Memoria. Santa María Magdalena.
"He visto al Señor"
I. Contemplamos la Palabra
Lectura del libro del Cantar de los Cantares 3,1-4a:
Así dice la esposa: «En mi cama, por la noche, buscaba al amor de mi alma: lo
busqué y no lo encontré. Me levanté y recorrí la ciudad por las calles y las
plazas, buscando al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré. Me han
encontrado los guardias que rondan por la ciudad: "¿Visteis al amor de mi
alma?" Pero, apenas los pasé, encontré al amor de mi alma.»
Sal 62,2.3-4.5-6.8-9 R/. Mi alma está sedienta de ti, mi Dios
Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua. R/.
¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios. R/.
Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos. R/.
Porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan 20,1.11-18:
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer,
cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Fuera, junto al
sepulcro, estaba María, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos
ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde
había estado el cuerpo de Jesús.
Ellos le preguntan: «Mujer, ¿por qué lloras?»
Ella les contesta: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han
puesto.»
Dicho esto, da media vuelta y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
Jesús le dice: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?»
Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: «Señor, si tú te lo has llevado,
dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré.»
Jesús le dice: «¡María!»
Ella se vuelve y le dice: «¡Rabboni!», que significa: «¡Maestro!»
Jesús le dice: «Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis
hermanos y diles: "Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios
vuestro."»
María Magdalena fue y anunció a los discípulos: «He visto al Señor y ha dicho
esto.»
II. Oramos con la Palabra
SEÑOR,al evocar la figura de María Magdalena, llorando ante tu sepulcro vacío, y
luego el encuentro contigo, me quedan dos ejemplos de ella, dos lecciones para
mi vida: la entrega total a tu amor, y su misión de anunciar a los demás que
estás vivo y que eres la vida para quien se decida a seguirte. Espero, Señor, que
un día oiga que, con tu inmenso amor, me llamas por mi nombre. ¡Ayúdame a
reconocer tu voz, valorar al máximo tu amistad, y entregarme a ti con alma,
corazón y vida!
Esta oración está incluida en el libro: Evangelio 2011 de
EDIBESA.
III. Compartimos la Palabra
La experiencia de la Resurrección de Jesús es la piedra angular de los creyentes,
el comienzo de una realidad nueva que provoca el reconocimiento de que el
resucitado es el mismo que días antes predicaba y fue crucificado. Los cuatro
evangelistas dedican un espacio de sus narraciones para trasmitirnos este hecho
con una gran insistencia. No sólo con María Magdalena, también con otros
personajes bíblicos se repite una historia semejante: Jesús, que al principio no
es reconocido como tal, se presenta de forma personal a cada uno de ellos. Más
tarde lo hará a toda la comunidad.
María Magdalena reconoce al resucitado en el preciso momento en el que éste
pronuncia su nombre: ¡María! No se trata, por tanto, de un encuentro etéreo,
sino de un reconocimiento mutuo. Dios, a lo largo de la Biblia, acostumbra a
dirigirse a sus hijos pronunciando su nombre, aquél que nos hace únicos, aquél
que nos define en lo que somos. Un encuentro que posee el tono del que nos
relata el libro del Cantar de los Cantares.
La Resurrección puede convertirse en nosotros en una alegoría, en un dato
narrativo más, a menos que estemos dispuestos a aceptar que los ojos de Jesús
se dirijan directamente a nosotros y sus labios pronuncien nuestros nombres. En
el caso de la Resurrección, somos invitados, reclamados y pedidos para la
construcción del Reino. Entonces tenemos la experiencia de contar para Dios, de
ser vistos y requeridos por Él. Quizá no haya mayor fortuna para cualquier ser
humano que la experimentada cuando otros cuentan con nosotros.
Pero la experiencia de la Resurrección no es sólo un asunto personal, algo que
se forja en la intimidad de mi Dios y yo, sino que se sostiene en la misma
experiencia personal vivida y compartida con otros, con la comunidad. María
Magdalena es enviada de inmediato a sus hermanos para que también ellos
busquen la mirada personal del maestro. Jesús, una vez más, lo hace de una
forma un tanto paradójica, porque en este caso la que anuncia el gran hecho de
la fe es alguien cuyo testimonio carece de credibilidad en la Palestina del siglo
primero: una mujer.
Y podemos preguntarnos: ¿no son las mujeres las que a lo largo de la historia
han sido y siguen siendo las trasmisoras de la fe en casi todas las latitudes y en
la mayoría de las comunidades cristianas? La celebración de la festividad de
María Magdalena es el reconocimiento de la predicación y el servicio de tantas
mujeres al evangelio. Servicio escasamente reconocido por una historia casi
siempre escrita por manos masculinas. Tenemos, sin duda, una gran deuda con
ellas.
Comunidad El Levantazo
Valencia
Con permiso de dominicos.org