“El Señor es bondadoso y de gran misericordia” (Sal. 144, 8)
La liturgia de este domingo nos sitúa frente a la bondad y a la Providencia de Dios. En el texto
de Isaías 55, 1-3 el Señor invita a los hebreos desterrados en Babilonia a que no tengan miedo
de volver a su patria, por temor a pasar necesidades. El proveerá largamente todo lo que
necesiten: “Oid sedientos todos acudid por agua, también los que no tenéis dinero: Venid
comprad trigo; comed sin pagar, vino y leche de balde” (Is. 55,1). Ciertamente que el Señor se
refiere a la comida y a la bebida que son bienes de la tierra y que El los da a quien quiere; pero
se refiere también a lo bienes mesiánicos que en el Antiguo testamento se simbolizan por
medio de los bienes materiales, agua, vino, leche y manteca. En los versículos siguientes dice
el profeta en nombre de Dios: “Inclinad el oído, venid y escuchadme y viviréis. Sellaré con
vosotros una Alianza perpetua, la promesa que aseguré a David” (Ib.3). Es verdad que Dios
provee a nuestras necesidades materiales, pero mucho más a las necesidades espirituales: Y
la gran promesa que saciará el corazón de las Israelitas y el de toda la humanidad es Jesús, el
Mesías, el Señor, que satisface todas las necesidades humanas a los que se acercan a Dios.
El pasaje del Evangelio que leemos en este día (Mt. 14, 13-21) nos lo demuestra grandemente:
Jesús se embarca en busca de un lugar solitario pero cuando desembarca se encuentra con
una multitud que lo ha seguido por tierra. Traen sus enfermos, esperando en la misericordia de
Dios, alentados por los milagros que ha hecho. Jesús, entonces, lleno de amor y de compasión
cura a todos los enfermos y más tarde incluso les dará de comer. Los discípulos quieren enviar
a las gentes al poblado para que coman, pues allí no tienen alimentos. Pero Jesús tiene un
modo más sencillo de hacerlo y que solamente Él puede hacerlo: ¡hacer un milagro! “Dadles
vosotros mismos de comer”…”Sólo tenemos cinco panes y dos peces”. Y Jesús hace de estos
panes y peces la comida para toda la multitud y lo hace de tal forma, que hasta sobra y se
deben juntar en canastas. Jesús hace este gran milagro que se recordará a lo largo de toda la
historia, no solamente porque se muestra como el Señor de la misericordia para los que tienen
hambre. Fijémonos bien: “tomó los peces y los panes, los bendijo, y se los dio a los Apóstoles
para que lo repartieran a la multitud” (Ib. 19-20). Este banquete es el gran signo de la
Eucaristía que se hace comida y bebida para todos y que es capa de satisfacer a las
multitudes.
La Eucaristía es el gran signo de la misericordia y el amor de Dios, que nos hace comer y
beber hasta la saciedad; una comida y una bebida que son comida y bebida de vida eterna,
alimento para el cuerpo y para el alma; es la presencia salvadora y el gran consuelo de los
hombres, es Dios con nosotros que no solamente nos alimenta y fortalece, sino que nos
acompaña en el camino de la vida. Es la eterna Providencia de Dios: “quien come mi carne y
bebe mi sangre no tendrá más hambre ni sed”, “Venid a mí los que estáis cansados y
agobiados que yo os aliviaré”. Y quien tiene a Jesús en el corazón tampoco tendrá hambre del
pan cotidiano porque de alguna manera, Él mueve el corazón de los hombres que creen para
que amando la justicia y teniendo a la caridad como mandato supremo no dejen que les falte el
pan y el trabajo a quienes están cerca de su corazón.
El que sigue a Cristo halla en Él todo lo que precisa para la vida eterna y para la vida terrena.
Pero hay que seguirlo resueltamente con fe inquebrantable, apoyado en la certeza de su amor
y de su providencia. Desde esta perspectiva comprendemos el grito apasionado del Apóstol:
“¿quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿la aflicción? ¿la angustia?¿el hambre? ¿la
desnudez?¿el peligro? ¿la espada?” (Rom.8,35). Nada podrá separar al discípulo de Cristo y a
quien lo sigue de corazón porque está convencido de que en su amor y su auxilio hallará la
fortaleza para vencer cualquier dificultad de la vida.
Que la Virgen Madre nos ayude a creer en el amor providente de Dios.
+ Marcelo Raúl Martorell
Obispo de Puerto Iguazú