EN CAMINO
Cuarto Domingo del tiempo ordinario, ciclo “A”.
Por, Neptalí Díaz Villán CSsR.
- 1ra lect.: Sof 2, 3; 3, 12-13
- Sal 145, 7-10
- 2da lect.: 1 Cor 1,26-31
POLLO MANHAM MILI PAPÉ
El título de la presente reflexión no es latín, griego o arameo. Se trata de una
memotecnia que ayuda a recordar las ocho Bienaventuranzas presentes en la
introducción del sermón del Monte: Po-llo man-ham mi-li pa-pé: pobres, lloran,
mansos, hambrientos, misericordiosos, limpios, pacíficos y perseguidos.
La bienaventuranza para el ser humano es el objetivo central del Reinado de Dios.
El Evangelio habla de la bienaventuranza como la plenitud de la vida, la realización
total del ser humano o la máxima expresión de la felicidad. Una persona que hace
presente el Reino de Dios es feliz, vive la bienaventuranza.
La bienaventuranza implica una vida placentera y satisfactoria para el ser humano,
más no se equipara al placer, menos al placer egoísta y narcisista que conduce a la
patología del bienestar y del goce como único sentido de la existencia. La
bienaventuranza trae consigo el logro de metas personales o comunitarias, más no
equivale al llamado éxito individual que promociona y defiende la sociedad
postmoderna. Menos cuando se equipara el éxito a la acumulación de capital por
encima de intereses humanos y comunitarios, y a base de la explotación a mucha gente
que sufre los estragos de ciertos hombres exitosos.
Y lo malo no es el éxito personal, el logro de las metas individuales, o la riqueza en
sí. Lo que causa el caos es la búsqueda insaciable del éxito personal y económico. El
sacrificio de la dignidad de mucha gente, y de otras dimensiones humanas, cuando se
maximiza la riqueza como meta última de la vida.
Hoy vivimos en la cultura de la maximización de la riqueza, del confort, de lo
rápido, de lo fácil, de lo ligero (de lo light). Lo que vale es estar bien, al menor precio y
al menor esfuerzo. El hombre light es incapaz de arriesgarse y de comprometerse a
realizar un proyecto que valga la pena. El hombre light vive desvinculado de Dios y de
los demás seres humanos. El hombre light es uno que busca el éxito personal por
encima de todo y para su satisfacción personal. Y para esto se vale de todo, hasta de la
fe.
El hombre light convierte la fe en Jesús en una religión de mercado. Promociona
la música de alabanza sin algún contenido profundo, las predicaciones sensibleras y las
imágenes de Jesús, de María o de los santos con atribuciones mágico-religiosas. Explota
al máximo el sentimiento de los “clientes”, les calienta el corazn y les reduce su
- Evangelio: Mt 5,1-12
capacidad de crítica. Es incapaz de vincularse a procesos que comprometan su vida y
pongan en riesgo sus seguridades. El hombre light es un ser débil e incapaz de enfrentar
la vida tal como es, y de enfrentar su propia mediocridad humana.
En medio de toda esta danza de las máscaras que ocultan la pesadilla humana
sustentada por un proyecto ególatra, el Evangelio de hoy presenta el anuncio de Jesús y
su propuesta de salvación. Dice Mateo que Jesús subió al monte, se sentó y sus
discípulos se le acercaron. El monte es un lugar teológico que significa el encuentro con
Dios y la revelación de su proyecto de salvación, de su nueva Ley, como otrora se había
revelado en el Sinaí por medio de Moisés.
Jesús se sentó como lo hacían los maestros cuando enseñaban. Aquí se hace la
diferenciación entre la gran muchedumbre que lo buscaba para que le hiciera algún
milagro y los discípulos, que superan esa religiosidad rastrera y mendicante, se acercan y
se sientan junto a él para escuchar su mensaje. Nosotros también podríamos quedarnos
en el plano de la muchedumbre que va tras de Jesús en busca que de un milagro
personal o acercarnos más a Él, escuchar atentamente su mensaje y convertirnos en sus
discípulos.
Veamos cada una de las ocho bienaventuranzas de una manera muy sucinta:
Bienaventurados los pobres en el espíritu porque de ellos es el reino de los cielos. Ésta no es una
invitación a aceptar la miseria y el sufrimiento como valores máximos de la vida, ni a
dejarnos engañar del cuento de que en la otra vida vamos a gozar si en ésta somos
pobres. Y hay que tener mucho cuidado con la forma como las biblias traducen esta
bienaventuranza. No son los que tienen un espíritu pobre, ni los pobres de espíritu,
sino los pobres en el espíritu. Un pobre en el espíritu no es un hombre mediocre, sin
ilusiones ni visión de la vida. El pobre en el espíritu es aquel que no pone su felicidad
en el tener, en poder o en el consumir, sino en sí mismo y en su relación con Dios y
con los hermanos. El pobre en el espíritu descubre cada día la riqueza de la vida, lleva
una vida en condiciones dignas y trabaja para que todos vivan dignamente.
