Domingo IV de Pascua (A)
Padre Camilo Maccise, OCD
1. Todos nosotros desde la infancia sentimos la necesidad de seguridad y
protección. Para ello es imprescindible descubrir que alguien nos ama y se preocupa
por nosotros; que podemos comunicarnos en profundidad con él, conocerlo y
hacernos conocer. Ordinariamente encontramos todo esto en la familia. Es más
difícil experimentarlo en la sociedad de hoy encerrada en el individualismo e
indiferente hacia los problemas de los demás. En la Iglesia la pastoral masiva hace
imposible el conocimiento entre los fieles y los sacerdotes, no se puede tener una
acogida cordial entre ellos, una convivencia en la que las personas se conocen por
nombre, no son anónimas. Una de las causas que hacen que católicos abandonen la
Iglesia y pasen a pequeños grupos cristianos o a sectas es precisamente el buscar
la posibilidad de relaciones cercanas y de ayuda mutua que esos grupos ofrecen por
lo reducido del número y por contar con líderes que conocen personalmente a sus
miembros.
2. El evangelio de hoy nos presenta a Cristo como el Buen Pastor que nos conoce
por nombre y que cuestiona, por lo mismo, la dimensión masiva de la pastoral de la
Iglesia que imposibilita o dificulta las relaciones interpersonales que deberían existir
entre los sacerdotes y los fieles y entre éstos. La parábola del Buen Pastor, nos
enseña que la amistad es un ingrediente esencial de la pastoral a partir de conocer
de cerca y compartir de alguna manera la vida de los demás. Eso es sólo posible en
comunidades más pequeñas donde todos se conocen, dialogan, buscan juntos la
solución a los problemas. De ahí la importancia de las Comunidades Eclesiales de
Base, que como comunidades integran familias, adultos y jóvenes, en íntima
relación interpersonal en la fe. Como eclesiales son comunidades de fe, esperanza y
caridad; celebran la palabra de Dios en la vida, a través de la solidaridad y
compromiso con el mandamiento nuevo del Señor y hacen presente y actuante la
misión eclesial y la comunión visible con los legítimos pastores. Son de base por
estar constituidas por pocos miembros, en forma permanente y a manera de
células de la gran comunidad.
3. Tenemos que volver a tomar conciencia de la dimensión comunitaria de la vida
cristiana. Recordar que Cristo, Buen Pastor, nos acompaña en todos los momentos,
nos conoce personalmente, nos ama. Nos pide que reunidos con otros creyentes
nos expresemos mutuamente eso que el Buen Pastor tiene con nosotros: cercanía,
empatía, amor, solidaridad. Para ello debemos tener abierto nuestro corazón para
escuchar la voz de Jesús y la disponibilidad para seguirlo con la certeza de que él
nos acompaña siempre aun en medio de la oscuridad de situaciones difíciles. Las
parroquias gigantescas deberían estructurarse a partir de pequeñas comunidades,
ser comunidad de comunidades.
Camilo Maccise