EN CAMINO
Tercer Domingo del tiempo ordinario, ciclo “A”.
Por, Neptalí Díaz Villán CSsR
- 1ra lect.: Is 8,23b-9,3
- Sal 26, 1.4.13-14
- 2da lect.: 1Cor 1,10-13.17
- Evangelio: Mt 4, 12-23
Conversión
La situación del pueblo en el tiempo de Isaías y en el tiempo de Jesús la
representan muy bien los textos que leemos hoy, tanto el fragmento del profeta
como el del evangelista. “El pueblo que andaba en tinieblas…” Isaías vio a su pueblo
amenazado por los asirios y a Jesús le tocó sufrir en carne propia la infamia del
imperio romano pasearse como pedro por su casa pisoteando la dignidad de su
pueblo, con la complicidad de las autoridades locales.
Guardando las proporciones y reconociendo los avances que hemos tenido
como humanidad, también en nuestros pueblos muchas personas viven en tinieblas.
Hay situaciones que oscurecen el panorama comunitario, regional y mundial. Hay
situaciones que desintegran a las personas y las condenan a vivir en oscuridad y
desesperanza. Ante el panorama lóbrego a nivel personal, familiar, nacional o global,
pudiéramos tomar una postura indiferente. Pudiéremos quedarnos quietos como
simples espectadores, mientras otros escriben la historia a su antojo, pues tienen en
sus manos el papel, el lápiz y el borrador. Por eso, siempre la historia les da la razón
y termina elogiándolos, así dejen muerte a su paso.
En el mundo contemporáneo de Jesús era normal hablar de reyes,
emperadores, faraones o jefes. Semidioses o personajes deificados que se
comportaban despóticamente con sus súbditos para hacerles sentir su autoridad y
para llenar su vacío humano. Hombres que compraban conciencias, esclavizaban a
miles de nativos en sus colonias y los trataban como mercancía humana. Decidían
quién podía vivir y quién debía morir, qué era mentira y qué era verdad, qué era
bueno y qué era malo. Sus mandatos eran incuestionables, su bienestar, la suprema
Ley, y su voluntad, la de Dios. Ese sistema causaba mucho dolor y muerte. El
esplendor de un imperio esconde necesariamente oscuridad para los esclavos que
sostienen el peso de los privilegiados. Donde reinan los hombres y su imperativo
egoísta, las consecuencias las sufren miles de seres humanos excluidos y explotados.
A nivel personal, los seres humanos también nos vemos muchas veces atados a
traumas, egoísmos, miedos, angustias, o a cualquier fuerza que no nos permite
realizarnos plenamente. Esa realidad personal y social hace muchas veces nuestra
humanidad viva en tinieblas y en sombra de muerte.
Una vez encarcelado Juan el Bautista, su maestro, Jesús comprendió que era la
hora de volver a Galilea para empezar su ministerio público. Lo empezó no desde el
centro judío, sino desde la periferia. No desde la Judea de los letrados, doctores y
maestros más famosos de Israel, sino desde la Galilea de los gentiles o la cueva de
bandidos, como le decían despectivamente a su región natal (M 21,13). Se estableció
en Cafarnaúm. No sabemos con certeza si lo hizo en su propia casa o en la de algún
amigo o discípulo. Lo cierto es que Cafarnaúm se convirtió en su sede y centro de
operaciones. Con su palabra y su obra anunció un mensaje muy concreto:
conviértanse porque se acerca el Reino de los cielos.
La fe en el Dios manifestado en Jesucristo nos ayuda a valorar nuestras luces, a
iluminar nuestras sombras y a trabajar para hacer realidad una humanidad nueva que
nos permita vivir dignamente, como hijos de Dios. El anuncio del Reino lleva
consigo una dinámica interna que despierta las conciencias y empuja a transformar
los corazones y las comunidades.
Toda la vida de Jesús giró en torno al Reino de Dios (o Reino de los cielos
como lo llama Mateo). Mateo prefiere llamarlo Reino de los cielos para no
pronunciar la palabra Dios, pues escribe para judíos y dentro de la mentalidad judía,
por respeto, no se debe pronunciar el nombre de Dios.
