Domingo de la Santísima Trinidad (A)
Padre Camilo Maccise, OCD
1. Desde niños hemos oído y repetido millares de veces la frase: "en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo": al iniciar la misa, en la administración del
bautismo, en la bendición final de actos litúrgicos, etc. Y, sin embargo, cuando
pensamos en Dios lo imaginamos como un ser lejano y solitario. Y eso no responde
a la realidad. Cristo nos presentó el misterio de un Dios uno en una comunión de
tres personas. Dios dentro de sí, en su vida íntima, es una comunión de amor y
todo lo que proyecta hacia afuera, todo lo que crea, es reflejo de este amor. Él nos
ha creado a su imagen y semejanza y, por tanto, para vivir en comunión de amor
entre nosotros. Y precisamente la mayor dificultad es la de las relaciones
interpersonales porque unidad y comunión se dan en la diversidad no en la
uniformidad.
2. En el Nuevo Testamento aparece claramente, aunque no comprendamos el
misterio trinitario, que en Dios se da la unidad en la diversidad. Eso nos hace
comprender que la vida de Dios es esencialmente diálogo, comunicación. Es tener
alguien a quien amamos y que a su vez nos ama. En Dios el amor es comunión,
encuentro entre iguales. Esto da un sentido nuevo a la idea que debemos tener de
Dios y a las consecuencias que se derivan para nuestra relación con él. El Padre
aparece como la fuente de la vida y del amor. Nuestra relación con él debe ser de
abandono en sus manos y de disponibilidad para aceptar sus caminos. El Hijo
asumió nuestra naturaleza humana y es para nosotros el camino para llegar al
Padre. El Espíritu Santo guía nuestra vida, nos da sus dones y debemos dejarnos
orientar por su acción.
3. Esta revelación de Dios como Uno y Trino exige de quienes la aceptamos una
norma de vida. Dios es amor y nosotros, creados a su imagen y semejanza, somos
amor. Dios se refleja en nosotros y espera de nosotros que hagamos o tratemos de
hacer aquello que él es: comunión en la diversidad. Eso comienza por las familias y
se va extendiendo a grupos más amplios hasta llegar a la Iglesia. Esta vive
precisamente en este momento el problema de grandes tensiones que impiden la
comunión porque muchas veces se quiere imponer una unidad en la uniformidad.
La Trinidad nos invita a superar este problema a través de la aceptación de la
diversidad que, por medio del amor y de la aceptación mutua haga posible una
comunión que testimonie ese Dios uno y trino revelado por Jesús. La eucaristía que
celebramos los domingos manifiesta y hace posible esta realidad.