XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Partir y compartir, mensaje eucarístico de salvación
La palabra de este domingo nos presenta el amor de Dios, con tres lecturas que lo
definen como un amor gratuito y universal (Is 55,1-3), potente e inquebrantable
(Rom 8,35-39) misericordioso y eficiente, que se revela especialmente en el reparto
eucarístico del pan (Mt 14,13-21), realizado por Jesús con sus discípulos en un
momento de gran necesidad de quienes los seguían. Este gran milagro del pan
repartido nace del amor entrañable de Cristo, que no se queda meramente en un
buen sentimiento, ni en un bello discurso, sino que implicando a los discípulos,
despliega ese amor en una serie de obras de misericordia que van desde la curación
de los enfermos hasta la satisfacción del hambre de la gente.
En los cuatro evangelios tenemos seis versiones acerca de este milagro del reparto
de pan entre las multitudes, una comida extraordinaria realizada por Jesús que
debió ser memorable en la primitiva Iglesia (Mc 6,30-44; Mt 14,13-21; Mc 8,1-10;
Mt 15,32-39; Lc 9,11-17; Jn 6,1-15). También allí Jesús realiza los gestos
eucarísticos con el pan (tomar, bendecir, partir, dar) de modo que aquella comida
se convirtió en una de las tradiciones principales acerca de la fracción del pan. La
multiplicidad y diversidad de testimonios refleja la importancia de la misma en las
iglesias del Nuevo Testamento. Con ello la comunidad expresa el dinamismo
misionero que la presencia del Señor Jesús imprime en sus discípulos al implicarlos
directamente en el partir el pan y repartirlo entre las multitudes hambrientas. El
pan partido y compartido es un milagro al alcance de la humanidad y se convierte
en un signo que nos da la vida, que refuerza la fraternidad y la solidaridad entre los
cristianos y nos interpela sobre el hambre y la miseria que viven grandes masas de
la humanidad, particularmente en la olvidada África y en países desolados como
Somalia.
El relato del milagro del reparto organizado y solidario del pan como don y signo del
Reino de Dios revela que Jesús es el Mesías a través de una narración, que también
hoy constituye una auténtica parábola para el mundo pues su mensaje de salvación
es una alternativa al sistema social de este mundo globalizado afectado por una
crisis fatal. Lo admirable del milagro no es la “multiplicación” de panes, sino el
“reparto” del pan partido entre los necesitados. El milagro no consiste en multiplicar
sino en dividir. Lo que es digno de admiración y rompe la lógica matemática es el
pan compartido y repartido. Y este pan compartido sacia a todos. Éste es el gran
milagro que la Iglesia proclama desde el Evangelio y desde la Eucaristía, y ésta es
nuestra gran palabra en el mundo. Frente al milagro diabólico del capitalismo
salvaje que consiste en multiplicar y superproducir, sosteniendo el crecimiento
económico como objetivo prioritario o único del sistema, descuidando la atención a
los últimos y más vulnerables, el milagro narrado en el evangelio consiste en dividir
y compartir. La Eucaristía es sacramento que anuncia y anticipa una nueva realidad
mesiánica, proclamando la muerte de Jesús, un cuerpo roto, como dinamismo
liberador en una humanidad injusta y en una sociedad consumista.
En descampado y hambrienta está también hoy la mayor parte de la humanidad,
carente de las necesidades más vitales, muchos de ellos, sin pan y sin casa. En el
texto de Mateo de este domingo los discípulos piden a Jesús que despida a las
multitudes. ¡Cuánta gente en el mundo hoy es despedida! ¿A cuántos se les dice
“que se vayan”? Pensemos en los inmigrantes, con papeles o sin ellos, de los países
receptores de inmigración. O en los niños de la calle, tantas veces rechazados hasta
por sus propios vecinos. O en cualquier tipo y manifestación de racismo o
xenofobia. ¿Cuántas veces hemos leído “fuera con ellos” en los graffiti de los muros
de las ciudades. Jesús da una respuesta contundente a los discípulos: “No tienen
necesidad de irse”. ¿Cómo resuena esta frase entre nosotros? Con Jesús podemos
decir que nadie tiene ni necesidad ni obligación de irse en ninguna parte del mundo,
pues todos tienen derecho al pan y al trabajo, a la dignidad y a la libertad, a la
convivencia en paz y con respeto, al bienestar y la satisfacción de los mínimos de
supervivencia en nuestro planeta. El pan compartido es capaz de saciar a todos. La
Eucaristía es símbolo y realidad de la salvación.
Jesús involucra a sus discípulos en una acción capaz de realizar el verdadero
milagro: «Dadles vosotros de comer». Probablemente ellos pensarían que el
milagro consiste en multiplicar los alimentos, y creerían que el problema es
comprar. En cambio Jesús no compra ni multiplica, sino que parte y reparte, es más
él mismo se parte y se entrega hasta el fin. Jesús les muestra que, más que
despedir o comprar, el camino a seguir es organizarse y planificar el servicio, es
saber convivir unos con otros en la tierra en la que estemos viviendo, y entonces
partir y compartir el don del pan y los dones de esa tierra.
Jesús da una lección excepcional para que nosotros aprendamos a hacer el milagro
y resolvamos esa cuestión que la humanidad tiene pendiente: el hambre. Bendecir
el pan significa comprender que los bienes que da la tierra, en especial los que son
necesarios para vivir con dignidad, no nos pertenecen, sino que son don de Dios
para toda la humanidad, y si obramos en consecuencia y compartimos lo que
tenemos, si organizamos nuestras relaciones económicas de acuerdo con esta
convicción, si superamos así la injusticia que estructura nuestro planeta, habrá pan
para todos y sobrará. Por eso el reparto de los panes adquiere su pleno significado
en el reparto del pan eucarístico.
La insuficiencia de los dos sistemas económicos vigentes es evidente. Tal vez el
“movimiento de los resignados” lo está sacando a la calle. El sistema capitalista es
injusto en su esencia y el socialista lo es porque atenta contra la libertad de la
persona. El mundo de la macroeconomía se muestra cada vez más incapaz de
resolver el problema de la pobreza de las dos terceras partes de la humanidad
porque está basado en la idolatría del dinero, un dios que premia a los que le
ofrecen como sacrificio la vida de los pobres. La celebración de la Eucaristía, sin
embargo, es la manifestación del Señor en nuestras personas y comunidades, que
nos mueve a una solidaridad efectiva con los pobres a través del justo reparto del
pan y de la tierra para que todos puedan vivir con dignidad y en libertad.
Jose Cervantes Gabarron, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura