XX DOMINGO ORDINARIO
(Isaías 56:6-7; Romanos 11:13-15.29-32; Mateo 15:21-28)
Como todos, el papa Benedicto busca alivio durante el verano. Deja el calor de
Roma para Castel Gandolfo, un refugio en los cerros. Allí se libera de la rutina
vaticana. Sin duda reza y lee, pero no recibe a tantos visitantes oficiales. Pues es
tiempo de descansar y refrescarse. En el evangelio hoy encontramos a Jesús
haciendo algo semejante.
A lo mejor Jesús se retira a la comarca de Tiro y Sidón para un respiro. Ha estado
proclamando el Reino del amor de Dios a los judíos en Galilea. Todo el tiempo
afronta la amenaza de los fariseos que resienten su despreocupación para toda
costumbre antigua. Ya quiere tomar un “sábado” extendido – unos días sin la
exigencia para darse a los demás. No es una ilusión egoísta, sino el contrario. Va a
respirar un poco para dedicarse con mayor eficaz a Dios y al prójimo.
De repente oye un sonido familiar. Una cananea le implora socorro. Aunque no es
judía, se llena su apelación tanto con la fe como con el patetismo. “Seor, hijo de
David,” grita la mujer reconociendo que Jesús es una persona con relaciones firmes
con Dios, “Mi hija está terriblemente atormentada”. Es la angustia de un padre que
vino a la misa diaria mientras su hijo moría de cáncer. Es la desesperación de cada
uno de nosotros cuando necesitamos algo fuera nuestro alcance.
Esperamos que no nos cierre la puerta. Si el dirigido es un oficial del gobierno,
queremos que nos conceda un minuto para explicar nuestro apuro. “No está bien
quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos”, dice Jesús. Quiere
conservar su energía para la gente a la cual su Padre Dios le ha enviado. Por la
misma razón no es prudente dar plata a cualquier persona que se nos pide. Sin
embargo, Jesús no dice, “No, vete de aquí” sino le permite a demostrar la
profundidad de su fe.
La mujer responde tanto con humor como con humildad. “Es cierto”, dice, entonces
agrega algo semejante, “no seamos los hijos elegidos del Padre sino Sus perritos
que cre por amor”. Nos recordamos de los comerciales con animales en la
televisión que llaman mucha atención.
Jesús recapacita su posición. Cambia su programa para aliviar la ansiedad de esta
pobre con gran fe. Es como el caso del cura en Francia durante la primera guerra
mundial. Una vez algunos soldados americanos llegaron a su casa para pedir
permiso a enterrar a un compaero muerto en el cementerio parroquial. “Lo
siento,” dijo el sacerdote con toda sinceridad, “este cementerio es slo para los
catlicos”. Entonces excavaron una fosa para el fallecido fuera del muro de piedra
que rodeaba el cementerio. El día siguiente regresaron a despedirse de su
compañero por la última vez pero no podían colocar la fosa. Fueron a la casa cural
un poco perturbados para preguntar qué pasó con la fosa que hicieron el día
anterior. El sacerdote les confesó que no podían dormir en la noche por no permitir
el entierro dentro del muro y reconstruyó el muro para incluir la fosa.
Nos ayudan mucho los programas prudentes. Deberíamos programar unas horas de
ejercicio cada semana y un tiempo diario para rezar y leer. Pero también tenemos
que ser flexibles con nuestros programas para acomodar el proyecto del Reino del
amor. Faltar el ejercicio para acompañar a un compañero al hospital no daña el
cuerpo tanto como beneficiar el alma. Es lo que el Señor Jesús hace por la mujer
cananea en el evangelio hoy. Más notablemente aún, es lo que hizo por todos
nosotros en la cruz.
Padre Carmelo Mele, O.P