Pentecostés - B
Evangelio de la Misa: Jn 15,26-27: 16,12-15 Ven, Espíritu Santo
La liturgia de este día solemne de Pentecostés comienza el día anterior
con la Misa vespertina, propia de la Vigilia. Incluso se puede celebrar en forma
vigiliar, como oración larga y prolongada, con cuatro lecturas del AT, más la de
San Pablo (Rom 8,22-27) y el Evangelio (Jn 7,37-39).
El acontecimiento recordado y celebrado, la venida del Espíritu Santo
sobre los Apóstoles, bien se lo merece. Es el comienzo histórico de Nuestra
Santa Madre la Iglesia, que ha seguido transcurriendo en la historia humana
hasta hoy.
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Como los cristianos desde hace siglos, Señor,
quiero implorar tu Santo Espíritu, sobre la Iglesia y sobre mi persona:
“Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre; don en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre si Tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo,
Lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo.
Doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse, y danos tu gozo eterno”.
Y con la fe y la esperanza (confianza) de los mejores cristianos,
y de los más grandes apóstoles de todos los tiempos, te suplico:
“Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos la llama de tu amor”.
Con la paz y la alegría de tu Santo Espíritu,
con el amor y la fortaleza de tu fuego divino,
con la sabiduría y el coraje de tu gracia transformadora y santificante,
prometo mantenerme fiel en mi vocación cristiana como los Apóstoles.
Padre Segismundo Fernandez Rodríguez