“Aquí tienes a tu madre”.
Jn 19, 25-27
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
1. LAS MUJERES ESTÁN JUNTO A LA CRUZ
En este relato de san Juan, nos narra que están presentes y de pie junto a la cruz de
Cristo su madre acompañado de la hermana de su madre, María de Cleofás y María
Magdalena.
No esta claro que la hermana de su madre sea hermana de padre y madre, el
evangelista dice “la hermana de su madre”, considerando la expresin de uso semita,
podría suceder que fuera algún familiar cercano o pariente, sería la madre de los hijos
del Zebedeo, que en los evangelios de san Mateo 27:56-56 relata: Había allí, mirándolo
desde lejos, muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle;
entre ellas María Magdalena y María la madre de Santiago y José y la madre de los
hijos del Zebedeo. En el Evangelio de san Marcos 15:40-41 dice Había también unas
mujeres que de lejos le miraban, entre las cuales estaba María Magdalena, y María la
madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé, las cuales, cuando El estaba en
Galilea, le seguían y le servían, y otras muchas que habían subido con El a Jerusalén.
Comprendemos que esta triste escena tiene lugar en las proximidades de la muerte de
Cristo, ellas no podían hacer nada, pues el Señor crucificado estaba custodiado por los
soldados, los que tenían miedo que lo desclavaran. Según san Mateo 27:36; sentados,
hacían la guardia allí.
Ellas estuvieron todo el tiempo allí, como dice san Marcos, primero mirando desde lejos,
luego como nos relata san Juan, de pie junto a la cruz, Cristo agonizaba.
2. “MUJER, HE AHÍ A TU HIJO”
Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaban allí, dijo a la madre:
Mujer, he ahí a tu hijo.
¿Que valor tiene esta expresión? Para nuestras enseñaza, Cristo desde lo alto de su
cruz, ratifica por un don con mucho simbolismo y a su vez eficaz, la maternidad
espiritual de María con relación a los hombres, como también en la persona del
discípulo predilecto, en el que confiaba también a la Santísima Virgen. Es decir a partir
de este momento y con estas palabras, Cristo proclama la maternidad espiritual de
María sobre nosotros, todas las generaciones, lo mismo que en la persona de san Juan
proclamaba la afiliación espiritual de éstos con respecto a María
En esta narración ni a María ni a Juan los llama por su nombre propio, sino por los de
“Mujer,” “Madre” y “Discípulo.” Siempre ha extraado el que Cristo llame a su Madre
aquí “Mujer.” Hay diversas hiptesis sobre esto en los estudios mariolgicos, entendido
por el modo más sencillo el vocablo mujer, aplicado por Cristo a su madre, no
expresaría, de suyo, más que una forma más deferente y solemne de tratarla. Es
sinónimo de madre, pero dicho con más solemnidad, quizás la fórmula lógica sería:
“Madre (Mujer), ahí tienes a tu hijo; hijo, ahí tienes a tu Madre.”
María, a la hora en que Cristo pronunció estas palabras, comprendió el sentido de lo que
en ellas se proclamaba y María será madre desde ese instante madre espiritual de Juan
y todos los seres humanos.
Eva es nuestra madre natural ya que es el origen de nuestra vida natural; por tanto,
María es nuestra madre espiritual ya que es el origen de nuestra vida espiritual. Una vez
más, la maternidad espiritual de María se basa en el hecho de que Jesús es nuestro
hermano, ya que es "el primogénito entre muchos hermanos" (Romanos 8:29). Ella se
convirtió en nuestra madre desde el momento en que accedió a la Encarnación del
Verbo, la Cabeza del cuerpo místico cuyos miembros somos nosotros; y ella selló su
maternidad al consentir al sacrificio sangriento en la cruz que es la fuente de nuestra
vida sobrenatural.
3. OPINION DE LOS PADRES DE LA IGLESIA
Orígenes , es el único que considera la maternidad de María sobre todos los creyentes en
este sentido. Según él, Cristo vive en todos los que le siguen con perfección, y así como
María es la Madre de Cristo, también es la madre de aquel en el que Cristo vive. Por ello,
según Orígenes, el hombre tiene un derecho indirecto a reclamar a María como su madre,
en la medida en que se identifique con Jesús por la vida de la gracia.
