«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo»
Mt. 16, 13-23
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
EL ACTO DE FE Y LA DUDA
Los dos episodios bíblicos de los que hemos intentado realizar una breve lectura
exegética se desarrollan entre la murmuración, el acto de fe y la duda. Sin embargo,
su lectura suscita reflexiones, meditaciones, contrastes, acercamientos.
Por una parte, encontramos un pueblo decididamente en rebelión contra Moisés,
pero también contra Dios. La prueba y la murmuración, la tentación y la sublevación
afectan asimismo a los sentimientos más humanos y se difunden como un contagio,
como una peste, entre la población. Con todo, Dios es siempre paciente con
nosotros y deja que la tentación nos pruebe y nos provoque, por eso pedimos en el
Padrenuestro que no caigamos en la tentación y, en última instancia, que Dios no
nos someta a la prueba, que es también un momento de verdad. También esta vez
nos da Dios una respuesta válida, aunque pasajera, como hace en nuestra vida. No
permite que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas.
Por otra parte, la confesión de fe de Pedro nos coloca en la dirección apropiada de
nuestra adhesión a Cristo, hijo del Dios vivo. En tomo a la fe de Pedro y a la de sus
sucesores nos convertimos en Iglesia, asamblea de Dios, fundamentada en la fe en
Cristo. Debemos creer en la Iglesia y no sólo a la Iglesia. Creer en la Iglesia es
acogerla como un don de Cristo y amarla; sentir con la Iglesia es también sentirla
como algo nuestro, como algo vivo. A través de las vicisitudes del tiempo, debemos
sufrir por la Iglesia y, si hiciera falta, sufrir a causa de la Iglesia. Sin perder nunca de
vista al Señor de la Iglesia, sin poner como prioridad sólo a la Iglesia del Señor.
ORACION
Somos con frecuencia, Señor; como el pueblo de Israel en el desierto, dispuestos a
murmurar contra ti, superficialmente nostálgicos respecto a lo que hemos dejado a la
espalda con nuestra conversión, nuestro bautismo, nuestra vocación eclesial. Nos
espanta el futuro y no nos fiamos suficientemente de tus planes de salvación. Sin
embargo, tu Palabra es una palabra que invita no sólo a creer, sino también a
esperar, porque es palabra de promesa.
Concédenos el valor de confesar tu nombre de Mesías e Hijo del Dios vivo. En medio
de las borrascas de la vida, en las incertidumbres, haznos recordar las promesas que
hiciste a tu Iglesia. Una Iglesia que puede ser una barca traqueteada por las olas de
las tempestades, pero siempre roca firme que tiene en ti, Señor de la Iglesia, su
fundamento y su piedra angular. Concédenos, sobre todo, creer en ti incluso cuando
te manifiestas y te proclamas Mesías crucificado y te revelas así en nuestra vida.
Concédenos también saber esperar, con confianza, en tus promesas, hasta ese
tercer día de la vida en el que tú, Señor victorioso, te muestras siempre fiel.