Domingo XIV del Tiempo Ordinario (A)
Padre Camilo Maccise, OCD
1. Hay dos tipos de conocimiento en la persona humana: el conocimiento que dan
la ciencia y la tecnología y el conocimiento de que da la experiencia de la vida. El
primero ayuda a penetrar en la realidad del mundo, a dominar la creación, a
favorecer el progreso de la humanidad, a mejorar las condiciones materiales de la
vida. Este conocimiento científico se transforma generalmente en fuente de poder
sea a nivel personal que a nivel social. Hace que las personas se sientan superiores
y desprecien a los ignorantes. Las naciones desarrolladas también aprovechan su
superioridad científica y tecnológica para dominar económica y culturalmente otras
naciones en vías de desarrollo. El conocimiento experiencial, por el contrario, nos
ayuda a comprender el sentido de la vida, a saber encontrar soluciones a
problemas, a poder orientar a la luz de lo que hemos aprendido a lo largo de
nuestra existencia.
2. En el evangelio de hoy, Cristo nos habla precisamente de esta ciencia de la vida
iluminada por el evangelio. Nos dice que Dios se ha manifestado a los pequeños e
ignorantes y se revela en ellos. Les comunica la sabiduría del evangelio. Con eso no
quiere afirmar que debemos ser ignorantes. Cristo no condena ni la inteligencia ni
la instrucción que nos da la ciencia. Cuanto más conocemos más nos podemos
acercar a Dios. A condición de que no nos sirvamos de nuestra instrucción para
sentirnos superiores a los demás, despreciarlos y aplastarlos. La sabiduría del
evangelio consiste en saber por experiencia espiritual el verdadero sentido de la
vida y de la muerte; en conocer cómo enfrentar los desafíos de la vida; en ayudar a
mantener la esperanza en medio de las dificultades; en vivir en solidaridad fraterna
con los demás. Y esto, nos dice, Jesús, lo comunica el Padre a los pequeños y
sencillos.
3. Todos hemos tenido experiencias de gente sencilla, casi analfabeta pero
profundamente creyente que nos da el consejo acertado; que nos ofrece pistas para
resolver problemas; que nos consuela y llena de esperanza. A partir del evangelio,
Dios se manifiesta a esas personas y ellas son capaces de transmitirnos el mensaje
de Dios. Las últimas palabras del evangelio en las que Cristo nos invita a acudir a él
para que nos ayude a llevar nuestra cruz, ponen como condición el ser como él lo
fue y los son esos pequeños y sencillos, mansos y humildes de corazón, es decir,
abiertos a Dios desde nuestra pobre condición humana y cercanos y solidarios con
los demás sin sentirnos superiores a ninguno, ya que Dios se revela a los humildes
y pobres y los convierte en maestros y guías llenos de sabiduría evangélica para
orientarnos y conducirnos por los caminos de la vida.