EL SERVICIO DE LA FE
(DOMINDO XXI T.O. Ciclo A)
25 agosto 2002
En este domingo, la liturgia nos presenta al grupo de los discípulos como una
familia jerarquizada. Es decir, como un grupo, en que existen diversas
responsabilidades o tareas, cada una de las cuales tiene su importancia. Hoy,
concretamente, se nos habla de la tarea de gobierno. Se refiere Jesús a Pedro: "Tú
eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia".
Es importante descubrir que la raíz de toda responsabilidad en la Iglesia está en la
fe.
Primero, para poder asumirla: El que no tiene fe no podrá jamás decidirse a aceptar
una responsabilidad a favor de los demás. Así de claro. ¿Por qué? Porque no
entenderá que deba complicar su vida en favor y al servicio de los otros. Pensará
que su vida es suya, y que nadie tiene derecho a complicársela.
Y segundo, para poder ejercerla: El que no tiene fe no podrá jamás desempeñar su
tarea con espíritu de entrega y de servicio. Así de claro también. ¿Por qué? Porque
no entenderá que toda responsabilidad es para el bien y ayuda de los demás.
Pensará que el que manda es el que manda, y que los demás tienen que aceptarlo
así.
En definitiva, queda claro que la "superioridad" en la Iglesia se sitúa en el campo de
la fe: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre". Y no saben contestar. Sólo
Pedro, por una revelación especial, es capaz de afirmar: "Tú eres el Mesías, el Hijo
de Dios vivo". Es superior por su fe. Es el que ha descubierto, en realidad y
correctamente, quién es Jesús. Es, por eso, el que puede gobernar, ayudar,
acompañar con seguridad a sus hermanos.
En definitiva, eso es un creyente cristiano: el que ha descubierto la identidad
verdadera de Jesús de Nazaret, que es hombre ¡y Dios verdadero! Y eso es lo que
se exige fundamentalmente a aquellos que se sienten llamados a desempeñar
cargos de "dirección" dentro de la vida de la comunidad. Y, en definitiva,
descubrimos así cuál es la función del ministerio, y, con él, de la Iglesia toda:
proclamar y ayudar a descubrir quién es Jesús de Nazaret. No es otra su tarea en el
mundo. No es otra su autoridad en medio de los hombres. No es más que este el
servicio que debe prestar a todos.
Hablamos en general. Pero es patente la claridad del texto evangélico (Mt 16, 13-
20) al hablar de Pedro. Todo lo que hemos dicho vale para todos y cada uno de los
miembros de la Iglesia, y, si queréis, especialmente para los que asumen
responsabilidades especiales. Pero hay un servicio, el de Pedro, que
necesariamente se sitúa en este ámbito de la fe. Es verdad que supone una
capacidad especial, por encima de todos los otros: las llaves, atar y desatar... Es
verdad que, para desempeñar ese servicio, necesitará tener unas ciertas
capacidades muy especiales, que lo sitúan por encima de los demás... Pero también
es verdad que su raíz está en lo que podríamos llamar la densidad y claridad de su
fe. En eso debe aventajar a los demás. Y desde ahí debe desempeñar su especial
servicio. El Papa, que es el que continúa el servicio de Pedro en medio de la
comunidad de la Iglesia, debe presidir en la caridad, debe ser el punto de referencia
segura para la fe de todos, debe ser el punto de unidad para todas las
comunidades... En eso, y no en otros aspectos, está su primacía y su servicio.
¡Si entendiéramos esto, cuántas cosas cambiarían! Por concretar en dos aspectos:
Tendríamos, en primer lugar, muchos más cristianos que entendieran que su vida
puede ponerse desinteresadamente al servicio de los otros. Pero, ¡si lo que no
acabamos de cuidar y vivir con hondura es una actitud de fe, entendida como algo
que, desde Jesucristo, cambia radicalmente la vida! Y, además, los que gobiernan
la Iglesia mantendrían un estilo que se parecería más a Jesús de Nazaret que a
cualquier otro mandatario de la tierra, porque lo suyo es otra cosa bien distinta a
ser autoridad como lo entendemos en los otros ámbitos.
Miguel Esparza Fernández