Fiesta. La Transfiguración del Señor. (6 de Agosto)
“Su rostro resplandecía como el sol"
I. Contemplamos la Palabra
Lectura de la segunda carta según San Pedro 1,16-19
Esta voz del cielo la oímos nosotros.
Queridos hermanos: Cuando os dimos a conocer el poder y la última venida de
nuestro Señor Jesucristo, no nos fundábamos en fábulas fantásticas, sino que
habíamos sido testigos oculares de su grandeza. Él recibió de Dios Padre honra y
gloria, cuando la Sublime Gloria le trajo aquella voz: "Éste es mi Hijo amado, mi
predilecto." Esta voz, traída del cielo, la oímos nosotros, estando con él en la
montaña sagrada. Esto nos confirma la palabra de los profetas, y hacéis muy
bien en prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro,
hasta que despunte el día, y el lucero nazca en vuestros corazones.
Salmo 96 R. El Señor reina, altísimo sobre la tierra
El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono. R.
Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria. R.
Porque tú eres, Señor,
altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses. R.
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 17,1-9
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y
se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su
rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.
Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la
palabra y dijo a Jesús: "Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres
tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías." Todavía estaba
hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde
la nube decía: "Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo." Al oírlo,
los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y,
tocándolos, les dijo: "Levantaos, no temáis." Al alzar los ojos, no vieron a nadie
más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: "No
contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los
muertos."
II. Oramos con la Palabra
SEÑOR, qué bien se está a tu lado cuando las cosas van bien, y te ven
transfigurado. Luego, cuando te vean desfigurado, «varón de dolores», todos te
abandonarán y huirán. ¿Me darás fuerzas para quedarme siempre contigo, en los
misterios de luz y en los de dolor? Tan presente estás en Getsemaní como en el
Tabor, y a ambos lugares invitaste a los mismos tres apóstoles. A tu lado, estés
como estés, siempre me sentiré seguro. Y si puedo acompañarte en momentos
difíciles, mejor.
Esta oración está incluida en el libro: Evangelio 2011 de
EDIBESA.
III. Compartimos la Palabra
Nosotros escuchamos esta voz del cielo."
En la primera lectura nos cuenta San Pedro que ha visto a Jesús” en toda su
grandeza”; por eso no tiene miedo de anunciar su venida gloriosa y llena de
poder. Sus palabras no se basan en fábulas hechas con astucia, sino en un
acontecimiento central en su vida, capaz de cambiarlo todo y ver la historia con
ojos nuevos.
La resurrección de Jesucristo ya estaba anunciada en los profetas. Elías fue
arrebatado al cielo en un torbellino. Moisés hablaba “cara a cara” con Dios y su
rostro resplandecía hasta el punto de tener que cubrirse con un velo porque
tenía radiante la cara.
En medio de nuestra oscuridad tenemos una lámpara encendida: La Palabra de
Dios, que va guiando nuestros torpes pasos en el camino de la fe, hasta que
despunte el día y veamos con claridad el poder de Dios. Pidamos a Jesús que
nos de sus ojos para que podamos vernos y ver a nuestros hermanos como Él
nos ve.
“Su rostro resplandecía como el sol"
En el evangelio vemos a Jesús que toma aparte a tres de sus discípulos para
orar. Son los mismos que en otra ocasión llevó consigo aparte en el huerto de
los olivos y allí también se durmieron. Ante el misterio incomprensible de Dios
nos entra el sueño y como Pedro, decimos palabras incoherentes. No podemos
contener la gloria de Dios en una choza, hemos de bajar la montaña para
manifestar al mundo lo que contemplamos.
El lugar que Jesús ocupa en medio de Moisés y Elías señala su papel
fundamental en la historia de la revelación. Al final la ley y los profetas
desaparecen y se queda Jesús solo; ya no son necesarios, nos basta con
escuchar al Hijo para acercarnos a Dios.
Jesús nos considera de sus discípulos íntimos y nos lleva aparte a un lugar
óptimo para el encuentro con Dios. Necesitamos acudir a la oración para recibir
la guía necesaria y seguir el camino adecuado.
Sabemos que al final el Señor transformará nuestro cuerpo humilde según el
modelo de su cuerpo glorioso, mientras tanto dejémosle que transfigure poco a
poco nuestro corazón, participando de su divinidad y caminando al resplandor de
su luz, que transfigurará también nuestro alrededor alumbrando el mundo nuevo
que Cristo nos presagia en su transfiguración.
MM. Dominicas Monasterio Ntra. Sra. de la Piedad
Palencia
Con permiso de dominicos.org