XIII Domingo Ordinario - B
Evangelio de la Misa: Mc 5,21-43 “No temas, ten fe”
La fama de Jesús va siendo notoria por Palestina, y ya la gente le sigue
por doquier, con tenacidad y suma confianza, hasta el punto de exigirle en
algunas ocasiones, que les ayude con verdaderos milagros.
Una mujer piensa que con solo tocarle va a quedar curada, como
realmente sucedió. Al mismo tiempo “se acercó un jefe de la sinagoga que se
llama Jairo, y al verlo se echó a sus pies, rogándole con insistencia: Mi hija está
en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva”.
______________________________________________
En primer lugar, Señor, me admiran aquellas gentes,
que movidas por su fe se acercaban a Ti, para alcanzar incluso milagros.
Tu actitud, Señor, concediéndoles lo que pedían, me anima a acudir
a Ti en todos los momentos y circunstancias de mi vida.
Y a la vez me siento urgido a mantener y cultivar mi vida interior
de trato habitual contigo, de confianza total en tu amor y tu perdón,
y de reconocimiento de tu presencia amorosa en mi corazón.
Quiero recordar y saborear tus palabras a la mujer curada:
“Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud”.
Permíteme, Señor, que yo también pueda disfrutar de tus bondades;
y guiado por la fe verdadera, trabaje con más confianza y optimismo,
y esto lo manifieste en mi vida de trabajo ordinario de cada día,
y también en los momentos de prueba, sufrimiento o contrariedad.
También, Señor, quiero grabar en mi mente y en mi corazón las palabras
que dijiste a Lázaro, el jefe de la sinagoga: “No temas: basta que tengas fe”.
¡Qué consoladoras, y a la vez estimulantes, estas palabras, cuando
el miedo al qué dirán, el temor a las dificultades, el desánimo por los fracasos
y el furor por las críticas y persecuciones, me cercan y desconciertan,
y por tanto me desaniman y desorientan
para vivir con autenticidad la fe, la esperanza y la caridad!
Al contrario, me producen gran alegría, esperanza y optimismo
estas palabras tuyas: “No temas”. Gracias, Seor,
por esta lección que me das con tus palabras y con los hechos.
Que nunca la olvide, y a la vez que en ella me apoye
para perseverar en mi vida cristiana,
como lo han hecho todos los santos y demás cristianos ejemplares.
Me dices, Seor, “que la fe mueve montaas”. Lo sé y lo experimento en mí
propia vida cuando soy humilde y rezo con confianza y perseverancia cada día.
Hazme, Seor, “manso y humilde de corazn” para que nunca me falte
la fe y la confianza en tus palabras y en tu ayuda misericordiosa.
Padre Segismundo Fernandez Rodríguez