El anuncio de Jesús fue contundente: el Reino de Dios ha llegado. Esta noticia
trae consigo una energía liberadora de todas las fuerzas adversas que esclavizan al
ser humano. Esta noticia trae consigo el llamado a tener como único absoluto a
Dios. A repeler a otros dioses o a seres humanos deificados que intenten reinar en
nuestra vida interior y en nuestra sociedad. A abrirnos al amor de Dios para que sea
el único que reine en nuestros corazones y en nuestro ambiente vital. En otras
palabras, esta noticia trae consigo una actitud de parte nuestra que ayude a hacer
posible el Reino: La conversión, Metanoia en griego, que significa cambio,
transformación, arrepentimiento, volver a la fuente de la vida, a Dios. La metanoia
es dinamicidad, creatividad, fuerza creadora y transformadora de personas y grupos.
Jesús, una vez anuncia su propuesta de vida, lo empieza a realizar con personas
muy concretas a quienes las llama a convivir y a trabajar por el Reino. A convertirse
en pescadores de hombres. Recordemos que el mar para el judío es signo de peligro,
dolor y muerte. Cafarnaúm está ubicada en la costa noroeste del mar de Galilea o
lago de Tiberíades. El llamado a ser pescadores de hombres es una invitación clara a
trabajar por esas personas que sobreviven en el mar, es decir, por aquellos que están
en tinieblas y en sombras de muerte por su situación personal o colectiva. El Reino
está entre nosotros como una potencia que podemos convertirla en acto con la
gracia de Dios y con nuestra actitud ante la vida. El llamado a ser pescadores de
hombres es para todo aquel que quiera ser seguidor de Jesús. Necesitamos una
continua Metanoia que dinamice nuestra historia y nos haga vivir de cara a Dios y a
los hermanos. Necesitamos vencer nuestras diferencias y ponernos de acuerdo para
trabajar juntos, para “pescar” a tantas personas que sobreviven en el mar de sangre,
indiferencia y muerte. Como nos sugiere la carta a los Corintios (1Cor 1,10-13.17 –
2da lect.), en vez de pelear y dividirnos, debemos permanecer unidos en un mismo
sentir y en una misma causa: El Reino de los cielos.
Oración
Padre y Madre Dios, te damos gracias por el esplendor de luz que procede de
ti, ilumina nuestra oscuridad y nos ayuda a vencer el miedo. Reconocemos que esas
oscuridades nos despistan del camino, desintegran nuestra vida y nos hacen sufrir.
Reconocemos que somos frágiles, tendientes a la corrupción, limitados,
necesitados… Pero, por encima de todo reconocemos la grandeza de tu amor y tu
voluntad para salvarnos y darnos cada día nueva vida. Por eso nos acogemos a tu
amor, te abrimos nuestra mente y nuestro corazón, nuestras familias y comunidades
para que tu entres y reines entre nosotros.
Cuando reinan el odio, la mentira, el egoísmo, la avaricia, la codicia, los miedos
y demás realidades negativas, nuestra vida se desintegra y perdemos el sentido. Por
eso queremos que sólo tú seas el absoluto, que sólo tú reines y contigo reinen la
justicia, el amor, la paz, la alegría, la tolerancia, la libertad, la igualdad de
oportunidades y todo aquello que engrandece nuestra humanidad.
Nos disponemos para vivir en continua conversión a ti y a las exigencias de la
justicia del Reino. Queremos ser pescadores de personas, constructores valientes de
un mundo mejor, queremos extender nuestras manos a tantas personas que
sobreviven en un mar de oscuridad, sufrimiento y dolor, para que juntos crezcamos
y seamos testigos de la alegría de tu salvación. Contamos contigo, con tu gracia, con
tu fuerza salvadora y transformadora. Contamos con tu luz admirable que nos lleva
irreversiblemente a la plenitud del Reino. Amén.