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EN CAMINO
1er Domingo de Pascua, ciclo “A”.
Por, Neptalí Díaz Villán CSsR.
- 1ra lect.: Hch 10,34ª. 37-43
- Sal 117,1-2.16-17.22-23
- 2da lect.: Col 3,1-4
- Evangelio: Jn 20,1-9
El acontecimiento Cristo
“Ustedes ya conocen el acontecimiento que trascendió y que había tenido su
comienzo en Galilea”, dijo Pedro en casa de Cornelio, refiriéndose a Jesús de
Nazareth. En un primer momento, Jesús fue para ellos el personaje con el cual
compartieron, caminaron, lucharon, aprendieron y se unieron a su causa. En el que
pusieron sus esperanzas de liberación e instauración del Reinado de Dios, pero que
finalmente, lo mataron y ahí todo había acabado.
Aparentemente, Jesús fracasó, pues terminó derrotado en el patíbulo por
cuenta de las autoridades romanas y judías. Pero ¡Jesús no vivió ni murió en vano!
Su vida y su muerte representaron un gran acontecimiento para las personas con las
cuales compartió. Jesús aconteció en las personas y el acontecimiento de Jesús en
ellas representó su salvación, pues, como dice la primera lectura: “pasó su vida
haciendo el bien, curando a los que estaban bajo el dominio del diablo, porque Dios
estaba con él”. Dios aconteció en el hombre Jesús y él, a su vez, aconteció en las
personas con las cuales entró en contacto. Ellas, por su parte, se convirtieron en
testigos del acontecimiento de Jesús, el ungido por Dios (o sea, Jesucristo).
Las autoridades que quisieron acabar con Él, pensaron que allí todo
terminaría, pero se engañaron. En un primer momento su movimiento, sus
comunidades se dispersaron. Pero, al tercer día (que significa tiempo en que Dios
actúa), Dios lo resucitó. Acabaron con el Jesús histórico, pero, al tercer día, Cristo
siguió aconteciendo de nuevo y con mucha más fuerza en las personas que lo
conocieron y se abrieron a su acción salvadora. Esas personas se convirtieron en
testigos del acontecimiento Cristo y por eso no se callaron sino que, por el
contrario, anunciaron con más fuerza esa Buena Noticia. Los testigos de ese
acontecimiento querían que también otras personas tuvieran la oportunidad de una
nueva vida en Cristo.
Ser cristiano significa ser testigo del acontecimiento Cristo en la propia vida
personal y comunitaria. Si nosotros somos testigos de ese acontecimiento nuestra
vida no puede seguir siendo la misma, sino que, necesariamente, debe ser
radicalmente transformada a imagen de aquel que murió y resucitó. Esa fue la
invitación de Pablo a la comunidad de Colosas: “Busquen los bienes de allá arriba”.
Cuidado, que los bienes de “allá arriba” no significan necesariamente los bienes que
usualmente se han prometido para la otra vida después de la muerte. Los bienes de
“allá arriba” son también todos los de aquí abajo, pero vividos de una manera
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distinta. Vividos con la altura humana con la cual los vivió Jesús. Es todo lo
material, lo espiritual, lo temporal, los dones y carismas puestos al servicio de los
demás seres humanos y siempre en la defensa de una vida digna. Esto implica
derrotar el egoísmo y vivir la solidaridad y el amor. Esto implica permitir que Cristo
siga aconteciendo y salvando por medio nuestro en cada cosa que hagamos.
Es posible que después de 2000 años muchos de nosotros, como dice el
Evangelio, no hayamos entendido lo que significa la resurrección. Es posible que
todavía pensemos que resurrección es la revivificación de un cadáver, como si el
cadáver de Jesús hubiera vuelto a tomar vida y se hubiera levantado. Es posible que
nos quedemos en el espectáculo mediático de ver entrar la estatua del “Resucitado”
entre los aplausos de la gente y las campanas del templo que suenan. Pero, también
es posible que hoy seamos testigos del acontecimiento Cristo en nuestras propias
vidas, es decir, que podamos vivir en Cristo, morir con él a todo aquello que nos
disminuye como personas (pecado) y resucitar cada día siendo un ser humano
nuevo. Un ser humano capaz de amar y servir como lo hizo Jesús. Un ser humano
que deja ver en su vida a Cristo resucitado y resucitador. Un ser humano totalmente
cristificado.
Oración
Jesucristo resucitado, hermano, amigo, compañero de camino. Te damos
gracias por todo tu testimonio de amor, de entrega, de generosidad hasta dar la vida,
toda la vida, todo tu tiempo, todo tu ser, todo tu amor, tu cuerpo, tu sangre…
todo… Gracias porque tu acontecer histórico fue de bendición, de gracia, de salud,
de salvación para todos los que se abrieron a una vida nueva. Gracias porque tras
esa primigenia y maravillosa experiencia de Pascua, de resurrección, de vida, muchas
personas han experimentado plenitud y vida eterna. Muchos seres humanos han
escrito una historia de salvación inspirados y conducidos por ti.
Hoy nos disponemos totalmente… te abrimos de par en par las puertas de
nuestros corazones para que acontezcas con la misma fuerza, con la misma energía,
con el mismo amor como lo hiciste en aquellas primeras comunidades que
experimentaron tu resurrección. Que vivieron ese asombroso acontecer que
transformó radicalmente sus vidas y los convirtió en testigos valientes, en
evangelizadores por antonomasia. Ilumina con tu luz admirable nuestro camino,
despeja nuestras dudas, danos la gracia de comprender el sentido de nuestra historia.
Danos la sabiduría para saber vivir como tú, el Ungido, Hijo de Dios, el continuador
de la obra del Padre… acontece, sigue aconteciendo en nuestra vida personal, en
nuestra vida familiar, en nuestra vida comunitaria… queremos configurar nuestra
vida contigo… vive, actúa, crece, conduce nuestra existencia… estamos atentos,
abiertos, dispuestos, en camino contigo, hasta la plenitud de los tiempos… amén.