Jueves 11 de Agosto de 2011
Jueves 19ª semana de tiempo ordinario 2011
Josué 3,7-10a.11.13-17
En aquellos días, el Señor dijo a Josué: "Hoy empezaré a engrandecerte
ante todo Israel, para que vean que estoy contigo como estuve con Moisés. Tú
ordena a los sacerdotes portadores del arca de la alianza que cuando lleguen a la
orilla se detengan en el Jordán." Josué dijo a los israelitas: "Acercaos aquí a
escuchar las palabras del Señor, vuestro Dios. Así conoceréis que un Dios vivo está
en medio de vosotros, y que va a expulsar ante vosotros a los cananeos. Mirad, el
arca de la alianza del Dueño de toda la tierra va a pasar el Jordán delante de
vosotros. Y cuando los pies de los sacerdotes que llevan el arca de la alianza del
Dueño de toda la tierra pisen el Jordán, la corriente del Jordán se cortará: el agua
que viene de arriba se detendrá formando un embalse."
Cuando la gente levantó el campamento para pasar el Jordán, los
sacerdotes que llevaban el arca de la alianza caminaron delante de la gente. Y, al
llegar al Jordán, en cuanto mojaron los pies en el agua -el Jordán va hasta los
bordes todo el tiempo de la siega-, el agua que venía de arriba se detuvo, creció
formando un embalse que llegaba muy lejos, hasta Adam, un pueblo cerca de
Sartán, y el agua que bajaba al mar del desierto, el mar Muerto, se cortó del todo.
La gente pasó frente a Jericó. Los sacerdotes que llevaban el arca de la alianza del
Señor estaban quietos en el cauce seco, firmes en medio del Jordán, mientras
Israel iba pasando por el cauce seco, hasta que acabaron de pasar todos.
Salmo responsorial: 113A
R/Aleluya.
Cuando Israel salió de Egipto, / los hijos de Jacob, de un pueblo
balbuciente, / Judá fue su santuario, / Israel fue su dominio. R.
El mar, al verlos, huyó, / el Jordán se echó atrás; / los montes saltaron
como carneros; / las colinas, como corderos. R.
¿Qué te pasa, mar, que huyes, / a ti, Jordán, que te echas atrás? / ¿Y a
vosotros, montes, que saltáis como carneros; / colinas, que saltáis como corderos?
R.
Mateo 18,21-19,1
En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: "Señor, si mi
hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?"
Jesús le contesta: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso
ajustar cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno
que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo
vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El
empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: "Ten paciencia conmigo, y
te lo pagaré todo." El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar,
perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus
compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo extrangulaba, diciendo:
"Págame lo que me debes." El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba,
diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré." Pero él se negó y fue y lo metió
en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido,
quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el
señor lo llamó y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque
me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo
tuve compasión de ti?" Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que
pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual
no perdona de corazón a su hermano."
Cuando acabó Jesús estas palabras, partió de Galilea y vino a la región
de Judea, al otro lado del Jordán.
COMENTARIOS
Si Pablo VI indicó en más de una ocasión la «civilización del amor» como
fin al que deben tender todos los esfuerzos en campo social y cultural, lo mismo
que económico y político, hay que añadir que este fin no se conseguirá nunca, si en
nuestras concepciones y actuaciones, relativas a las amplias y complejas esferas de
la convivencia humana, nos detenemos en el criterio del «ojo por ojo, diente por
diente» (Ex 21,24; Mt 5,38), y no tendemos en cambio a transformarlo
esencialmente, superándolo con otro espíritu.
Ciertamente, en tal dirección nos conduce también el Concilio Vaticano II
cuando hablando repetidas veces de la necesidad de hacer el mundo más humano
(GS 40), individúa la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo
precisamente en la realización de tal cometido.
El mundo de los hombres puede hacerse cada vez más humano,
únicamente si introducimos en el ámbito pluriforme de las relaciones humanas y
sociales, junto con la justicia, el «amor misericordioso» que constituye el mensaje
mesiánico del evangelio.
El mundo de los hombres puede hacerse «cada vez más humano»,
solamente si en todas las relaciones recíprocas que plasman su rostro moral
introducimos el momento del perdón, tan esencial al evangelio. El perdón atestigua
que en el mundo está presente el amor más fuerte que el pecado. El perdón es
además la condición fundamental de la reconciliación, no sólo en la relación de Dios
con el nombre, sino también en las recíprocas relaciones entre los hombres. Un
mundo, del que se eliminase el perdón, sería solamente un mundo de justicia fría e
irrespetuosa, en nombre de la cual cada uno reivindicaría sus propios derechos
respecto a los demás; así los egoísmos de distintos géneros, adormecidos en el
hombre, podrían transformar la vida y la convivencia humana en un sistema de
opresión de los más débiles por parte de los más fuertes o en una arena de lucha
permanente de los unos contra los otros.
Por esto, la Iglesia debe considerar como uno de sus deberes
principales—en cada etapa de la historia y especialmente en la edad
contemporánea—el de proclamar e introducir en la vida el misterio de la
misericordia, revelado en sumo grado en Cristo Jesús.
Beato Juan Pablo II
Juan Alarcón, s.j.
(Extracto de EDD)