EN CAMINO
Domingo 17 del tiempo ordinario, ciclo “A”.
- 1ra lect.: 1 Re 3,5.7-12
- Sal 118,57.72.76-77.127-130
- 2da lect.: Rom 8,28-30
- Evangelio: Mt 13,44-52
Por, Neptalí Díaz Villán CSsR.
Las paráboas del Reino III
Bien dice el Concilio Vaticano II que los textos bíblicos deben ser leídos
teniendo en cuenta la revelación completa. A primera vista, la primera lectura nos
muestra a Salomón como un rey paradigmático que, ante el ofrecimiento de Dios,
pidió sabiduría para gobernar a su pueblo, en vez de riqueza, larga vida o la muerte
de sus enemigos. Hasta ahí todo bien, el papel aguanta todo.
Pero la realidad fue otra. El mismo libro de los Reyes presenta la “joyita” de
personaje que gobernó Israel y causó tanto miseria y dolor para el pueblo. Porque
en la práctica Salomón fue otro más en la cuenta de los reyes que aprovecharon su
poder para esclavizar, explotar y llevar una vida a sus anchas, sin importarle la
miseria de su pueblo. Llegó al trono gracias a las intrigas y a las luchas por el poder.
Aunque el sucesor legítimo era su hermano mayor Adonías, a quien respaldaba Joab
por parte del ejército y Abiatar por parte del templo, Salomón se impone como rey,
en medio de un baño de sangre: el sacerdote Abiatar fue expulsado y Aodnías y Joab
asesinados (1Re 2,13-35).
Después de acabar con sus enemigos, para pagar los favores recibidos y
asegurar la fidelidad a su reinado, nombró a sus compinches en los más altos cargos
del gobierno: a Azarías, hijo de Sadoc, lo nombró como sacerdote; Elijoref y Ajías,
hijos de Sisa, fueron sus secretarios; Josafat hijo de Ajilud, el canciller… y una lista
larga de altas “dignidades” (1Re 4,1ss).
Atentó gravemente contra la cultura de su pueblo, contra la estructura social, el
tribalismo, uno de los puntos más sagrados de la tradición israelita. Reorganizó
geográficamente el pueblo con el fin de facilitar el cobro del tributo (1Re 4,7-19). A
todos les impuso la obligación de abastecer la cohorte (1Re 12,3-5; 1Re 5,7-8.2-5; 1Re
4,26). La vida de Salomón y su cohorte era de una holgura escandalosa: 30 cargas de
flor de harina y 60 de harina cada día, 10 bueyes cebados y 20 de pasto, 100 cabezas
de ganado menor, aparte de los ciervos, gacelas, gamos y aves cebadas. 4.000
establos de caballos para sus carros y 12.000 caballos. Y ¡claro! Un buen harén de
mujeres para “calmar sus nervios”: 700 princesas y 300 concubinas (1Re 11,1)
¿Con ese harén a su servicio y los banquetes de cada día, qué tiempo le iba a
quedar para hacer un buen gobierno y además para escribir? Pero para eso son los
asesores de imagen, diríamos en nuestro tiempo. Las escuelas de la sabiduría creadas
por él y puestas a sus órdenes se encargaron de presentar al rey como un gran sabio
atribuyéndole dichos, proverbios, aforismos, consejos e historietas, como la de las
mujeres que peleaban por sus hijos, traída de la tradición hindú. Los biógrafos
oficiales se encargaron de limpiar su imagen y presentarlo con cualidades de
sabiduría (1 Re 5,9ss), con una gran fama (1 R 10,1ss), astucia (1 R 3,16ss), con una
gran capacidad de maniobra en política internacional (1 R 5,1) y hasta de inspiración
poética (1 R 5,12). Lo adornaron además de esplendor para con Dios (1 R 3,4;
10,5.12), de humildad (1 R 3,7ss) y de deseos de fidelidad y de respeto al pueblo (1 R
3,8ss), entre otros atributos.
En medio de todo esto podemos ver que Salomón con su reinado
monárquico y sus estructuras económicas, políticas, militares y religiosas que
estableció para manejar los hilos del poder, no tienen nada que ver con la propuesta
del Reinado de Dios que presentó y enseñó Jesús con sus palabras, pero sobre todo
con su práctica de justicia y fraternidad. El reinado salomónico, para el seguidor de
Jesús, debe ser descartado, pues suplanta a Dios y niega al ser humano. La
monarquía en Israel representó una traición el proyecto salvífico de Dios para el ser
humano.
Para nosotros lo único absoluto debe ser el Reinado de Dios, tal como nos lo
sugieren las dos primeras parábolas de hoy. Jesús acudió a dos figuras comunes para
la época: el tesoro en el campo, y la perla.
El pueblo de Israel había vivido casi toda el tiempo en medio de las guerras.
Su posición estratégica entre Mesopotamia y Egipto, dos antiguos imperios
regionales, lo hacían muy apetecido para el dominio comercial y militar. Otras veces
fueron los seléucidas, los helenos o las mismas disputas por el poder entre ellos
mismos. Por tal motivo muchas veces la gente se veía obligada a esconder los
tesoros más valiosos en la tierra. Las perlas por su parte, eran pescadas por
buceadores en el golfo pérsico, en el mar rojo o en el océano índico, para ser
montadas como adorno en los collares. Su valor era muy alto.
