbia y obstinación como justicia y el
arrepentimiento como cosas de tontos. Pensar en un premio al “final del los tiempos” es para
los hijos del mal una cosa de “tontos”. Es por todo esto que hemos de velar y orar, para que la
“gracia de Dios” actúe en nosotros y nos impida caer en la trampa del Maligno que -en un
mundo tan controvertido- se viste de bellas palabras y de atractivos discursos.
Pidámosle a María, la Virgen, que nos ayude a preservar la gracia en nuestros corazones y
vivir en Cristo y para Cristo.
+ Marcelo Raúl Martorell
Obispo de Puerto Iguazú