XIV Domingo Ordinario - B
Evangelio de la Misa: Mc 6,1-6 El triunfo de la humildad
Vemos Jesús en su tierra, quizá en su propio pueblo, pues todos le
conocían muy bien. También tenía que salvar a sus paisanos, y por eso predica
en la sinagoga. Todos se admiran de su sabiduría y su modo de exponer las
enseñanzas.
Podían sentirse ufanos y felices con su paisano, que se muestra tan sabio
y bondadoso. Pero no. Dudan de él, recelan y le critican, e incluso le desprecian.
Carentes de fe –en el fondo de humildad y sinceridad– no merecieron ningún
milagro, solo proporcionaron la ocasión, para hacer más famoso el refrán: “Solo
desprecian al profeta en su propia tierra”.
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Como siempre, Señor, en medio de la gente, de tu gente,
de todos los que has de salvar,
pues a todos nos ofreces tu Evangelio, o Buena Nueva.
Pero no todos están, o se ponen a disposición para escucharte
y acoger tus enseñanzas. La historia se va repitiendo ininterrumpidamente.
También ahora, Señor, percibo actitudes y respuestas a tu mensaje salvador
de indiferencia y desprecio, de recelos y tergiversaciones,
y en consecuencia de rechazo, abierto o solapado.
Para todos pido comprensión, acogida, perdón y amor.
Pero quiero aprender de tus paisanos lo que tengo que evitar,
y de tu bondadosa actitud, a la que tengo que imitar,
para que sepa ser tu discípulo, fiel y solícito, humilde y generoso,
valiente y comprometido con el prójimo,
con el mundo y con la sociedad, que me toca vivir.
Veo que hoy también, Señor, es la soberbia moral y sobre todo
la intelectual, la que busca razones y argucias, falsas justificaciones
y torticeras componendas, para no aceptar con naturalidad,
sencillez y sinceridad, tu Palabra, y por tanto para rechazar
la verdad de la vida auténtica, del amor grande y noble,
de la desbordante alegría que suponen la fe y la vida espiritual.
Para todos pido, Señor, la humildad auténtica, y la sinceridad profunda
para escuchar, conocer, acoger y “hacer la verdad”,
aunque sea exigente y comprometedora.
Que nunca olvide, Señor, esta lección de vida y santidad,
aprendiendo del reproche que lanzaste a tus paisanos:
“Solo rechazan a un profeta en su tierra”.
Y además, que siempre tenga presente tus otras palabras:
“Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón…
y encontraréis paz para vuestras almas”.
Padre Segismundo Fernandez Rodríguez