“la buena semilla son los ciudadanos del Reino”
Mt 13, 36-43
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
HEMOS DE PREGUNTARNOS SI NO DEJAMOS QUE LA CIZAÑA AHOGUE LA
BUENA SEMILLA CON OTROS MODOS DE PENSAR Y DE VIVIR LA RELACIÓN
CON DIOS.
En el texto del Éxodo que hemos leído hoy produce una gran impresión la intimidad que
vive Moisés con el Dios, tres veces Santo, revelado en el Antiguo Testamento. En
efecto, Dios hablaba con él «cara a cara, como un hombre habla con su amigo» (Ex
33,11). Se explica así tanto la admiración que este comportamiento suyo suscitaba
en el pueblo, más sensible a la distancia de Dios que a su proximidad, como la
audacia con la que intercedía en su favor, a fin de que pudiera continuar siendo la
heredad de Dios, a pesar de su «dura cerviz».
Naturalmente, Moisés no llegó a la familiaridad que Jesús vivió con Dios, una familiaridad
que inculcó también a sus seguidores. En efecto, Jesús se atrevió a invocar a Dios
con el afectuoso nombre de «Abbá» (Mc 14,36; Rom 8,15; Gal 4,6); una expresión
que se usaba en el seno de la intimidad familiar para dirigirse al propio padre, y que
ningún judío de su tiempo se hubiera aventurado a usar en sus relaciones con Dios.
Jesús, sin embargo, la utilizó constantemente, sin preocuparse del escándalo que
esa innovación podía suscitar en sus adversarios. Quizás también por esto le
condenaron como blasfemo (cf: Mt 26,65). Y no sólo la empleó él mismo, expresando
de este modo su modo extremadamente íntimo de relacionarse con Dios, sino que
animó también a sus oyentes a hacer lo mismo. Jesús quería que todos vivieran en
presencia de Dios, como ante aquel «Dios clemente y compasivo, paciente, lleno de
amor y fiel» que había pasado ante Moisés revelándole su nombre (Ex 34,6).
En este sentido se puede entender también la «buena semilla» sembrada por el Hijo del
hombre de la que nos habla el evangelio de hoy (Mt 13,37). Hemos de preguntarnos
si no dejamos que la cizaña ahogue la buena semilla con otros modos de pensar y
de vivir la relación con Dios. En efecto, con frecuencia el Dios-Abbá, tierno y
misericordioso, es sustituido en nuestra vida por otros dioses que no tienen nada que
ver con Aquel cuyo rostro nos fue revelado por Jesús. Esos dioses engendran en
nosotros actitudes que andan lejos de las que Jesús vivió intensamente e inculcó
con la misma intensidad en quienes querían seguirle.
ORACION
Señor Jesús, tu viviste una intimidad intensísima con Dios. Le llamabas «Abbá», con
toda la ternura familiar que tal nombre incluye. De este modo, abriste un camino
nuevo en la humanidad por lo que respecta a las relaciones con el misterio magno y
último de la realidad, con ese misterio que nosotros llamamos Dios.
Muchos de los hombres de tu tiempo no te comprendieron; más aún, fueron muchos los
que se escandalizaron y te intimaron y condenaron por esto como blasfemo. Estaban
acostumbrados a un modo de tratar con Dios que se inspiraba más en el temor y en
la distancia que en el amor y la proximidad. Pero también hay hombres y mujeres en
nuestros días que no te comprenden en este punto, y tal vez entre ellos estemos
también nosotros mismos. Más de una vez ofrecemos el terreno de nuestros
corazones a la cizaña sembrada por el enemigo, y la buena semilla de tu manera de
invocar a Dios y de relacionarte con él queda ahogada por nuestra ceguera y por
nuestra hipocresía. Queremos decirte, Señor, que creemos en ti y, como el apóstol
Felipe en la última cena, te repetimos con fe: “Señor, muéstranos al Padre y nos
basta” (Jn 14,8).