EN CAMINO
8vo Domingo del tiempo ordinario, ciclo “A”
Por, Neptalí Díaz Villán CSsR.
- 1ra lect.: Is 49,14-15
- Sal 61
- 2da lect.: 1 Cor 4,1-5
- Evangelio: Mt 6,24-34
O Dios o el dinero
Continuamos con el discurso de las Bienaventuranzas. El fragmento que hoy
compartimos es un comentario a la primera bienaventuranza: “Bienaventurados los
pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Específicamente a la segunda
parte: “de ellos es el reino de los cielos” . Se trata ahora de pensar la forma cómo hacemos
parte del Reino de los cielos, en otras palabras, cómo hacer para que realmente
podamos tener a Dios por rey.
El Evangelio empieza recordando algo fundamental en la Primera Alianza:
Dios no admite otros dioses, es un Dios celoso: “No te postres ante otros dioses, ni le
sirvas, porque yo Yahvé, tu Dios, soy un Dios celoso” (Ex 20,5). Lo que en el momento de
redactar el libro del Éxodo amenazaba la integridad del pueblo de Israel era la
constante influencia política, social, ideológica y religiosa de los pueblos vecinos, sus
deidades que prometían esplendor y gloria y empujaban a olvidar los valores que
hacen posible una vida digna. Detrás de esa idolatría están los intereses de quienes
presentan las deidades como la solución a todos los problemas de la humanidad y
ofrecen el cielo y la tierra, el amor, el éxito, el placer perfecto y la completa felicidad.
Y el interés específico tanto en el tiempo de Jesús como en el nuestro es el dinero.
El problema, lo hemos repetido hasta la saciedad, no es tanto el dinero como
realidad sino el manejo que se le da cuando el ser humano no tiene claridad en su
camino, cuando no ha sabido descubrir lo realmente valioso en su vida. El problema
no es que uno tenga dinero, sino que el dinero lo tenga a uno. El problema es
cuando el dinero se convierte en señor, en amo, en ídolo que le quita el puesto a
Dios. Y eso es lo que, desde los tiempos de Jesús hasta hoy, ha venido sucediendo
con estragos tremendos para la dignidad humana. Porque es un dios tirano que exige
todos los sacrificios posibles: todo se sacrifica ante el altar de Mamón (dinero): la
naturaleza, la familia, los principio éticos, la amistad, comunidades enteras, la vida,
¡todo!
La naturaleza, con su calentamiento global, las sequías o las inundaciones, el
deshielo, la contaminación, la destrucción de la capa de ozono, etc., está al borde del
colapso por el afán de lucro, por el afán de mantener y acrecentar los más altos
niveles de crecimiento económico.
La llamada locomotora minera amenaza gravemente la vida digna de muchas
de nuestras comunidades. Las multinacionales, en complicidad con las autoridades
locales, que no hacen lo que tienen que hacer porque hay dinero de por medio o
porque son miopes e irresponsables, sacan suculentas ganancias, le dejan un
pequeño porcentaje a los gobiernos locales que en su mayoría se va en corrupción,
al final, se van y dejan el problema para las comunidades. Ríos contaminados o
secos, comunidades enfermas por los productos tóxicos en el ambiente o
enterrados, suelos dañados, enfermedades graves, tristeza, desolación, frustración.
Y eso pasa especialmente en África, en algunos países de Asia y en
Latinoamérica, donde hay más empobrecimiento, donde las leyes son menos severas
ante la voracidad de las multinacionales y donde la corrupción se pasea como perro
por su casa.
Y todo ese dinero acumulado ¿para qué? Porque se quiere tener seguridad y
capacidad para el consumo.
Pero, tener dinero no garantiza totalmente la seguridad. De pronto, un día las
bolsas del mundo se caen, las empresas más prósperas quiebran, se desinfla la
burbuja económica, viene una crisis en el sector, etc. Además, la historia ha
demostrado que cuando el ser humano entra en este juego de la avaricia, de la
codicia, nunca se llena, siempre quiere más, su estómago le exige más y más, pues
como dijo Gandhi: “La tierra es suficiente para todos, pero no para la voracidad de los
consumidores”.