Cuando el seguidor de Jesús descubre y comprende la grandeza que encierra
la propuesta del Reino debe invertir todo lo que tiene para construirlo, teniendo en
cuenta que el Reino no es la negación de su vida, sino la afirmación más completa
de su dignidad, la plenitud de su existencia en relación con Dios y con los hermanos.
Cuando descubrimos los estragos que en la humanidad han ocasionado, la codicia, la
ambición, el ansia de poder y demás ídolos, tenemos que cuidarnos en no caer en
esa tentación. Hay muchas personas que alcanzan grandes posiciones sociales,
políticas, artísticas, etc., pero frustradas, esclavizadas del dinero, de la fama, del
poder, con familias destruidas, desintegradas en el núcleo interior.
Y cuando comprendemos el valor de la justicia, la fraternidad, la solidaridad,
el servicio y los demás valores propuestos por Jesús, entonces necesariamente
tenemos que arriesgarnos a dedicar todas nuestras fuerzas, para hacer parte de los
Bienaventurados del Reino de Dios. Para permitir que únicamente Él sea el absoluto
de nuestra vida y, a partir de allí, despleguemos nuestra vida familiar, laboral, cívica,
nuestras relaciones interpersonales, nuestras opciones vitales.
Esta es una propuesta exigente; sin embargo el énfasis no está tanto en la
renuncia o en la heroicidad del luchador como en la alegría que representa el Reino,
como la alegría del que encuentra el tesoro escondido en el campo que vende todo
con la ilusión de conseguir eso más valioso. ¡Lleno de alegría! “Cuando una gran
alegría, que supera toda medida, embarga a un hombre, lo arrastra, abarca lo más íntimo, subyuga
el sentido. Todo palidece ante el brillo de lo encontrado. Ningún precio parece demasiado elevado.
La insensible entrega de lo más precioso se convierte en algo puramente obvio. No es la entrega de
los dos hombres de la parábola lo decisivo, sino el motivo de la decisión: el ser subyugados por la
grandeza del hallazgo. Así ocurre con el reino de Dios. La Buena Nueva de su llegada subyuga,
proporciona una gran alegría, dirige toda la vida a la plenitud de la comunidad con Dios, efectúa la
entrega más apasionada” . 1
Lo más valioso no es la entrega misma sino el motivo de la entrega: El Reino.
Esa gran alegría de sabernos amados por Dios, partícipes de su Reino , es la que nos
hace capaces de amar como el Señor (Lc 22,27/Mc 10,45/Jn 13,15), con un amor
que da sin buscar protagonismos (Mt 6,12) , sin acumular tesoros en la tierra , pues
somos capaces de compartir (Mt 6,19 -21/Lc 12,23) y de servir (Mc 10,35 -45).
“Dormía y soñaba que la vida era alegría. Desperté y vi que la vida era servicio. Serví y vi que el
servicio era alegría” (Rabindranath Tagore).
La propuesta es para todos, pero no todos alcanzan a comprender la
grandeza del Reino. Hay personas que no quieren aceptarlo o no comprenden este
lenguaje y prefieren seguir otro camino. Así como la red se lanza al lago y pesca
todo tipo de peces, pero los peces de “mala calidad” o los que no han alcanzado un
buen tamaño se sueltan en el mar, estas personas han de dejarse libres para que
cuando llegue su tiempo, acepten la propuesta de Jesús, si quieren.
El Reino no se le debe imponer a nadie, pues dejaría de ser Buena Noticia. El
Reino debe ser aceptado libremente para que genere alegría plena. Si hay personas
que todavía no quieren comprometerse con el Reino, no tenemos derecho a
juzgarlos. Quienes queramos responder a esta exigente, pero alegre sorpresa,
debemos invertir todo cuanto somos y tenemos en la realización de este plan
salvífico de Dios para nosotros.
De esta manera reproduciremos, como dice Pablo (Rm 8,28-30 – 2da lect),
los rasgos de Jesús, el primogénito de los Bienaventurados del Reino de Dios. La
mejor muestra de que de verdad somos fieles seguidores y anunciadores del Reino,
la mejor manera para “convencer” a los indecisos de que vale la pena seguir a Jesús
y apostarlo todo por Él, es la alegría con que vivimos nosotros, es el gozo y la
sonrisa en nuestros labios que nos precede en cada momento de nuestra vida. “Un
santo triste, es un triste santo” (Santa Teresa de Ávila).
Oración
Señor Jesús, te damos gracias por la riqueza que nos diste: tu vida, toda tu
vida puesta en relación de amor generoso, de servicio desinteresado a los demás.
Gracias por ese tesoro maravilloso que nos revelaste con tu Palabra y con tu obra.
Te pedimos que nos dejes desviar de camino, que no nos dejemos dominar por la
codicia, la avaricia, los deseos de poder y de aparecer. Danos la fuerza de tu Espíritu
para optar radicalmente por la justicia del Reino. Pero que nuestra opción esté
inundada de alegría, de fe, de esperanza y alimentada siempre por tu presencia viva.
Que en nuestros trabajos, en nuestras opciones personales, familiares y
comunitarias, busquemos siempre la justicia del Reino: el bien común, la verdad, la
equidad, la fraternidad y todo lo que engrandece nuestra vida y le da auténtica alegría
y felicidad. Que nuestra más notoria característica como seguidores tuyos sea la
alegría con la que amamos y servimos, la felicidad que brota de un corazón lleno de
ti, de tu amor, de tu espíritu, de la vida abundante que tú nos das. Amén.
1 JEREMÍAS Joaquín, Interpretación de las parábolas. Verbo Divino. Pamplona 1971. 147-148