San Ambrosio, dice: María, Madre del Señor, estaba ante la cruz de su Hijo. Nadie me
enseñó esto, sino San Juan Evangelista. Otros describieron el trastorno del mundo en la
pasión del Señor; el cielo cubierto de tinieblas, ocultándose el sol y el buen ladrón
recibido en el Paraíso, después de su confesión piadosa. San Juan escribió lo que los otros
se callaron, de cómo puesto en la cruz llamó Jesús a su Madre, y cómo considerado
vencedor de la muerte, tributaba a su Madre los oficios de amor filial y daba el reino de
los cielos. Pues si es piadoso perdonar al ladrón, mucho más lo es el homenaje de piedad
con que con tanto afecto es honrada la Madre por el Hijo: "He aquí tu hijo". "He aquí a tu
Madre". Cristo testaba desde la cruz y repartía entre su Madre y su discípulo los deberes
de su cariño. Otorgaba el Señor, no sólo testamento público, sino también doméstico; y
este testamento era refrendado por Juan. ¡Digno testimonio de tal testador! Rico
testamento, no de dinero, sino de vida eterna; no escrito con tinta, sino con el espíritu de
Dios vivo (2Cor 3) y pluma de lengua, que escribe velozmente (Sal 44,2).
Pero María se mostró a la altura de la dignidad que correspondía a la Madre de Cristo.
Cuando huyeron los Apóstoles, estaba en pie ante la cruz, mirando las llagas de su Hijo,
no como quien espera la muerte de su tesoro, sino la salvación del mundo. Y aun quizás
porque conociendo la redención del mundo por la muerte de su Hijo, ella deseaba
contribuir con algo a la redención universal, conformando su corazón con el del
Salvador. Pero Jesús no necesitaba de auxiliadora para la redención de todos los que
sin ayuda había conservado1. Por eso dice: "He sido hecho hombre sin auxiliador, libre
entre los muertos" (Sal 87,5). Aceptó, en verdad, el afecto maternal, pero no buscó el
auxilio ajeno. Imitad, madres piadosas, a ésta, que tan heroico ejemplo dio de amor
maternal a su amantísimo Hijo único. Porque ni vosotras tendréis más cariñosos hijos, ni
esperaba la Virgen el consuelo de poder tener otro.
San Juan Crisóstomo , Y admira cómo el sexo débil de las mujeres, aparece aquí más
varonil, firme junto a la cruz, cuando los discípulos huían. (in Ioannem, hom. 82.)
Habiendo estado presentes otras mujeres, no recuerda el Evangelista a otra sino a la
Madre del Señor, dándonos a entender el respeto que debemos a las madres. Pues, así
como no conviene que los parientes se enteren de las cosas espirituales, así también
conviene darles conocimiento de ellas, prefiriéndola a los demás cuando no se hayan de
oponer. Por eso dice: "Como viese Jesús a su Madre y al discípulo a quien amaba, dijo
a su Madre: Mujer, he ahí a tu hijo". (ut supra)
¡Con cuán alto honor honró al discípulo! Pero él se oculta con la moderación de su
sabiduría; porque si hubiera querido vanagloriarse, hubiese expresado la causa por qué
era amado, y es preciso convenir que el motivo era grande y admirable. Así es que
Jesús nada más dijo a Juan, ni le consuela en su tristeza, porque no era el momento
oportuno de hablar de consuelo. Pero no era poco distinguirle con tal honor, y como era
conveniente procurar para su Madre, oprimida de dolor, alguno que le reemplazara
(porque Jesús se iba), dejó este encargo al discípulo que amaba. Sigue: "Después dijo
al discípulo: He ahí a tu madre". (ut supra)
San Agustín
Esta es, sin duda, aquella hora en la que, habiendo de convertir el agua en vino, había
respondido Jesús a su Madre: "Mujer, ¿qué hay común entre ti y mí? aun no ha llegado
mi hora" (Jn 2,4). En aquella ocasión en que debía empezar a obrar milagros, no la
reconoció como Madre de su divinidad, no siéndolo mas que de su débil humanidad,
pero ahora que ya padece en su humanidad, honra con sentimiento humano a aquella,
de la que había sido hecho hombre. Esta es una instrucción y ejemplo que nos da el
buen Maestro, para enseñarnos los oficios de piedad que los hijos deben a sus padres,
y así convirtió en cátedra de maestro la cruz en que estaba clavado. (in Ioannem, tract.,
119.)
“Como proveía a su Madre, en cierto modo, de otro hijo por el que la dejaba, manifest
el motivo en las siguientes palabras: "Y desde aquella hora el discípulo la recibió como
suya". ¿Pero en qué recibió Juan como suya a la Madre del Señor? ¿Acaso no era de
los que habían dicho a Jesús: "He aquí que nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos
seguido" (Mt 19,27)? La recibió, no por sus propiedades (pues nada tenía propio), sino
en los cuidados que solícito la había de dispensar”.( ut supra.)
María Santísima vivan en sus corazones
(Fuentes Padres de la Iglesia : Catena Aurea)