ANTE EL MIEDO… OREMOS
Por Javier Leoz
1.- Había quedado atrás aquel milagro espectacular de la multiplicación de los
panes y de los peces. Los discípulos, sin pensárselo dos veces, subieron a la barca
invitados por Jesús.
Con aquel Señor que cumplía lo que decía, que multiplicaba a miles, panes y peces,
merecía la pena ser seguido y obedecido. ¡Qué mejor seguridad que caminar con
tan buen cayado!
Pero, como en las películas, en el seguimiento a Jesús hay escenas de miedo.
Momentos donde parece detenerse la felicidad. Instantes que uno quisiera pasar
rápidamente para llegar al final cuanto antes.
Los discípulos se embarcaron en aquella aventura que Jesús les sugirió. Pronto
comenzaron las dificultades. Las aguas turbulentas, el mar embravecido les hizo
comer su propia realidad: seguir a Jesús no implica vivir al margen de las pruebas,
de los sufrimientos o de los temores. Eso sí, vivir con Jesús, aporta la fortaleza y
serenidad necesarias para seguir adelante y para que nunca, las zancadillas, sean
mayores que nuestra capacidad para sortearlas.
2. - Uno, cuando es creyente convencido (no solo bautizado) pone sus afanes no
solamente en la exclusividad de sus fuerzas y carismas. Jesús, aún siendo Hijo de
Dios, necesitaba de ese “tú a tú” de la oración. Escogía espacio y tiempo, lugares y
silencio para un coloquio con Dios.
A Jesús, en su experiencia de Getsemaní, se le diluyeron los miedos y las ganas de
renunciar a su misión, por el contacto íntimo con Dios. ¿No será que nuestras
fragilidades y cobardías son fruto de nuestra deficitaria comunión o comunicación
con el Señor?
3.- ¡No tengáis miedo! Nos dice el Señor en este domingo. En pleno verano y con
un sol de justicia, buscamos sombrillas y lociones que nos hagan más llevadero el
tórrido calor. Tenemos miedo a quemarnos y miedo al dolor. La fe, cuando está
sólidamente fundamentada y enganchada en Jesús, es la mejor sombrilla y la mejor
loción que podemos utilizar para evitar quemaduras en el alma y sonrojo en el
rostro.
Estamos en unos tiempos donde hemos de saber contemplar la presencia de un
Dios que nos está tensando un poco. Que está purificando nuestro discipulado.
Nuestra pertenencia a su pueblo.
4.- Hoy, como Pedro, gritamos aquello de ¡Señor, sálvame! Dejemos un margen de
confianza al Señor. Lancémonos a las aguas de nuestro mundo sin miedo a ser
engullidos por ellas. Si, el Señor va por delante, tenemos las de ganar. El es el
dueño de la barca. El sentido de nuestra historia. El fin de nuestra oración y de
nuestra entrega. En el silencio aparente, en la ausencia dolorosa es donde hemos
de aprender a buscar y a ver el rostro del Señor que, un domingo más y en pleno
verano, nos grita: ¡Animo soy yo, no tengáis miedo!
5.- TENGO MIEDO, SEÑOR
A que tu barca, la barca de tu Iglesia,
me lleva a horizontes desconocidos
A que, tu Palabra, veraz y nítida
deje al descubierto el “pedro”
que habita en mis entrañas.
TENGO MIEDO, SEÑOR
De caminar sobre las aguas de la fe
De nadar contracorriente
De mirarte y estremecerme
De hundirme en mis miserias
y en mis tribulaciones
en mi falta de confianza
y…de mis exigencias contigo.
TENGO MIEDO, SEÑOR
De que me vean avanzando
en medio de las olas del mundo
con las velas desplegadas de la fe
Que me divisen, de cerca o de lejos,
navegando en dirección hacia Ti
TENGO MIEDO, SEÑOR
De que, en las dificultades,
no respondas como yo quisiera
Que, en las tormentas,
no me rescates a tiempo
Que, en la lluvia torrencial,
no acudas en mi socorro.
Por eso, porque tengo miedo, Señor,
mírame de frente, de costado y de lado
para que, en mis temores,
Tú seas el Señor
El Señor que venga en mi rescate.
Amén