El pobre en el espíritu toma conciencia de su condición de criatura. Comprende
que no es perfecto y que siempre necesitará de la ayuda de Dios y de la compañía de
otros seres humanos con quienes se identificará. El pobre en el espíritu valora las
personas no por su fama, poder o influencia, sino por lo que son: seres humanos.
Como decía el Cardenal Pironio: “El pobre en el espíritu no es tanto el que no tiene
sino el que no retiene”. En palabras de Carlos Vallés: “el pobre en el espíritu deja a
Dios ser Dios y acepta humildemente su condición de criatura, condición que comparte
con todos los seres”.
Bienaventurados los que lloran porque serán consolados. Si no comprendemos el sentido
de las bienaventuranzas, las rechazaremos o las aceptaremos de forma equivocada y
conseguiremos un efecto contrario al que ellas buscan. ¿Por qué felices los que lloran?
¿No será que son más felices los que ríen?
Nuestra sociedad se ha especializado en ocultar el dolor personal y social más allá
de lo necesario. Esta bienaventuranza invita primero a descarnar aquellas lepras
personales, familiares y sociales, para que se pueda sentir el dolor, llorar y actuar frente
a ellas. Lo peor es acostumbrarnos al mal y que éste, en cualquiera de sus
manifestaciones, deje de despertarnos dolor, aflicción y llanto, porque indica que aquel
que vive sumergido en el mal ha perdido sus esperanzas. Y cuando perdemos las
esperanzas estamos perdidos.
Ante cualquier situación dolorosa vale la pena saber que alguien nos escucha y que
si lloramos, seremos consolados. El llanto es la exteriorización del dolor y la aflicción
que se manifiesta. Llorar es reconocer la vulnerabilidad humana ante el poder del mal y
la impotencia humana ante la realidad de las fuerzas malignas internas o externas. El
que llora exterioriza todo su dolor, se libera de lo que aprieta su corazón y puede así ver
la vida con nuevos ojos. El que llora espera ser consolado y acompañado por alguien.
En nuestro caso como personas de fe, confiamos ser escuchados por Dios. Ésta es la
catarsis del creyente que exterioriza un sentimiento y mantiene viva la esperanza,
porque esa situación no será eterna. Dios escuchará nuestro llanto y bajará a liberarnos
como lo hizo con su pueblo esclavizado en Egipto (Ex 3,7-10).
Bienaventurados los apacibles (mansos, pacientes) porque ellos heredarán la tierra. La felicidad
no se da a pesar del mal sino en medio del mal. Ante la realidad del mal el ser humano
toma varias posturas: se acostumbra, se resigna, se desespera o lo enfrenta con
apacibilidad. La mansedumbre o apacibilidad no equivale a pasividad ni aceptación del
mal. Es resistencia, reacción pacífica y con dominio de sí. El ser humano apacible
enfrenta el mal con serenidad y no se desespera. Trabaja con fe y con esperanza y no se
abandona en la ira. Comprende que la historia está en manos de Dios y aunque a veces
se desvíe, como dice Pablo, al final todo terminará sometido a Cristo, y Cristo, a Dios.
Jesús es el hombre manso y humilde de corazón de quien todos podemos recibir ayuda
y reposo. (Mt 11,29).
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque serán saciados. El hambre es
vacío; en este caso es un vacío interno que anhela ser llenado por la justicia. La justicia
es el fruto y la manifestación más patente del Reinado de Dios. Es el hilo conductor de
todo el Antiguo Testamento. Por eso es lo que siempre reclaman los profetas: justicia.
“¿No saben cuál es el ayuno que me agrada? Romper las cadenas injustas, desatar las amarras del
yugo, dejar libres a los oprimidos y romper toda clase de yugo. Compartirás tu pan con el hambriento,
los pobre sin techo entrarán en tu casa, vestirás al que veas desnudo y no volverás la espalda a tu
hermano…” (Is 58,6ss). De ahí que Jesús haya dicho una frase que es una especie de
síntesis de las Bienaventuranzas: “Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, que lo demás
vendrá por añadidura”. (Mt 6,33). Añadidura aquí significa que viene como consecuencia
de. La justicia es la voluntad salvífica de Dios concretizada con la llegada del Reino.
