Domingo de Resurrección (A)
Padre Camilo Maccise, OCD
1. Se dice, y con razón que vivimos en una cultura de muerte en la que la vida
humana no cuenta. Por millares mueren cada día seres humanos a causa de la
miseria, del hambre, de las guerras, de la injusticia, del crimen organizado. Las
noticias ponen de relieve sólo esos aspectos que, como un tsunami destruyen todas
las esperanzas de construir sociedades justas y humanas para todos. Es la realidad
del pecado personal y del pecado social que se manifiesta en las estructuras
sociales, económicas, políticas en un mundo globalizado. Todos los intentos por
transformar la cultura de muerte en cultura de vida chocan con el egoísmo humano
que nos impide amar y ser libres interiormente y que impide a la sociedad de ser
justa y fraternal. Sociedad que genera opresión, miseria, violencia y toda forma de
servidumbre humana.
2. La resurrección de Cristo abre para nosotros horizontes de esperanza y nos
impulsa para superar la cultura de la muerte. Él ha puesto en marcha la posibilidad
de superar las esclavitudes internas y sociales, cuya raíz está en el pecado, que Él
ya ha vencido con su muerte y su resurrección. Por eso, no debemos temer, como
dijo el ángel a las mujeres y Cristo les confirmó cuando las invitó a no tener miedo.
La resurrección de Cristo no es sólo una realidad del pasado. Cristo vive
liberándonos de todas las esclavitudes y de todos los miedos para transformarnos
en hombres nuevos y plenamente libres como Él, en la felicidad de nuestra propia
resurrección. Al mismo tiempo, su presencia en el corazón del mundo y de la
historia es una garantía de que nuestras sociedades de muerte serán, al final,
definitivamente libres y fraternales, "cielos nuevos y tierra nueva".
3. Como las mujeres del evangelio y como los apóstoles debemos buscar en el
mundo en que vivimos la presencia del Señor; aprender a descubrirlo presente y
actuando en todo lo bueno que se realiza. Allí se revela. El bien, la belleza, la
generosidad, la fraternidad, la solidaridad son signos de su presencia. Son como
chispas de vida y de resurrección. También podemos encontrar a Cristo resucitado
en los evangelios que nos ponen en contacto con su vida y su mensaje; en la
eucaristía que nos une a Él y crea fraternidad; en nuestros hermanos,
especialmente en los pobres y necesitados en los que nos cuestiona e interpela.
Igualmente encontramos al Resucitado en los signos de los tiempos que Él anima
por su Espíritu: en la solidaridad, en las aspiraciones de justicia y de liberación en
el mundo; en las luchas y sufrimientos de tantas personas. Estamos llamados no
sólo a experimentar la presencia de Cristo resucitado sino también anunciar a los
demás este alegre mensaje de esperanza. Debemos proclamar con nuestras
palabras y nuestra manera de vivir que Cristo vive, que nos ha liberado y que es
nuestra esperanza.
Camilo Maccise