VIII Domingo Ordinario - B
Evangelio de la Misa: Mc 2,18-22 Como odres nuevos
El Evangelio de la Misa recuerda una de las disputas de Jesús con los
fariseos. En esta ocasión también participaban “los discípulos de Juan”, que
también eran conocidos por sus ayunos, seguramente como manifestación de
conversión –así lo predicaba su maestro, Juan– y de buena voluntad para a
coger al Maestro, Jesús.
Sin duda no era esta misma la intención de los fariseos. Ellos, como
siempre, exhibiendo sus penitencias y vida ejemplar “como mandaba la ley”.
Además querían imponer eso mismo a todos. No saben, o no quieren saber, que
la nueva ley es Jesucristo, razón del amor y objetivo de la ley del amor.
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Señor, Jesús, que tán bien nos aleccionas para que aceptemos
la novedad del Evangelio, de tu ley del amor.
¿Para qué sirven los ayunos y penitencias, si falta el amor a Dios?
Como los fariseos del Evangelio muchas veces soy como odre viejo
que sin renovarme y convertirme de verdad a Ti, a tu amor,
pretendo cumplir normas y ceremonias para tranquilizar la conciencia,
autojustificarme con el mero cumplimiento del deber,
o para no desmerecer, ni dar mal ejemplo a los demás.
Te pido, Señor, sinceridad de vida para escucharte y acogerte
cuando me hablas en la conciencia o a través de la Iglesia,
depositaria y altavoz de tu Palabra.
Y en la acogida de tus requerimientos y mociones,
ayúdame a responder sinceramente conmigo mismo,
para que conociendo la verdad de tu santa voluntad sobre mi,
la cumpla, la testimonie y la disfrute; y así pueda ser sincero con los demás
portándome con honradez, hablando con nobleza
y fomentando las mejores relaciones humanas,
que siempre tienen como base fundamental la sinceridad.
Por tanto, quiero, Señor, ser “odre nuevo” que pueda acoger
tu maravilloso mensaje que es tu Evangelio de la paz y del amor,
de la justicia y de la santidad, de la solidaridad y de la alegría.
Te pido, Jesús, por todos los cristianos que ya son, por la fe y el Bautismo
“odres nuevos”, santificados por tu gracia, para que desborden
en virtudes humanas y en afanes apostólicos.
Que la alegría les haga ejemplares y atractivos.
Que en todo momento y circunstancia defienda la dignidad
de la persona humana, la libertad, la vida y el amor auténtico,
que nos viene de Ti, como el mejor vino,
que alegra el corazón y hace felices a las personas.
Que siempre sea “odre nuevo” para acoger tus gracias, y enriquecerlas
con la correspondencia en el trabajo santificado y e el apostolado.
Padre Segismundo Fernandez Rodríguez