“Esta gente malvada e infiel está reclamando una señal”
Mt 12, 38-42
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
¿SOMOS COMO LOS HOMBRES DEL ANTIGUO ISRAEL, COMO LOS ESCRIBAS Y LOS
FARISEOS?
En las dos lecturas de hoy encontramos una actitud semejante por parte de la gente: los
hombres no se fían de Dios. Tanto en el caso de los israelitas en Egipto como en el caso de los
maestros de la Ley y los fariseos existe un olvido voluntario, una cerrazón del corazón ante
cuanto Dios y Jesús han hecho de extraordinario por el pueblo. Es el tema de la ceguera, de la
cerrazón voluntaria del corazón frente a la actuación de Dios. Se trata de una actitud de
soberbia, de autosuficiencia, de rechazo de la acción de Dios cuando ésta no se adecua a las
normas establecidas por la mente humana. El hombre intenta encerrar a Dios, quitarle su
libertad, y no acepta sino aquello que el mismo hombre quiere ver y sentir.
Es una actitud de soberbia y de dureza de corazón que ha constituido siempre la llaga
constante de Israel y la cruz llevada por todos los profetas, empezando por Moisés. Cristo es el
último de estos enviados, y su Palabra sobrepasa inmensamente a la de todos los profetas
anteriores. Pero esta voz padece la amenaza de no ser escuchada, de ser entendida mal,
malinterpretada. Éste será el drama de Jesús.
Nosotros nos encontramos en el círculo de los oyentes de Jesús. Frente a su Palabra, nuestra
pregunta ha de ser: ¿somos como los hombres del antiguo Israel, como los escribas y los
fariseos, o poseemos un corazón sencillo capaz de escuchar, como los anawim (los pobres de
Yahvé), personas de corazón sencillo y sincero? De nuestra respuesta a esta pregunta
dependerá nuestra fe, nuestra confianza, nuestra misma salvación.
ORACION (3)
OH Señor Jesús, sencillo y humilde de corazón. ¡Cuán lejos me siento de esta actitud tuya de
sencillez, de humildad, de dulzura! Esta lejanía me hace percibir también el fruto de mi dureza
de corazón, de mi poca confianza, de mi poca disponibilidad a tu voluntad, de mi egoísmo, que
antepone siempre mi propia persona al bien de los otros y a tu misma gloria.
Concédeme un corazón nuevo, Señor Jesús, semejante al tuyo; un corazón abierto, dócil,
sincero, humilde, que sepa escuchar tu Palabra, que sepa obedecer a tu voluntad. Concédeme
tu Espíritu Santo, para que transforme mi vida, mi alma, mi corazón, mis principios. Que te
reflejen a ti y sólo a ti, tu corazón, tu alma, tus actitudes, y así me convierta yo en un verdadero
discípulo, en un auténtico seguidor de tus huellas.