“Un profeta es despreciado solamente en su pueblo y en su familia”
Mt 13, 54-58
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
EL HIJO DEL CARPINTERO
El Evangelio de hoy nos invita a reflexionar sobre la necesidad de captar la presencia de
Dios en nuestra vida cotidiana. Es probable que los paisanos de Jesús estuvieran
acostumbrados a encontrar a Dios en las grandes solemnidades festivas y en medio de las
convocaciones de las que habla la primera lectura. En ellas, entre el incienso de las
imponentes celebraciones y la sangre de los sacrificios ofrecidos en su honor, captaban la
majestuosa presencia del Dios que había liberado a sus antepasados de la esclavitud de
Egipto y les había guiado paso a paso, a través del desierto, en la conquista de la tierra
prometida.
Por otra parte, también estaban acostumbrados desde hacía aos al trato familiar con “el
hijo del carpintero”, Jesús, a quien habían visto crecer entre ellos como uno de tantos.
Conocían a su madre, a sus hermanos y hermanas. Y ahora le veían ante ellos,
pronunciando en la sinagoga unos discursos que les dejaban desconcertados. No
conseguían conectar la vida cotidiana de un Jesús “ordinario y común” con la
manifestación de su Dios. No conseguían ir mas allá de lo habitual para captar lo que no
era habitual en él. Y así andaban escandalizados por su causa, sin llegar a la fe en él. Con
ello perdieron la ocasión de un encuentro de salvación con Dios, un encuentro que habría
podido cambiar definitivamente su vida.
Esto mismo supone también un riesgo constante para nosotros: esperar encontrar a Dios
sólo en circunstancias extraordinarias, en aquello que, según cierto modo de pensar, nos
puede parecer que está más de acuerdo con su modo divino de ser, y no captar su
presencia en la vida diaria. Sin embargo, precisamente por medio de Jesús, Dios nos ha
hecho saber que manifiesta su presencia en la totalidad de la existencia, que hasta las
cosas más pequeñas están penetradas por su presencia, porque él no es un Dios lejano,
sino muy próximo. El desafío que brota de aquí es el de conseguir descubrirle y acogerle
con gozo. Lo que en apariencia es obvio y se da por descontado, lo que pertenece a la
vida de todos los días, lo que ya no llama la atención en las personas y en las cosas a las
que estamos acostumbrados, es, para quien cree, como una especie de “sacramento” de
la presencia benévola de Dios. La vigilancia a la que tantas veces nos invita Jesús en el
Evangelio se refiere también a esto: es preciso que mantengamos los ojos bien abiertos,
para no dejar escapar la dimensión divina que tienen todas las cosas. La fe las hace todas
transparentes, mientras que su falta las hace todas opacas.
ORACION
Te pedimos, oh Señor, que nos des unos ojos para ver tu presencia y tu acción salvífica
dirigida a cada uno de nosotros en las realidades más comunes y ordinarias de la vida.
Captar tu presencia en ciertos momentos extraordinarios de la vida no es demasiado difícil;
es algo que se impone en cierto modo por sí mismo. Lo difícil es descubrirte en “el hijo del
carpintero”, en aquel a quien la vida nos ha acostumbrado y ya no nos llama la atencin.
Es una tarea difícil, pero también muy fecunda y gozosa para quien, en la fe, se confía a tu
misterio.
Con tu ayuda, con el “colirio” que puedes aplicar a nuestros ojos (cf Ap 3,18),
“recuperaremos la vista” y podremos descubrirte hasta en las más pequeas y
acostumbradas cosas de la vida. Y entonces celebraremos una fiesta, como hicieron Jesús
y nuestros hermanos y hermanas santos. Señor, danos un corazón sencillo y humilde que
consiga captar tu paso en la brisa ligera, en el rostro de un pobre y de un niño, igual que
en el cielo silencioso de una noche plena de estrellas y de tu presencia inconfundible y
llena de paz.