EN CAMINO
15 domingo del tiempo ordinario “A”.
LECTURAS:
- 1ra lect.: Is 55,10-11
- Sal 64,10-14
- 2da lect.: Rom 8,18-23
- Evangelio: Mt 13,1-23
Las parábolas del Reino I: Un maestro no autorizado
En tiempo de Jesús el maestro enseñaba o exponía sus ideas desde su
escuela, el rabino desde la sinagoga, el sumo sacerdote desde el templo, así
como en nuestros tiempos, el obispo desde su cátedra (de ahí la palabra
catedral), el sacerdote desde el púlpito o el político desde la tribuna.
Los evangelistas nos presentan a Jesús como un personaje paradójico
de principio a fin: es el mismo Logos de Dios, sin embargo se encarnó en el
seno de una sencilla aldeana y nació en un establo; su compañía fueron los
pobres, los desarrapados, los pecadores y las prostitutas. Cuando lo
aclamaron como Mesías no entró montado en un poderoso caballo sino en un
burro, y como corona le pusieron espinas en sus sienes. Su enseñanza no la
dio desde la sinagoga, y cuando intentó hacerlo casi lo linchan (Lc 4,14ss); ni
desde la escuela que criticó fuertemente, porque en la cátedra de Moisés se
habían sentado los maestros de la Ley y los fariseos, manipulando el
conocimiento (Mt 23,1s), y mucho menos desde templo, donde fue a pelear
porque lo habían convertido en cueva de bandidos (Mc 11,17).
Jesús de Nazareth, sin autoridad oficial para enseñar, sin más carta
de presentación que su misma calidad humana, se sentó, no en la cátedra de
Moisés, presidida por los maestros y fariseos, sino junto al lago, al lado de la
gente. Luego se sentó en la barca, signo de la comunidad eclesial (la Iglesia -
comunidad, como lugar de encuentro con Jesús), y empezó a enseñar en
parábolas, el lenguaje del pueblo.
Aunque todavía quedan algunos “ejemplares”, los narradores orales
eran personajes populares en todo el mundo antiguo, sobre todo antes de la
invención de la imprenta. En la Grecia antigua se destacaba el rapsoda que
cantaba los poemas de Homero, el griot en África, tusital en la polinesia,
penglipurlara en Malasia y para no ir tan lejos, los juglares, los cuenteros,
los piqueros, trovadores, romaceros, cantores y copleros de nuestros pueblos
latinoamericanos.
Jesús, entre otras cosas, era un popular contador de cuentos y
parábolas. Por medio de esta común manera de comunicarse enseñaba con
sencillez, picardía y no pocas veces, con sarcasmo e ironía, pero siempre con
profundidad, su experiencia de Dios y su propuesta a la humanidad.
Hoy tenemos la conocida parábola del sembrador. La gente conocía
muy bien el contexto de la parábola. Ellos eran labradores, campesinos, que
sabían lo que significaba sembrar, ver crecer la semilla, desherbar, cosechar,
Por, Neptalí Díaz Villán CSsR.
etc. Esta es una parábola dirigida a la comunidad eclesial que se reúne
alrededor de Jesús (Jesús sentado dentro de la barca es signo de la iglesia,
comunidad de hermanos). La semilla, muy buena por supuesto, es la
Palabra lanzada sobre las personas. El primer acto de fe no es de nosotros
hacia Dios, sino de Dios hacia nosotros; Él cree en nosotros y lanza su
semilla, la arriesga, la expone al fracaso, a que la pisoteen, a que se la
coman las aves, o a que alcance a germinar pero no dé fruto. Sabe que el
Reino va a ser discutido, ignorado e incluso perseguido por personas “que
miran sin ver y escuchan sin oír ni entender”, pero insiste, porque cree en el
ser humano, en su capacidad de acogida y de cambio.
Hay cuatro actitudes distintas ante la Palabra: la actitud de la tierra
del camino, la de las piedras, la que está cubierta de zarzas y la de la tierra
buena o bien preparada; el resultado y el significado de cada una de estas
cuatro tipos de tierra lo explica el mismo texto. Vale la pena en este día,
cuando nos reunimos también alrededor de Jesús, preguntarnos cuál es
nuestra actitud ante la Palabra. ¿Cuánto tiempo llevo recibiendo la semilla?
¿Cuántas veces la semilla ha caído en mí? ¿Qué fruto ha dado? Si no ha dado
fruto no es porque sea una semilla mala, seguramente tampoco porque yo
sea tierra mala, tal vez porque no ha sido bien preparada o no se han tenido
los cuidados, la perseverancia y la constancia suficientes para que dé fruto.
El fruto de la Palabra (semilla) no puede ser sólo un sentimiento de
tranquilidad y de gozo espiritual; tiene que ser real y duradero: producir
“semilla para el sembrador y pan para el que come” (1ra lect.- Is 55, 10-11).
¿De qué manera nosotros, los que hoy nos reunimos en torno a Cristo,
estamos generando soluciones a los problemas de nuestro mundo; el hambre,
la injusticia, la discriminación, el desplazamiento y la falta de
oportunidades para desarrollo integral de la persona? ¿Qué frutos estamos
dando como discípulos y apóstoles de Jesús? ¿Hacemos parte de lo que llama
Pablo (2da lect. - Rom 8, 18-23) “la creación expectante que aguarda la plena
manifestación de los hijos de Dios… con la esperanza de verse libre de la
esclavitud de la corrupción para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de
Dios”?
Las mamás saben lo que significan los dolores de parto, en unos casos
más complicados que en otras. En la Biblia estos dolores son signo de los
cambios necesarios de las personas y de las estructuras sociales; cambios
que por lo general encuentran resistencia e incluso persecución, y por lo
tanto dolor, miedo, angustia, pero también esperanza por la inminente
venida de una nueva criatura, nacida del agua del Espíritu, como le dijo
Jesús a Nicodemo (Jn 3,1ss), el nacimiento del hombre nuevo, como diría
Pablo, (Col 3,9-10), o en palabras del Apocalipsis, los cielos nuevos y la tierra
nueva (Ap 21,1).
Oración
Padre y Madre Dios, te bendecimos, te alabamos, te glorificamos, te
ensalzamos, te damos gracias por todos los dones recibidos de ti, especialmente
por tu Palabra que alimenta, fortalece e ilumina nuestro camino. Gracias por
Tu Palabra hecha carne, por Jesús, el hermano mayo de nuestra familia.
Perdona nuestra ausencia de frutos. Perdona porque muchas veces
pisoteamos tu Palabra, la dejamos a un lado; otras veces nos entusiasmamos
pero luego desistimos y abandonamos los compromisos adquiridos. Algunas
veces alcanzamos a florecer, a emprender nuevos caminos, pero todo se queda
en buenas intenciones. Perdona nuestra falta de frutos.
Hoy te ofrecemos los buenos frutos que hemos obtenido gracias a tu
Palabra que inunda nuestra vida, la alimenta, la ilumina, la hace florecer y
producir: semilla para sembrar y pan para comer. Gracias por todo el amor, la
solidaridad, la amistad, la alegría compartida como familia, como comunidad
discipular y apostólica. Te pedimos que ayudes a superar desganos, miedos,
apegos, que ponen en peligro la Palabra. Danos un espíritu humilde, firme y
sereno, para acoger cada día el Evangelio y permitir que de los buenos frutos de
debe dar. Amén.