Quien vive en el Reino de Dios es un ser humano justo que busca la justicia, como
busca la sierva corrientes de agua viva (sal 42). El seguidor de Jesús necesariamente
debe tener su misma causa: El Reino de Dios y su justicia. El Reino le dio plenitud a la
vida de Jesús y sentido a todas sus acciones.
Bienaventurados los misericordiosos porque obtendrán misericordia. La misericordia atraviesa
toda la historia de salvación. Es el atributo más subrayado en el Nuevo Testamento
(236 veces). “Bendito sea Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de la misericordia, Señor de
toda consolación.” (2Cor 1,3-4). Es la actitud que más pide Dios al ser humano: “Quiero
misericordia, no sacrificios” (Mt 12,7; Os 6,6; Lc 11,31). La misericordia es la capacidad de
meterse en el interior de la otra persona no para juzgarla y condenarla sino para
comprenderla, sentir su dolor y acompañarla en su propia sanación. La misericordia es
la forma como ama Dios y por lo tanto también como ama Jesús. No es el amor de
benevolencia y sentimiento sino que es el amor eficaz que busca la miseria del otro.
Jesús fue el hombre misericordioso por excelencia. La compasión fue el móvil que lo
hizo sanar, predicar, denunciar, proponer, luchar y hasta morir.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Los fariseos se
empeñaban en buscar la limpieza en el estricto cumplimiento de la Ley y evitaban tener
contacto con los pecadores y gentiles para no contaminarse. Tenían ritos de
purificación, ayunos, diezmos, sacrificios, etc., que debían cumplir estrictamente para
hacer parte de la comunidad de los puros, o sea de los fariseos. Jesús desenmascara la
falsa pureza de los fariseos (Mt 23) e invita a una pureza de corazón, basada no tanto en
leyes y ritos externos. Aquí el corazón no es tanto el músculo que irriga la sangre por
todo el cuerpo sino el lugar desde donde brotan los sentimientos humanos, el centro de
la vida afectivo-emocional y la conciencia misma. “Los ciudadanos del Reino deben tender
realmente a la santidad interior, libres de pecado, en sinceridad profunda, en rectitud de intención, con
toda sencillez” 1 . El puro de corazón ve a Dios en todas las personas sin excepción,
descubre en ellas su dignidad y su grandeza, y las trata con respeto y amor. Ser limpio
de corazón nos lleva a jugar limpio con todas las personas como se debe jugar limpio
con Dios. El limpio de corazón renuncia a toda ambición que atente contra la vida de
los demás y contra su propia vida. Trabaja para crear un mundo justo, solidario y feliz,
en el cual vivan los hijos de Dios.
Bienaventurado los que trabajan por la paz, porque serán reconocidos como hijos de Dios: En
medio de esa mentalidad guerrerista de su tiempo, Jesús anunció la bienaventuranza de
la paz. Algunas biblias traducen como los pacíficos, pero no se trata solamente un
actitud pacífica. No es necesariamente la persona de carácter tranquilo, de
temperamento apacible, bonachón, que evita la cólera y la violencia. Literalmente serían
los pacificadores. Pero, en nuestro contexto suele relacionarse la palabra pacificador
también con el guerrero que impone su propia paz con las armas. El general Rito Alejo
del Río, con un prontuario criminal bastante grande fue llamado el pacificador (el
monstruo) de Urabá. 2 Por eso aquí preferimos traducirla como los que trabajan, los que
hacen, los que construyen la paz. No sólo los media dores en las discordias, sino más
allá los difusores, los sembradores de paz.
La paz significa la prosperidad, las buenas relaciones humanas, el derecho y la
justicia. En la raíz hebrea paz significa estar colmado, íntegro, sin que falte nada. Estar
en paz es no carecer de lo que se debe tener. La justicia trae como consecuencia la paz:
“La obra de la justicia será la paz y los frutos de la justicia serán la tranquilidad y seguridad para
siempre” (Is 32,17). Si hay reconciliación entre dos personas o grupos que se peleaban es
1 ECHEVERRI OLANO Arturo. Las Bienaventuranzas. Colección Iglesia, Centro Carismático Minuto de
Dios, Bogotá 1988. 44
2 Durante el tiempo que este personaje oscuro fue comandante de la Brigada XVII fueron perpetrados más
de 1.700 crímenes en Jiguamindó y Curvaradó, Vigía del Fuerte, Pavarandó, Cacarica, San José de Apartadó
y Dabeiba. Se le han hecho muchos procesos, pero con la justicia de éste país todo ha quedado en la
impunidad…
un camino hacia la paz, pero ésta se logra cuando hay prosperidad, tranquilidad,
excelente relación humana, hermandad, derecho y justicia. En otras palabras, el ser
humano vive en paz cuando es feliz individual y socialmente. Por eso el saludo de los
judíos es Shalom ( םולש ), es decir paz.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia…: La primera y la última
bienaventuranza están en paralelo y formuladas en presente: “porque de ellos es el
Reinado de los cielos”. No son promesas son realidades que se experimentan en el acto.
