XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Camilo Maccise, OCD
1. En la Misa de los domingos hacemos nuestra profesión de fe que proclamamos
en el Credo. Pero esta confesión tiene el peligro de dejarnos una idea equivocada o,
por lo menos parcial, de lo que es la fe. La reducimos a creer verdades, que
ciertamente existen y que debemos aceptar, pero que no nos dan la certeza de una
relación personal con Dios que implica apertura confiada y disponibilidad. Nos
contentamos con afirmar que aceptamos todas las verdades que la Iglesia nos
enseña y nos quedamos con un conocimiento intelectual que poco repercute
después en nuestra vida cristiana.
2. El evangelio de hoy nos enseña, en cambio, que la fe es creer en Jesús y confiar
en Él en todas las dificultades de la vida. De hecho, en la Biblia, creer significa
apoyarse con seguridad total en Dios, que es la roca. Jesús pone como condición
para realizar sus milagros una actitud de fe confiada. En el texto que acabamos de
leer, Jesús prueba la fe de sus discípulos. No examina lo que saben o no saben de
lo que Él les ha revelado y explicado, sino que quiere ver si tienen miedo, o por el
contrario, tienen confianza en Él. Les hace ver que en todas las circunstancias está
cercano y que no deben temer porque Él es fiel y acompaña en todas las vicisitudes
de la vida, especialmente en momentos de oscuridad, de tempestad, de
inseguridad.
3. Una fe hecha sólo de palabras y conceptos no es una fe completa. Sólo en la
relación con Jesús vamos comprendiendo y viviendo lo que es realmente la fe: una
relación personal con el Señor; una intimidad con Él que nos ayuda a superar todas
las dificultades. La barca sacudida por la tempestad es una imagen de la Iglesia y
del mundo de nuestro tiempo sacudido por la injusticia, la violencia, los odios, las
divisiones, la pobreza, la marginación. Allí aparece Jesús que nos invita a
tranquilizarnos porque Él no nos abandona nunca. Por eso no debemos buscar otras
seguridades fuera de Él. Nuestra relación con Cristo debe desembocar en una
confianza absoluta en su amor personal a cada uno de nosotros con la certeza de
que el guía la historia del mundo y nuestra historia personal. Tal vez, como Pedro,
dudemos en ciertos momentos especialmente graves. Entonces no olvidemos
invocar a Jesús quien nos tomará de la mano, nos ayudará a creer y nos dará su
paz.
Camilo Maccise