IV Domingo de Adviento, Ciclo A
Camilo Maccise, OCD
1. En nuestro tiempo hay una búsqueda continua de lo extraordinario, sobre todo
en el campo religioso. Abundan pretendidas visiones, apariciones, revelaciones,
secretos. Se olvida con frecuencia que los caminos de Dios se abren paso en las
circunstancias concretas de la historia y que exigen finalmente una búsqueda en la
fe. La experiencia de Dios se da en la vida de cada día. Es allí donde se van
realizando sus planes que nos sorprenden porque tienen otra lógica diversa de la
nuestra.
2. En el salmo responsorial hemos cantado que el Señor, el Rey de la gloria, entra
en nuestra historia. Cuando podríamos pensar que lo haría por la puerta de un
palacio real, él se introduce por el camino normal de la humanidad. Nace de una
mujer, en un determinado tiempo y lugar. Y es precisamente la Virgen María, mujer
sencilla de Nazaret, quien ha sido escogida para que el Hijo de Dios se haga en
todo semejante a nosotros excepto en el pecado y se convierta en un Emmanuel:
Dios-con-nosotros. María es la Virgen del Adviento, de la venida del Señor. En ella
encontramos a una peregrina de la fe y de la esperanza. Dios no le dispensó las
búsquedas y cruces de la condición humana. El evangelio de hoy ilustra la condición
humana de su maternidad. Dios quiso venir a la tierra en la humildad de un hogar
que pasó por las oscuridades y malos entendidos de cualquier familia, superados
por la fidelidad de María a las promesas de Dios y por la lealtad de José a su mujer
y a los signos de Dios.
3. María y José nos enseñan en Adviento a vivir nuestro propio Nazaret y a
encontrarnos allí con Jesús. Como ellos estamos llamados a vivir abiertos a los
caminos incomprensibles de Dios y a cumplir nuestra misión en las condiciones
ordinarias de la vida y en la rutina de cada día. Es allí donde debemos descubrir al
Dios-con-nosotros y trabajar con una esperanza activa para que el reino de Dios se
abra paso en el mundo. María es nuestra compañera en la ruta de esa esperanza.
Nos ha sido dada como Madre para alimentar esa esperanza con su intercesión y
con su presencia misteriosa en nuestra vida. En Adviento aparece de manera
especial nos "precede con su luz... como signo de esperanza cierta y de consuelo
hasta que llegue el día del Señor" (LG 68).
Camilo Maccise