Además, ésta última es la consecuencia lógica de todas las anteriores.
No se trata de ser conflictivos, ni de procurarse la persecución o de hacerse el
perseguido para llamar la atención. No es el sufrimiento por el sufrimiento, el martirio
por el martirio, la cruz por la cruz. La persecución, el sufrimiento, la cruz de por sí es
rechazada por todo ser humano. Al mismo Jesús le pas: “Si es posible, aparta de mí
este cáliz de amargura.” La cruz es algo que viene de fuera y que no se acepta de
primera mano.
No se trata de los perseguidos por la justicia, por haber cometido delitos o por
causa de sus propias irresponsabilidades. Se trata de los perseguidos por causa de la
justicia, que en la forma griega como está escrito significa la justa relación con alguien.
En este caso es la justa relación con Dios y con los seres humanos. La justa relación
con Dios es la fidelidad y la justa relación con los seres humanos es la justicia, la
honestidad, la honradez.
La persecución es la consecuencia lógica de la fidelidad al compromiso con la
justicia, porque una sociedad estructuralmente injusta necesariamente reaccionará
contra quienes no la acepten y, en el colmo, quieran cambiarla. Como no se trata de una
persecución cualquiera, Mateo se cuida muy bien de precisarlo cuando aade: “Felices
ustedes, cuando por causa mía los insulten, los persigan y les levanten toda clase de
calumnias” (Mt 5,12). Se trata, además, de una persecucin basada en la calumnia, (con
mentiras) y precisamente por defender la causa de Jesús.
De manera que sufrir por ser un verdadero discípulo y apóstol de Jesús es lo
más normal: El mundo no soporta el fuego, porque ilumina, pero también quema. Si el
evangelio no se ha domesticado, si no se le ha quitado el aguijón, es comprensible que
cause molestias, que levante ampollas como las levantó Jesús. Por eso afirmó: “Si el
mundo los aborrece, sepan que me aborreció a mi primero que a ustedes” (Jn 15,18). “Los echarán de
la sinagoga; pues llega la hora en que todo el que les quite la vida, pensará prestar un servicio a Dios”.
(Jn 16,2). Bien lo decía Carlos Mesters: Cuando el evangelio se anuncia cabalmente, se da el
conflicto. Es la máxima expresión de fidelidad: “No hay amor más grande que dar la vida por
los amigos”.
Oración
Dios, Padre y Madre, fuente de vida, amor, alegría y felicidad. Te damos gracias
porque en tu gran misericordia dispusiste un plan de salvación para todos; un camino
que conduce irreversiblemente a la plenitud. Te bendecimos, te alabamos, te adoramos
desde lo profundo de nuestros corazones. Nos regocijamos en ser tus hijos y nos
abrimos a tu gracia para llenarnos de ti y vivir conforme a tu voluntad.
Reconocemos que muchas veces, en nuestro anhelo natural de felicidad, nos
hemos desviado de camino. Reconocemos que hemos confundido pequeños gustos y
empeños personales, caprichos y satisfacciones que obedecen más vacíos existenciales y
a modas impuestas por la sociedad postmoderna, con una auténtica necesidad humana
realización y felicidad.
Reconocemos que hemos visto frustradas nuestras aspiraciones, unas veces por las
dificultades naturales de la vida, por los cambios en la sociedad, por factores externos a
nosotros, otras veces por errores personales, por nuestras opciones equivocadas, por
falsas expectativas. Reconocemos que hay experiencias y situaciones difíciles que nos
quitan la paz, nos hacen sufrir y, en el extremo, nos envuelven en manto de dolor y
tristeza.
Te pedimos que la fuerza de tu Espíritu nos reconcilie, nos integre a la vida,
armonice todos nuestros sentimientos y pensamientos, nos de la paz y el perdón.
Pedimos que la gracia de tu Espíritu nos de la sabiduría y la fortaleza necesarias para
vivir las bienaventuranzas en nuestro día a día. Que más allá de las apariencias, de las
amenazas, de las dificultades, de los obstáculos y, contando con nuestra naturaleza
humana, podamos construir nuestra auténtica libertad y felicidad. Todo esto te lo
presentamos inspirados en la vida y en la palabra de Jesús tu Hijo amado, y con la
confianza que él nos comunicó en tu amor misericordioso y en tu voluntad salvífica. A
ti la gloria y la alabanza por el Hijo en el Espíritu. Amén.