LA VIDA HAY QUE CONSTRUIRLA
(DOMINGO XXII T.O. Ciclo A)
28 agosto 2005
"En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a
Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y
letrados, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día... El que quiera
venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si
uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierde por mí, la encontrará.
¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida?" (Mt
16,21-27)
Llama la atención la exigencia planteada por Jesús de Nazaret. Hoy, se entiende
mal ese estilo de vida: renuncia, esfuerzo, negación de sí mismo, amor a la cruz,
perder la vida... En nuestra cultura del tener y del gozar, encaja mal una propuesta
semejante. Parece que atenta contra ese derecho que nos asiste a todos de pasarlo
bien, de ser felices, de dominar cualquier contradicción, de evitar el sufrimiento... Y
no se acepta en la escuela, que no propone el esfuerzo y la superación como valor
(los suspensos no impiden seguir adelante); ni en el matrimonio, que, ante la
primera dificultad, no se cuenta con la lucha como superación (la solución más fácil
y más generalmente aceptada es la separación y el divorcio); ni en la vida personal,
que necesita estar llena de cosas y más cosas, como signo de triunfo y como
seguridad de felicidad (sin importar lo que otros necesiten y a los niveles que lo
necesiten); ni en la relación con los demás, que, si son mayores y/o poco rentables,
se los ignora o se los entregan a instituciones que los acojan y cuiden (hay que
dejar sin recortes nuestro tiempo y nuestras aficiones) .
Una vez más, Jesús de Nazaret y su Iglesia pueden parecer unos aguafiestas.
Aunque convendría ser honestos en nuestras interpretaciones. ¿Qué justificación
tiene su propuesta? En primer lugar, la de que el ser humano es un proyecto diario,
que hay que elaborar con interés, atención y esfuerzo. Es decir, el ser humano no
se construye por arte de magia, sino con nuestra colaboración decidida. Somos
fruto también de nuestro esfuerzo. De alguna manera, nos hacemos a nosotros
mismos. Es un ingrediente imprescindible... y que se nota cuando está y cuando no
está presente en nosotros. Necesitamos fraguar, estar cuajados, tener fortaleza,
consistencia... para poder enfrentarnos a la vida con garantías de "sobrevivencia".
En personalidad, es como la necesidad de tener columna vertebral. ¿Qué nos
pasaría si físicamente careciéramos de ella? Pues lo mismo nos pasa como personas
cuando somos blandos, comodones, incapaces de sostenernos en medio de las
exigencias de la vida. ¡Qué diferencia del que lo ha tenido todo al que ha sufrido y
luchado en la vida!, ¿verdad?
Quizá, ahora entendemos un poco mejor lo que Jesús nos dice.
Pero, además, y de fondo, existe una convicción: las cosas, por muchos valores que
tengan, y los tienen, no salvan. Carecen de consistencia para poder sostener una
vida. Por eso, apoyarse en ellas, haciendo descansar sobre ellas la seguridad de
nuestra vida... es construir en el vacío. Nos parece que teniendo, acaparando...
estamos a salvo de cualquier riesgo y de cualquier necesidad. ¡Qué error! No nos
damos cuenta, y nos reservamos lo que somos, tratando de protegerlo, tratando de
no quedarnos sin nosotros mismos. Y, así, encerrándonos, en las cosas y en
nosotros, perdemos la vida. Sólo en la generosidad del compartir lo que tenemos y
lo que somos, encontraremos el verdadero sentido de nuestra vida.
¿Probamos?
Miguel Esparza Fernández