De manera que, con esa lógica, el ser humano no va a tener tranquilidad
porque dedica parte de su vida a conseguir dinero, y la otra parte de su vida, a
cuidarlo y a cuidarse de quienes quieren quitárselo. Como diría Facundo Cabral: “El
conquistador por cuidar lo conquistado se vuelve esclavo de su conquista”.
Y así sea dueño de una empresa próspera y reconocida, así tenga todos los
títulos, toda la salud y los más grandes logros, eso no garantiza la paz, la seguridad y
la felicidad. Nadie puede vivir auténticamente como ser humano si construye su vida
a espaldas de los demás seres humanos.
El dinero en abundancia quiere garantizar el privilegio consumista, una de las
idolatrías más dañinas de nuestro tiempo. El consumismo degrada la dignidad
humana porque convierte a los trabajadores en máquinas de producción y consumo
de bienes. Levanta murallas que dividen cada vez más a los seres humanos entre
quienes tienen la posibilidad de comprar las cosas más excéntricas, los
apartamentos, los vehículos más lujosos y demás productos, y quienes escasamente
sobreviven. El consumismo, en vez de hacer más felices a los seres humanos,
esconde la pesadilla de un profundo vacío existencial, una gran falta de sentido y una
muy baja autoestima.
“El afán derrochador es indicio de un carácter que está destruido por falta de autoestima o
por un caos interior. Cuando uno se experimenta a sí mismo como carente de valor, se siente en la
necesidad de demostrar a todos de cuántas cosas dispone. Como carece de estructura interna, hace
que sea también inestructurada su manera de tratar las cosas… Se derrochan los bienes para
compensar mediante esa conducta fanfarrona la propia minusvalía. Todas las cosas se hallan
exclusivamente a mi servicio.” 1
Cuando el dinero, o en general la propiedad, pierde su sentido comunitario y
social esclaviza al ser humano. Lo empuja a desentenderse de las exigencias básicas
del bien común, del compartir con los demás y de la necesidad existencial de abrirse
a los demás seres humanos.
Por eso, para Jesús es muy claro: “No es posible servir a Dios y al dinero” . No
puede tener a Dios por rey quien tiene al dinero por rey, por señor de su vida. Tener
1 GRÜM Ancelm. Orientar personas, despertar vidas. Verbo Divino. Navarra 2000. 34-35 .
a Dios por rey implica reconocer a los demás seres humanos como hermanos, como
miembros de la familia humana con derechos y dignidad, nunca como cosas, nunca
como instrumentos, como medios para explotarlos.
No se trata de renunciar a la propiedad, de ninguna manera, no se trata de
maldecir la riqueza y canonizar la miseria. Hans Küng exige a los teólogos cristianos,
en su lucha contra circunstancias injustas, no caer en posturas extremistas que hacen
mucho daño: “No surjan como soñadores de una economía ingenua que embellecen religiosamente
la pobreza y desacreditan globalmente la riqueza. Y menos aún, claro está, como fanáticos piadosos
cuyo celo encubre únicamente su incompetencia en materia económica, y que con harta frecuencia
predican al mundo agua, pero ellos mismos beben vino” 2 . Nuestro comportamiento
económico debe estar regido por normas éticas. Pero como lo afirma Küng, las
exigencias morales sin racionalidad económica no son una moral, sino un
moralismo, no es ética sino romanticismo, una imagen ilusoria más o menos
piadosa. 3
Por eso, es preciso trabajar de manera organizada para tener lo necesario, para
tener una vida digna, sabiendo que Dios es nuestro señor, nuestro rey y que él ejerce
su reinado siendo Padre, es decir, dando vida y que con su mano generosa y nuestra
responsabilidad, vamos a vivir bien y estaremos conducimos hacia la plenitud.
