II Domingo de Cuaresma, Ciclo A.
Padre Camilo Maccise, OCD
1. Hemos sido creados para la felicidad, pero nunca conseguimos experimentarla
plenamente. Nuestra vida en la tierra está hecha de alegrías y tristezas; de
momentos de paz y de períodos de tensiones; de preocupaciones y de situaciones
serenas. Cristo habló siempre con claridad de nuestra condición en este mundo y de
la necesidad, si queremos ser sus discípulos, de llevar la cruz del cumplimiento de
nuestra misión. Pero siempre que habló del dolor y del sufrimiento nos enseñó que
ellos no tienen la última palabra. La última palabra la tienen la vida, la resurrección,
la felicidad sin fin. Con frecuencia nos olvidamos de estas enseñanzas de Jesús y, o
bien nos desalentamos y perdemos la esperanza cuando nos encontramos
sumergidos en la prueba; o nos resignamos con fatalismo a soportarla.
2. Dios conoce nuestra condición humana y, por eso, en el camino de la vida nos
hace pregustar en algunos períodos esa felicidad definitiva para la que nos ha
creado. Este es el sentido de la transfiguración. A través de ella, Jesús quiso que los
discípulos experimentaran lo que será el final del camino del dolor y del
sufrimiento. Al mismo tiempo les hizo comprender que nosotros para que podamos
tener esa experiencia necesitamos vivir en comunión con Él, escuchar y poner en
práctica sus palabras. Y eso lo realizamos en la oración. Jesús se transfigura
mientras ora. En el diálogo con Él en la oración aprendemos que por la cruz se va a
la luz. Incluso es allí donde podemos tener momentos de transfiguración que
renuevan nuestra confianza y nuestra esperanza y hacen desaparecer el miedo.
3. Terminado el momento de la transfiguración Jesús vuelve a la realidad de su
camino que lo llevará al calvario. También los discípulos son invitados a levantarse
y a no temer y a conservar en su memoria esa experiencia alentadora. Sobre todo
son invitados a poner la mirada en Jesús. En nuestra vida todos tenemos
momentos de transfiguración: experiencias de la cercanía y de la presencia de
Dios; experiencias de fraternidad y solidaridad. En ellas debemos pregustar esa
felicidad plena y definitiva a la que estamos llamados. De ellas debemos sacar
fuerza, ánimo y esperanza para enfrentar las situaciones difíciles de un mundo en el
que la angustia, la desesperación, la desesperanza parecen cerrar el horizonte a la
posibilidad de un futuro mejor. Es, sobre todo en la oración, donde el Señor nos
concede momentos de transfiguración que iluminan nuestro camino y nos alientan
para seguir cumpliendo nuestra misión.
Camilo Maccise