III Domingo de Cuaresma, Ciclo A.
Padre Camilo Maccise, OCD
1. El agua es un elemento natural que es fuente de vida. Donde no hay agua no
hay vida. El agua limpia y purifica y también quita la sed. En ocasiones, cuando se
desborda, inunda y destruye. El agua es un símbolo muy utilizado en el Nuevo
Testamento, especialmente en el evangelio de Juan. Es símbolo del Espíritu, de la
búsqueda de sentido de la vida. Tenemos sed de conocer la verdad; de comprender
el por qué de las cosas. Hoy en día vivimos en un mundo de confusión, de
ideologías encontradas, de vacío existencial que podemos expresar con el símbolo
de la sed. Especialmente personas que tienen todo y en abundancia se sienten
insatisfechas y llegan en algunos casos incluso al suicidio. Se muere de sed por no
tener el agua de una explicación que satisfaga los anhelos del corazón humano.
2. El evangelio de hoy gira alrededor del agua. Jesús, del agua natural para quitar
la sed eleva a la samaritana a otra agua que quita definitivamente la sed: un agua
viva capaz de dar la vida eterna; que quita de una vez para siempre la sed y puede
convertirse en un manantial que llega a otras muchas personas. Esa agua es en el
fondo el anuncio del Reino, del proyecto de Dios sobre la humanidad en el cual
todos estamos llamados a colaborar. Especialmente Jesús ofrece una nueva idea de
Dios y de la forma de relacionarnos con Él. No está ligada a un lugar, ni a unas
estructuras. Se realiza en espíritu y en verdad. Es decir, guiados por el Espíritu y
siguiendo las enseñanzas de Cristo que es la verdad. Es precisamente esta verdad
la que nos hace libres porque nos hace comprender el sentido de la vida y de la
muerte; de lo presente y de lo futuro; de la cruz y el sufrimiento.
3. Si queremos beber el agua que se convierte en manantial que salta a la vida
eterna, necesitamos como los samaritanos, escuchar la Buena Noticia de salvación;
creer en ella y ponerla en práctica. Pero, sobre todo, estamos llamados a dar culto
a Dios en espíritu y en verdad a través de una oración, diálogo de amistad con Dios
que sabemos nos ama. Santa Teresa nos ha invitado a ello. Fue gran devota de
este pasaje evangélico porque vio en él concretizado el itinerario orante que lleva
gradualmente a descubrir al Señor. Ella no se cansaba de pedir a Jesús que le diera
a beber esa agua. Decía Jesús que si creemos en Él "ríos de agua viva manarán de
nuestro seno". Esto lo decía del Espíritu que se nos iba a comunicar. Guiados por el
Espíritu nuestra sed de comprensión del sentido de la existencia humana será
saciada y podremos comunicarla a los demás.
Camilo Maccise