El Evangelio invita a vivir con una actitud de confianza en la providencia de
Dios que es Padre y Madre , y de responsabilidad ante la vida. Sobre el tema de la
confianza y la maternidad de Dios nos habla de una manera muy bella la primera
lectura. La persona que tiene a Dios por rey siente que su vida viene de él y que
quien le ha dado lo más importante que es la vida, le dará lo necesario para
conservarla y realizarla dignamente.
No es una invitación a la irresponsabilidad, sino a vivir con fe y esperanza. Y
repite vari as veces. “No se preocupen”. Preocuparse es ocuparse antes de. Es
desgastarse inútilmente, es agobiarse, y el agobio no sirve para nada, sino para dañar
la salud, el genio y el ambiente familiar y comunitario. A fuerza de angustiarse no se
van a solucionar los problemas. ¡Claro que hay cosas que dependen de nosotros y
hay que hacerlas! No le dejemos a Dios lo que nosotros podemos hacer. Que Dios
sea providente no significa que sea tapa huecos, alcahuete, cómplice de nuestras
irresponsabilidades. No podemos sentarnos a esperar a que Él solucione nuestros
problemas, ni enterrar el don que Dios nos dio como lo hizo el tercer personaje de
la parábola de los talentos (Mt 25,24-25). Pero hay situaciones en las cuales
únicamente podemos esperar con paciencia, con serenidad, porque por más fuerza
que hagamos el sol no saldrá más temprano.
Tanto quienes tienen dinero como los pobres suelen preocuparse. Los pobres,
para conseguir con qué pagar la comida, el arriendo, el crédito, la matrícula, etc. Los
ricos quieren tener más, comprar otra empresa, lanzar un nuevo producto,
protegerse de quienes los quieren tumbar, etc. Y así muchas veces llevamos una vida
sometida a la preocupación, al estrés. Jesús invita a ponerse en las manos del rey que
ejerce su reinado como un padre que da, protege y promueve la vida.
Quienes no conocen a Dios sí tienen que estar siempre preocupados por el
futuro. Pero quien experimenta el amor de Dios y siente que su vida viene y está
2 KÜNG Hans, Una ética mundial para la economía y la política. 315. En: GRÜM Ancelm. Orientar
personas, despertar vidas. Verbo Divino. Navarra 2000. 87.
3 IBIDEM.
conducida por Él, sabe que será llevado por buen camino. Tendrá internamente esa
convicción y la manifestará externamente con una actitud generosa y con serenidad
de espíritu. Así se manifestará su fe.
El miedo de quien se preocupa y se desespera ante los problemas, como el
miedo de quien acumula miserablemente dinero sin importar por encima de quien
pueda pasar, es contrario a la fe. Por eso reafirma: “No se preocupen… qué poca fe
tienen.”
Con una actitud serena, de confianza y de fe, lejos del miedo y de las
preocupaciones, sintiéndose en las manos grandes, fuertes y amorosas de Padre y
Madre Dios, la invitación final es a trabajar, a buscar, a realizar un proyecto
concreto: la justicia del Reino: “Ya sabe su Padre del cielo que tienen necesidad de todo eso.
Busquen primero El Reinado de Dios y su justicia, y todo eso se les dará por añadidura.”
Realizar la justicia del Reino es la labor del discípulo. Porque no se trata de
ser vagos, holgazanes, irresponsables y menos, recostarse a los demás y
aprovecharse de su trabajo. Si fuera así tendríamos que aplicarle la máxima de Pablo:
“quien no quiera trabajar que no coma” (2Tes 3,10).
Se trata de trabajar unidos por la justicia del Reino. En otras palabras, se trata
de trabajar por la felicidad y el derecho de todos, por el bien de todos, de manera
que esa experiencia de fe sea auténtica, y experimentemos constantemente la
providencia de Dios Padre y Madre.
