XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO A
Is 55, 1-3; Rm 8, 35.37-39; Mt 14, 13-21
Al oírlo Jesús, se retiró de allí en una barca, aparte, a un lugar solitario. En cuanto
lo supieron las gentes, le siguieron a pie de las ciudades. Al desembarcar, vio
mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a los enfermos. Al atardecer se le
acercaron los discípulos diciendo: “El lugar está deshabitado, y la hora es ya
pasada. Despide, pues, a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren
comida.” Mas Jesús les dijo: “No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de
comer.” Dícenle ellos: “No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces.” Él dijo:
“Traédmelos acá.” Y ordenó a la gente reclinarse sobre la hierba; tomó luego los
cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y,
partiéndolos, dio los panes a los discípulos y los discípulos a la gente. Comieron
todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos. Y los
que habían comido eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
Luego que los tres domingos anteriores se han presentado las parábolas del Reino,
este domingo la liturgia nos presenta a Cristo como el verdadero maná o alimento
para el desierto de la vida del hombre, maná del que Dios nos ha provisto por
misericordia porque al ver nuestra fragilidad se compadece de nosotros. Por ello
San Hilario de Poitiers nos dice: tomando consigo los panes y los peces, el Seor
elevó los ojos al cielo, los bendijo y los partió, a la vez que daba gracias al Padre
porque, después del tiempo de la Ley y los profetas, Él (Jesús) se transformaba en
alimento evangélico (Hilario de Poitiers, Sobre el Evangelio de Mateo, 4,11).
La primera lectura nos dice: Oíd también los que no tenéis dinero: Venid,
comprad trigo; comed sin pagar vino y leche de balde, precisamente slo donde
se da la gratuidad de lo otorgado y recibido el hombre resulta satisfecho. El profeta
Isaías nos presenta el tema del alimento dado por el Señor como la realización de
la Alianza en la que se manifiesta su bondad. En este pasaje podemos descubrir la
superioridad del alimento que nos quiere dar el Señor. Saciarse es un tema muy
humano y, a la vez, muy ligado a la bondad de Dios y a su Alianza, es un tema que
aparece con frecuencia en el Antiguo Testamento: Mi alma se saciará de
alimentos exquisitos (Sal 62, 6). Saciaré de pan a los pobres (Sal 131, 15).
Esto está significando que sólo en la gratuidad del amor y de la gracia, el hombre
puede saciar el hambre de su alma, hambre que Dios en su misericordia sacia sin
hacer diferencias ni acepción de personas. Por esta razón, la primera lectura es
toda una profecía que se concretiza en esta liturgia a través del evangelio, pues
vivir del pan del cielo es poder vivir del amor de Dios; y la participación de este
banquete (que es la Eucaristía), es una expresión del amor de Dios, que se nos
ofrece y nos llama en el Hijo, para participar gratis de éste banquete de vida
eterna.
En el evangelio se nos presenta la multiplicación de los panes y los peces,
previamente nos pone frente al hecho de que Juan Bautista ha sido decapitado;
Jesús se retira a un lugar tranquilo y apartado; pero la multitud del pueblo le sigue,
y Jesús siente lástima de ellos por ello enseña y cura a todos los enfermos. Al
avanzar las horas los discípulos le aconsejan que despida al gentío porque ven que
el tiempo transcurre y deben de alimentarse. Jesús, ante su sorpresa, les responde:
Dadles vosotros de comer. Los discípulos se sienten incapaces de cumplir este
mandato, y es en tales circunstancias que Jesús realizará otro prodigio. San Juan
Crisstomo nos dice al respecto: el Seor interviene decididamente y les dice:
‘Traedme aquí esos panes’. Porque si el lugar es desierto, aquí está el que alimenta
a la tierra entera. Si la hora de comer ha pasado ya, ahora os habla el que no está
sujeto a hora ninguna (San Juan Crisstomo, Homilías sobre el Evangelio de
Mateo, 49,1).
Así Dios nutre a los suyos con un alimento que sacia a los que lo comen, y que
además, tal como lo dice la palabra: sobra. Por eso cuando el evangelio dice y
sobr, esto está significando que la Palabra de Dios, que es el mismo Cristo, y
que trasciende todo, no puede quedar solamente en nuestra existencia sino que
estamos invitados a hacerla vida en nuestro diario existir, para que así al acoger
esta Palabra que es el mismo Cristo y que nos ha curado y salvado, a otro que la
escucha y la vea concretarse en nuestra existencia también lo pueda curar y salvar
según la realidad concreta de su vida porque como dice el evangelio: «...no se
enciende una lámpara y se pone debajo del celemín...». Al respecto podemos decir
que el creyente no es uno que da su vida por los otros, sino que es un instrumento
que manifiesta o transmite la vida de Aquel de quien la recibe: de Dios; por eso san
Mateo dice en el evangelio: comieron, se saciaron y sobr.
El Papa Benedicto XVI nos dice al respecto: Jesús interpret el milagro en la otra
orilla del lago, en la sinagoga de Cafarnaúm. No lo hizo en el sentido de ser el rey
de Israel, con un poder de este mundo, como lo esperaba la muchedumbre, sino en
el sentido de la entrega de sí mismo: "el pan que yo voy a dar es mi carne por la
vida del mundo" (Juan 6, 51). Jesús anuncia la cruz y con la cruz la auténtica
multiplicación de los panes, el pan eucarístico, su manera totalmente nueva de ser
rey, una manera totalmente contraria a las expectativas de la gente (Benedicto
XVI, Audiencia general Pedro el apóstol, 26 de mayo de 2006).
Por eso, cada domingo que celebramos la Santa Misa, -la Eucaristía-, el Señor nos
hace presente este milagro providente del amor de Dios, en donde Él mismo, se
nos ofrece como alimento, haciendo nuevamente presente el memorial de su amor
que se entrega a través de su Palabra y a través de su Cuerpo y Sangre por medio
del Sacramento de la Eucaristía. Por ello San Pablo dirá: ay de mí si no
anunciara el evangelio; porque el cristiano es otro Cristo, es uno que no ha
venido al mundo a vivir para sí mismo sino que está en el mundo para ser un don,
un instrumento para bien de la humanidad, tal como Cristo lo es para cada uno de
nosotros.
De esta manera en la Carta a los Romanos (que es la segunda lectura), se puede
comprender la fuerza de la expresin de San Pablo cuando dice: quien nos podrá
separar del amor de Dios () ni la muerte ni la vida. Porque este amor de Cristo
que se hace Palabra y alimento nuestro son signos de la Nueva Alianza que Cristo
ha inaugurado cuando subiendo a la cruz y derramando su sangre por nosotros ha
llevado a cumplimiento el designio salvífico de Dios Padre. Estimado hermano no
hay nada que nos pueda separar del amor de Dios, salvo el pecado contra el
Espíritu Santo y, porque no decirlo, nuestra libertad, porque sólo nuestra libertad
mal utilizada puede cerrarnos a la gracia divina. Bendigamos a Dios que en su gran
bondad deja que escuchemos la voz de su Hijo Amado que nos introduce y nos
lleva a vivir de este amor que transforma el ser del hombre.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar