Allí se transfiguró en presencia de ellos”
Mt 17, 1-9
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
EL ROSTRO DE CRISTO ESTÁ IMPRESO EN EL CORAZÓN DE CADA HOMBRE Y LE
CONSTITUYE EN AMADO DE DIOS DESDE LA ETERNIDAD.
Existe una llama interior que arde en las criaturas y canta su pertenencia a Dios, y gime por el
deseo de él. Existe un hilo de oro sutil que une los acontecimientos de la historia en la mano
del Señor, a fin de que no caigan en la nada, y los conectará finalmente en un bordado
maravilloso. El rostro de Cristo está impreso en el corazón de cada hombre y le constituye en
amado de Dios desde la eternidad. Y están, a continuación, nuestros pobres ojos ofuscados...,
acostumbrados a dispersarse en la curiosidad epidérmica e insaciable, trastornados por
múltiples impresiones; nosotros no sabemos ya orientar la mirada al centro de cada realidad, a
su fuente. Nos volvemos incapaces de asumir la mirada de Dios sobre las cosas, porque
nuestra lógica y nuestra práctica se orientan en dirección opuesta a la suya, en su esfuerzo por
no perder nuestra vida, por no tomar nuestra cruz. Sólo cuando Jesús nos deja entrever algo
de su fulgurante misterio nos damos cuenta de nuestra habitual ceguera.
La luz de la transfiguración viene a hendir hoy, si lo queremos, nuestras tinieblas. Ahora bien,
debemos acoger la invitación a retirarnos a un lugar apartado con Jesús subiendo a un monte
elevado, es decir, aceptar la fatiga que supone dar los pasos concretos que nos alejan de un
ritmo de vida agitado y nos obligan a prescindir de los fardos inútiles. Si fuéramos capaces de
permanecer un poco en el silencio, percibiríamos su radiante Presencia. La luz de Jesús en el
Tabor nos hace intuir que el dolor no tiene la última palabra. La última y única Palabra es este
Hijo predilecto, hecho Siervo de YHWH por amor. Escuchémoslo mientras nos indica el camino
de la vida: vida resucitada en cuanto dada. Escuchémoslo mientras nos indica con una claridad
absoluta los pasos diarios. Escuchémoslo mientras nos invita a bajar con él hacia los
hermanos. Entonces el lucero de la mañana se alzará en nuestros corazones e, iluminando
nuestra mirada interior, nos hará vislumbrar en la opacidad de las cosas, en la oscuridad de
los acontecimientos, en el rostro de cada nombre a Dios “todo en todos”, eterna meta de
nuestra peregrinación en el tiempo.
ORACION
Jesús, tú eres Dios de Dios, luz de luz. Nosotros lo creemos, pero nuestros ojos son incapaces
de reconocer tu belleza en las humildes apariencias de que te revistes.
Purifica, oh Señor, nuestros corazones, porque sólo a los limpios de corazón has prometido la
visión de Dios. Concédenos la pobreza interior que nos hace atentos a su Presencia en la vida
diaria, capaces de percibir un rayo de tu luz hasta en los lugares donde todo aparece oscuro e
incomprensible. Haznos silenciosos y orantes, porque tú eres la Palabra salida del silencio que
el Padre nos pide que escuchemos. Ayúdanos a ser tus verdaderos discípulos, dispuestos a
perder la vida cada día por ti, por el Evangelio; haz crecer tu amor en nosotros para ser contigo
siervos de los hermanos y ver en cada hombre la luz de tu rostro.