ENCONTRAR EL SENTIDO DE LA VIDA
(DOMINGO XXII. T.O. Ciclo A)
1 septiembre 2002
¡Cuántas veces nos hemos enredado por querer aclarar lo que hoy se nos dice en el
Evangelio! Que si no es posible que se nos pida tanta renuncia, que si no es
necesario exagerar, que si Dios es tan bueno que no puede querer que lo pasemos
mal, que si eso va contra nuestra propia naturaleza...
Y la cosa es mucho más sencilla. Se trata de tener claro que el que salva es Dios. Y
que nosotros podemos colaborar en esa salvación. Pero, para ello, no debemos
estorbar. ¿Y cómo estorbamos? Pues poniéndonos a nosotros en el centro de todo,
y buscándonos a nosotros mismos, pretendiendo conseguir única y exclusivamente
aquello que nos conviene y que nos agrada.
Si la salvación está en Dios y viene de Él, nosotros no somos salvadores. Eso está
claro, ¿no? Nuestro interés y esfuerzo se debe concretar, entonces, en posibilitar
que ese Dios Salvador actúe en el mundo y en los hombres. Sería un contrasentido
buscar, arropados en la capa de la religiosidad, salir a flote nosotros y conseguir
nuestras pretensiones. Porque estaríamos haciendo el planteamiento siguiente: mi
única finalidad, y todo lo hago para conseguirla, es que no me falte nada, no tener
que esforzarme, pasarlo bien, evitarme sobresaltos... Estaríamos reduciendo todo a
mí, a cada uno de nosotros. Como si estuviéramos solos y nos bastáramos a
nosotros mismos. Y lo que nos dice el Evangelio es: ábrete a la Salvación, que no
está en ti. Y, para ello, tendrás que suprimir todo lo que te impida descubrirla,
aceptarla y dejarla actuar.
"El que quiera salvar su vida la perderá". Claro, porque se está centrando en sí
mismo, que no tiene capacidad de salvación (ninguno la tenemos por nosotros
mismos), y, lógicamente, se está apoyando en el vacío. En cambio, "quien la pierde
por mí, la encontrará". Porque ha descubierto el origen de la salvación y no está
trabajando en vano y sin sentido.
No se trata, pues, de renunciar por renunciar, y de pasarlo mal por pasarlo mal. Es
otra cosa. Se trata de poner los medios adecuados para conseguir lo que realmente
queremos conseguir. Eso no quiere decir que no cueste. Pero, al final, una vida
acaba teniendo o no sentido. Es como si se nos dijera: El que quiera aprender y
aprobar el curso, debe aprovechar el tiempo y estudiar. ¿Se nos está pidiendo que
lo pasemos mal y seamos unos infelices? No. Se nos está advirtiendo que el camino
para aprender (que es lo mismo que situarse debidamente ante la vida llenándola
de sentido) es el esfuerzo del estudio. Uno puede pensar: es demasiado y no tengo
ganas de complicarme, yo quiero pasarlo bien. De acuerdo, pero "estaría perdiendo
su vida". O, por el contrario, podría decir, sí, me esfuerzo.... y consigo el éxito de
mi estudio. Se habría tenido que esforzar, pero, al final, su vida tendría sentido.
¡Qué cortos de miras somos! ¡Y qué blandos y flojitos! ¡Y qué poseídos de nuestros
derechos! Y, en realidad, si nos soltamos de la mano de Dios y nos alejamos de su
voluntad, ¿en qué se queda nuestra vida?
Miguel Esparza Fernández