Si nos sentimos parte del Reino de Dios, trabajar por la justicia de ese Reino
no es algo externo a nosotros. Trabajar por la justicia del Reino es trabajar también
por mi propio bienestar, porque éste no puede ser ajeno al bien común. Aquí la
palabra añadidura no es lo que no tiene importancia, no es por si acaso, si llega
bueno y si no, pues también. ¡No! Aquí añadidura es que viene unido a, añadido a,
pegado a, como consecuencia de. Si trabajamos, si damos los mejor de nosotros
mismos, si construimos un mundo mejor, si todo lo que hacemos lo hacemos con
esa convicción y con ese espíritu de servicio y de amor por la humanidad y si
efectivamente desarrollamos proyectos que favorezcan al bien común, el beneficio
personal va a ser real, inmenso, maravilloso.
Eso se entiende mejor si decidimos vencer el egoísmo y construir nuestra
vida teniendo en cuenta que como dijo el poeta John Donne “Ningún hombre es una
isla, algo completo en sí mismo; todo hombre es un fragmento del continente, una parte de un
conjunto… La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque yo formo parte de la humanidad;
por tanto nunca mandes a nadie a preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.”
¿Y el futuro? ¿Qué vamos a hacer mañana, la próxima semana, el próximo
mes, el próximo año, qué vamos a hacer con nuestra vida? Pues, planeémoslo con
fe, con esperanza, hagamos nuestros proyectos, soñemos con ellos, teniendo en
cuenta nuestra realidad y la utopía de la justicia del Reino de la cual formamos parte.
Pero sin preocupaciones. Cada día tendrá su propio trabajo, su propio compromiso,
su propia realización.
Mañana será otro día como hoy, como todos los días, funcionará bien
porque Dios es nuestro Rey-Padre-Madre. Ni el miedo, ni las crisis, que en algún
momento llegan, nada ni nadie nos va a quitar la felicidad, porque nada ni nadie va a
reinar en nuestra vida sino sólo Dios. Si viene algún conflicto, algún problema, lo
enfrentamos, lo solucionamos y así reafirmamos cada día más que Dios nuestro
único Rey-Padre-Madre. Y que aunque una madre e olvidara del hijo de sus
entrañas, Dios nunca se olvidará de nosotros (Is 49,15).
Oración
Dios Padre-Madre, gracias porque somos tus hijos y podemos confiar
plenamente en tu providencia. Gracias porque nos amas a todos y tus manos
grandes y generosas somos conducidos irreversiblemente hacia la plenitud del
Reino, hacia la plenitud de la vida, hacia la plenitud de nuestra felicidad.
Te pedimos perdón porque a veces, inundados de miedo, de vacíos
existenciales, nos hemos dejado arrastrar por el consumismo o por la tristeza de no
tener más para consumir más y demostrar que valemos, desconociendo que el
auténtico valor es la vida que tú nos das. Te pedimos perdón porque a hemos
permitido que en nuestro corazón reine el egoísmo, la avaricia, la codicia y todo
aquello que nos aleja de tu reinado. Te pedimos perdón porque muchas veces nos
hemos dejado arrastrar por las preocupaciones, el mal humor, el estrés y la falta de
confianza. Te pedimos perdón porque a veces hemos sido irresponsables con
nuestra propia vida y la de los demás.
Te pedimos que nos purifiques de todo miedo, de toda avaricia, de todo
aquello que nos hace perder el sentido de la vida. Te abrimos nuestra mente y
nuestro corazón para que siempre reines tú. Que tu amor de Padre-Madre nos haga
sentir hermanos, coherederos de tu gloria, corresponsables de nuestra propia
realización y felicidad, coocuidadores y promotores de la vida. Danos una fe
robusta, enraizada en lo más profundo de nuestro ser y manifestada en cada cosa
que hagamos a favor de la justicia del Reino. Amén.