Encuentros con la Palabra
Domingo XX Ordinario – Ciclo A (Mateo 15, 21-28)
“¡Mujer, qué grande es tu fe!”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
El jesuita brasileño João Batista Libânio, en un libro publicado varios años, decía que las condiciones
del cambio eran la sospecha y la experiencia de lo diferente . Cuando funcionamos según nuestros
prejuicios, no somos capaces de abrirnos a lo diferente y mucho menos nos atrevemos a sospechar
que nuestras posiciones puedan estar equivocadas. Y, desgraciadamente, vivimos llenos de prejuicios
políticos, culturales, sociales, raciales, religiosos...
Cuentan que una vez le preguntaron a un ciudadano estadounidense si era demócrata o republicano,
a lo que el hombre respondi: “Soy demcrata”. Le preguntaron, entonces: “Por qué es usted
demcrata?” “–Soy demócrata, dijo el hombre, porque mi papá era demócrata, mi abuelo era
demcrata, toda mi familia ha sido siempre demcrata. Por eso soy demcrata”. “Vamos a ver, inquiri
el entrevistador, si su papá hubiera sido un ladrón, su abuelo un ladrón y toda su familia fuera de
ladrones, sería usted también ladrn?” “Desde luego que no, respondi el hombre. En ese caso sería
republicano”.
Este pequeño ejemplo de prejuicio político es apenas una muestra de lo que funciona dentro de
nuestra cabeza. Muy rápidamente sacamos conclusiones respecto de la gente que conocemos todos
los días. Cada uno podría hacer un ejercicio de reconocimiento de los propios prejuicios pensando:
¿Cómo le parece que sea una persona que tiene una cuenta bancaria sustanciosa o alguien que esté
desempleado? ¿Qué pensamos de una persona nacida en Pasto o en la Costa? ¿Qué respuesta le
daríamos a alguien que viene a decirnos que acaba de llegar de una zona de reconocida influencia
guerrillera o paramilitar? Y así, se podrían seguir dando muchos ejemplos.
Caminando Jesús por una región apartada, se encuentra con una mujer extranjera. La primera
actitud del Señor fue pasar de largo y no contestar nada a los gritos de la mujer, que pedía que le
curara a su hija. Los discípulos, entonces, le ruegan que le diga a la mujer que se vaya o que la
atienda, “porque viene gritando detrás de nosotros”. Jesús respondi: “Dios me ha enviado
solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”. Pero la mujer sigui insistiendo: “Fue a
arrodillarse delante de él, diciendo: –Seor, ayúdame!” Y Jesús le contest: “–No está bien quitarle
el pan a los hijos y dárselo a los perros”. Solemos decir que el perro es el mejor amigo del hombre,
pero a nadie le dicen perro como piropo... Sin embargo, la mujer es capaz de sobrepasar el insulto y
decirle a Jesús: “–Sí, Señor; pero hasta los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus
amos”. Jesús, entonces, vencido por la mujer, termina diciendo: “–¡Mujer, qué grande es tu fe! Hágase
como quieres. Y desde ese mismo momento su hija qued sana”.
Es evidente que Mateo quiere dar una lección a su comunidad judeocristiana, para que acojan a
los extranjeros como legítimos beneficiarios de los dones del Reino anunciado por Jesús. Para ello,
no duda en presentar a un Jesús que fue capaz de abrirse al encuentro con esta mujer extranjera y
dejarse vencer por la fortaleza de su fe y su perseverancia. Algunos autores insisten en afirmar que
Jesús estaba poniendo a prueba la fe de esta mujer, pero a mi no me cabe en la cabeza que Jesús
fuera capaz de insultar a alguien si no es porque estaba, convencido de lo que estaba diciendo.
Si queremos sospechar de nuestras posiciones ya tomadas, deberíamos ser capaces de abrirnos al
encuentro con lo diferente de nosotros mismos y dejar que este contacto con lo distinto nos cuestione
y nos ayude a cambiar nuestro comportamiento habitual frente a los demás, especialmente, frente a
aquellos que descalificamos de entrada por nuestros prejuicios.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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