XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
1R 3, 5. 7-12; Sal 118; Rm 8, 28-30; Mt 13, 44-52
"El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al
encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende
todo lo que tiene y compra el campo aquel"."También es semejante el Reino de los
Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y sientan, y
recogen peces de todas clases; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan,
y recogen en cestos los buenos y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo:
saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el
horno de fuego; allí será el llanto y rechinar de dientes". "¿Habéis entendido todo
esto?". Dícenle: 'Sí'. Y les dijo: 'Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del
Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de su arca cosas
nuevas y cosas viejas".
Con el presente domingo se termina el ciclo de las parábolas del evangelio según
san Mateo. Es importante hacer una referencia breve sobre el sentido de las
parábolas como medio empleado por Jesús para hacer el anuncio del Reino entre
las gentes. Al respecto nos dice el Papa Benedicto XVI: Las parábolas
evangélicas son breves narraciones que Jesús utiliza para anunciar los misterios del
Reino de los Cielos. Al utilizar imágenes y situaciones de la vida cotidiana, el Señor
“quiere indicarnos el auténtico fundamento de todo. Nos muestra... al Dios que
actúa, que entra en nuestras vidas y nos quiere tomar de la mano" (Jesús de
Nazaret I, Benedicto XVI-Joseph Ratzinger, La esfera de los libros, 2007). Con estas
reflexiones, el divino Maestro invita a reconocer ante todo la primacía de Dios
Padre: donde no está, no puede haber nada bueno. Es una prioridad decisiva para
todo. Reino de los cielos significa, precisamente, señorío de Dios, y esto quiere
decir que su voluntad debe ser asumida como el criterio-guía de nuestra
existencia (Benedicto XVI, Ángelus, 17 de julio de 2011).
En la parábola sobre el tesoro, que es exclusiva del evangelio de San Mateo,
encontramos un tema diferente, mientras otras parábolas hablan del reino y de sus
miembros en cuanto grupo, ésta va dirigida a la persona como individuo. En ella se
nos dice que el hombre vende todo lo que tiene, es decir deja de lado sus
posesiones terrenales y bienes que hasta entonces le han dado el sentido o
significado a su vida, para acoger con alegría una nueva riqueza encontrada. De
esta manera la parábola está significando que el Reino invita a una renuncia total,
porque el valor supremo del Reino será el premio ansiado. Por ello el que encuentra
un tesoro no da cuentas al propietario del campo sino que de inmediato se lanza a
la búsqueda de los medios necesarios para alcanzar aquella riqueza que se
vislumbra.
San Gregorio nos dice al respecto: El tesoro escondido en el campo significa el
deseo del Cielo, y el campo en que se esconde el tesoro es la enseñanza del estudio
de las cosas divinas: “Este tesoro, cuando lo halla el hombre, lo esconde”, es decir,
a fin de conservarlo; porque no basta el guardar el deseo de las cosas celestiales y
defenderlo de los espíritus malignos, sino que es preciso además el despojarlo de
toda gloria humana Compra sin duda el campo después de haber vendido todo lo
que posee aquél que renunciando a los placeres de la carne echa debajo de sus pies
todos sus deseos terrenales por guardar las leyes divinas (San Gregorio, Tratado
12, sobre el Evang de San Mateo).
El encuentro con Cristo produce en nosotros un cambio radical, una conversión
profunda. Y no hay que pensar que es imposible o difícil dejarlo todo, porque quien
ha encontrado a Cristo no puede reservarse esa alegría y ese tesoro para sí mismo.
El gozo del encuentro con el tesoro que cambia la vida nos impulsa, como Cristo, a
hacernos un don para el otro. El Beato Papa Juan Pablo II dice: «... las parábolas
del tesoro escondido y de la perla preciosa (Mt 13, 44-46), expresan el valor
supremo y absoluto del reino de Dios: quien lo percibe, está dispuesto a afrontar
cualquier sacrificio y renuncia para entrar en él... (Juan Pablo II, Catequesis
Jesucristo, inauguración y cumplimiento del Reino de Dios, 18 de marzo de 1987).
En la parábola de los peces y de la red, podemos notar cercanía con la de la cizaña.
En ésta aparece incluso más claro el tema de la presencia de buenos y malos en la
Iglesia, y es idéntica la solución escatológica, la elección final. En el versículo inicial
no se menciona a los buenos o los malvados, sino que dice simplemente "de todo
género", por consiguiente el reino se presenta como universal en su amplitud,
porque el Señor no hace acepción de personas e invita a todos a alcanzar la
salvación sin excluir a nadie. El Beato Papa Juan Pablo II dice en una de sus
catequesis: Esta parábola explica la coexistencia y, con frecuencia, el
entrelazamiento del bien y del mal en el mundo, en nuestra vida y en la misma
historia de la Iglesia. Jesús nos enseña a ver las cosas con realismo cristiano y a
afrontar cada problema con claridad de principios, pero también con prudencia y
paciencia. Esto supone una visión trascendente de la historia, en la que se sabe que
todo pertenece a Dios y que todo resultado final es obra de su Providencia. Como
quiera que sea, no se nos oculta aquí el destino final ―de dimensión escatológica―
de los buenos y los malos (Juan Pablo II, El crecimiento del reino de Dios según
las parábolas evangélicas, 25 de septiembre de 1991).
El evangelio habla del tesoro, este tesoro según la tradición de la Iglesia es Cristo,
pues Cristo es el Reino de los Cielos que se nos ha revelado, la Vida Nueva, por eso
quien acoge a Cristo, nace de lo alto, el hombre nuevo. Cuando el evangelio nos
refiere a que algún escriba saca el antiguo ídolo viejo nos están anunciando esta
historia salvífica que Dios anunció en el Antiguo Testamento a través de los
profetas y que ha llagado a su cumplimiento en Cristo la revelación de Dios el
nuevo Adán. Por eso nuestra vida sin Dios podemos haberla vivido como una
historia de muerte, pues la hemos sentido trágica, vacía, sin sentido; pero cuando
hemos recibido el anuncio del evangelio, la Buena Noticia, hemos acogido a Cristo
en nuestro corazón, nuestra vida se transforma en una historia de salvación, en el
escenario donde contemplamos y experimentamos el amor misericordioso de Dios
Padre.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar