IV Domingo Ordinario - B
Evangelio de la Misa: Mc 1,21-28 Enseñar con autoridad
En Evangelio presenta a Jesús enseñando en la sinagoga, lugar de
reunión, de asamblea de los judíos para leer, escuchar y rezar con la Palabra de
Dios. Pero lo asombroso es la extrañeza de los que le escuchaban, pues “no
enseñaba como los escribas, sino con autoridad”. El se hace el Maestro que
explica y aconseja, pero con tal autoridad que el mismo se hace Palabra de Dios.
En alguna ocasión se revela contra las explicaciones de los escribas, y prorrumpe
estas palabras: “Pero yo os digo” (Mt 7,28-29). Además refuerza y eleva su
autoridad con los milagros, como el que hoy se recuerda también, librando a un
poseso del demonio.
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Señor, Jesús, que te muestras tan Maestro y tan cercano,
tan Salvador y tan oportuno, para que te escuchemos y te aceptemos
como lo que realmente eres: nuestro Maestro y nuestro Salvador.
Resulta muy agradable escuchar a tus paisanos,
que asombrados por tu doctrina, te reconocen una autoridad especial.
Ciertamente la manifestaste con tus palabras, y con tus milagros,
en definitiva con tu persona, imbuida de una autoridad
sobrehumana, o mejor con una personalidad divina.
Así quiero escucharte, Señor; y con esa actitud de fe en tu Persona,
y de humildad y confianza total, quiero leer tu Palabra revelada, que está
en la Biblia, y que la Iglesia me transmite y pone a mi alcance
por medio de los ministros de la Palabra, los sacerdotes.
Su fuerza y su poder está en la Verdad de tu Palabra, siempre viva y actual.
Te pido, Señor, por los sacerdotes, para que sean los mejores oyentes
de la Palabra, los insustituibles intérpretes y maestros de tu enseñanza,
y también testigos ejemplares y modelos de vida cristiana y sacerdotal.
También te encomiendo, Señor, a todos los cristianos
para que se esmeren en conocer tu Palabra leyéndola y meditándola
cada día en la oración personal, y proclamándola y acogiéndola
en las celebraciones litúrgicas. Que cuando la escuche
en la Iglesia sea consciente de que es tu misma Palabra
la que se proclama, y la que me habla, me ilumina y me interpela.
Te prometo, Señor, leer cada día el Evangelio, meditándolo en mi oración
personal, y ayudar a los sacerdotes en el ministerio de la Palabra.
Intentaré, Señor, participar en cada Eucaristía para alimentar mi mente
con tu Palabra, leída para mi instrucción y proclamada
para mi identificación contigo; y buscaré el alimento eucarístico
para que esa “comida” me ayude a realizar mi santidad,
y poder testimoniarte ante los demás con amor,
entrega, solidaridad y alegría.
Padre Segismundo Fernandez Rodríguez