IX Domingo Ordinario - B
Evangelio de la Misa: Mc 2,23-3,6 Corazón grande
El luminoso testimonio de Jesús choca frontalmente con el de los fariseos
que se creían los únicos y auténticos intérpretes de la Ley. El tema del debate de
hoy es el sábado. Tal importancia le daban los fariseos, que entre las prácticas
religiosas imperadas para ese día y las prohibiciones de hacer otras actividades,
atosigaban de tal manera el sábado que en él ni podían aprovisionarse de
comida, ni salvar aun accidentado, por ejemplo. Jesús, con la libertad que le
caracterizaba, les echa en cara su fariseísmo absurdo con el ejemplo del Sumo
Sacerdote Abiatar y sobre todo curando aun paralítico, pues “el sábado se hizo
para el hombre, no el hombre para el sábado”.
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Señor, Jesús, qué a gusto me siento escuchando tus palabras
y viéndote rebatir a los fariseos de tu tiempo, y en consecuencia
a los fariseos modernos, que siguen criticando, insultando,
tergiversando maliciosamente las ideas, las cuestiones, las verdades
que los cristianos defendemos y queremos cumplir,
aunque reconocemos que con defectos porque somos humanos.
Te pido, Señor, por estos fariseos de ahora que critican, insultan
y se escandalizan por algunos pecados ajenos, cuando no son capaces
de reconocer sus miserias morales e intelectuales, y sus defectos,
que a veces son como vigas que ocultan sus propios grandes miserias.
Quiero, Señor, vivir siempre con tu libertad de espíritu
para hacer en cada momento lo que debo, para ayudar al prójimo
cuando es necesario hacerlo, y para decir y proclamar tu verdad, aunque
haya quien se extrañe, me critique, o “farisaicamente” se escandalice.
Que no me olvide nunca, Señor, de tu máxima.
“El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado”.
Y porque eres “Señor del sábado” y de todo lo creado,
realizaste la curación del paralítico, acallaste a los que te criticaban.
Por una parte aplaudo tu actuación, y te agradezco ese ejemplo
de libertad de espíritu que yo quiero tener siempre, y una vez más
te pido que me ayudes a actuar de la misma manera.
Por otra parte, Señor, me conmueve tu corazón humano,
que manifiesta cierta pena, y que se siente dolido
por la obstinación de quienes te espiaban y te criticaban.
Me uno a tus sentimientos, Señor, para pedirte por todos los actuales tercos
de corazón, y cerrados de mente, que no quieren creer, ni permiten fácilmente
que otros puedan creer y vivir en consecuencia la alegría de la vida,
y con el permanente optimismo que nos da siempre la fe y el amor de Dios.
También te encomiendo a los que no creen porque su corazón y sus
sentimientos están emponzoñados por el pecado, el egoísmo y el placer.
Que también mi testimonio de lucha y optimismo sea acicate para los tibios.
Padre Segismundo Fernandez Rodríguez