Domingo III de Pascua (A)
Padre Camilo Maccise, OCD
1. Nuestra fe, como la de los discípulos de Emaús es con frecuencia débil cuando
suceden cosas inesperadas o que no alcanzamos a comprender. Eso nos
desconcierta y nos preguntamos el porqué de acontecimientos dolorosos; de
situaciones humanamente inexplicables que nos dejan la impresión de caminar a
tientas, de ir a la deriva. Pasamos por noches oscuras en el camino de la fe. Nos
preguntamos dónde está Dios. Vivimos la experiencia de la desilusión que cuestiona
nuestra esperanza y destruye nuestra lógica humana. Nos quejamos con Dios al
sentirnos abandonados por Él. De nada sirve el hablar y discutir entre nosotros, ni
el buscar juntos una explicación. Los caminos de Dios nos desconciertan. Muchos
pierden la fe y se encierran en un indiferentismo total.
2. El evangelio de hoy nos presenta el episodio de los discípulos de Emaús. El
camino que ellos recorren es el camino de maduración en la fe que descubre
gradualmente que Dios nos acompaña siempre y en todo aunque no nos damos
cuenta. Iban hablando y discutiendo sobre todo lo que había pasado en Jerusalén:
la pasión y muerte de Jesús. Habían puesto su esperanza en Él y de repente se
desmoronó. Jesús se acerca a ellos y les pregunta sobre el porqué de su tristeza.
Ellos desahogan sus sentimientos, pero no se dan cuenta de la presencia de Cristo.
Él los reprende por su falta de fe y les explica las Escrituras, pero ni aún así lo
reconocen. Se les abrirán los ojos cuando tendrán un gesto de caridad ofreciendo
hospedaje a ese desconocido. Entonces se dan cuenta de que Jesús resucitado está
presente y camina con nosotros pero que sólo lo reconocemos cuando tenemos
hacia los demás gestos de amor concreto y eficaz.
3. Nosotros somos los discípulos de Emaús. Vamos por la vida hablando y
discutiendo y Jesús nos acompaña. No debemos temer la discusión. En ella también
está presente el Señor, pero allí no lo descubrimos. Tampoco lo descubrimos
aunque algo nos hace percibir su presencia cuando leemos su Palabra. Sólo cuando
vivimos el amor fraterno se nos abren los ojos de la fe y experimentamos su
presencia y cercanía en los acontecimientos, en su Palabra que los aclara, en la
Eucaristía -la fracción del pan-, y nos hacemos capaces de proclamar que Cristo
resucitado es nuestro compañero de ruta pero que solamente lo experimentamos
cuando vivimos el amor concreto y eficaz. Y entonces el Espíritu Santo nos ayuda a
ver los acontecimientos con los ojos de Jesús.
Camilo Maccise