Domingo XV del Tiempo Ordinario (A)
Padre Camilo Maccise, OCD
1. Aunque vivamos en ciudades, todos sabemos de lo que es y significa el cultivo
del campo: hay que sembrar, hay que regar, hay que cuidar la semilla sembrada si
queremos que dé fruto. Cuántas dificultades se tienen que superar para que esa
semilla fructifique en mayor o menor cantidad. Muchas veces calamidades naturales
destruyen todo y la cosecha es nula. Hay que volver nuevamente a sembrar con
esperanza y a luchar contra las dificultades. La vida humana, en todos sus
aspectos, está llamada a crecer, a desarrollarse, a dar fruto: en lo físico, en lo
espiritual, en lo científico. Cristo comparó su Palabra con una semilla sembrada en
el campo de nuestra vida y que debe crecer y dar frutos. Al mismo tiempo nos
advirtió de los obstáculos que puede encontrar en el campo de nuestra vida.
2. Lo central del mensaje es que sin nuestra colaboración libre y perseverante
tenemos el riesgo de impedir que la semilla dé frutos a pesar de ser fecunda. La
palabra que Cristo siembra en nosotros no es sólo la de la Buena Noticia que nos
transmiten los evangelios. También Cristo nos habla a través de los signos de los
tiempos y de los lugares: los desafíos que tenemos que enfrentar allí donde
vivimos. En esos signos de los tiempos, leídos a la luz del evangelio, Dios nos
cuestiona e interpela para trabajar por iluminarlos y guiarlos a fin de que puedan
responder al proyecto de Jesús. Los grandes problemas de la injusticia y la pobreza
en el mundo; las guerras, los odios, las divisiones; los anhelos de liberación; la
necesidad de una globalización de la solidaridad, son palabra de Dios que se
siembra en nosotros para cuestionarnos e interpelarnos para lograr frutos de
justicia, solidaridad, paz, fraternidad.
3. Aprendamos a leer los acontecimientos de la historia también como palabra de
Dios. No sólo en sus aspectos negativos; también los aspectos positivos y, sobre
todo ellos, son palabra de Dios: el ejemplo de tantas personas capaces de
sacrificarse por el bien de los demás; la solidaridad que se manifiesta de muchas
maneras; los esfuerzos por superar discriminaciones, marginaciones, opresiones.
En el campo de nuestra vida personal y en el de la social en el ambiente en que
vivimos, estamos llamados a trabajar para que esa palabra de Dios fructifique allí,
poco o mucho. En la Misa de cada domingo vuelve a sembrarse la palabra del
evangelio y de nuevo tomamos conciencia de esa otra palabra de Dios que llega a
nosotros en las circunstancias de la historia. La eucaristía nos da la fuerza para
seguir trabajando en la semana siguiente para que esa semilla crezca y fructifique
para ir creando un mundo más justo y más humano