Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
Más de lo esperamos
El encuentro de Jesús con la mujer cananea lo podríamos analizar desde una doble
perspectiva: por un lado está la reacción propia de una madre que hace hasta lo imposible
por sanar a su hija y para ello deposita toda su confianza en el Maestro. Por otro lado está la
forma en que Jesús la trata y se comporta, pues detrás de una primera actitud displicente, lo
que pretende es, no sólo conceder la curación de la hija, sino su conversión. Es muy distinto
obtener un favor y seguir viviendo igual que antes, que lograr un cambio de vida de
acuerdo a las enseñanzas del evangelio. Esto es lo que realmente le interesaba a Cristo.
Jesucristo descubre que esta mujer a pesar de ser pagana, posee un corazón de oro del cual
no sólo puede obtener la merced que precisa, sino mucho más. La forma como la pone a
prueba nos puede parecer un tanto despectiva. Veamos: La mujer le suplica que sane a su
hija porque estaba poseída por un demonio. Dice el evangelio que “Jesús no le contest una
sola palabra”, es decir, que no le hizo ningún caso y pas de largo como si tal cosa. Los
discípulos entran en escena y le ruegan al Maestro que la atienda porque venía gritando
detrás de ellos. Ciertamente no intercedieron por atención a la señora, sino porque la
situación resultaba embarazosa e incómoda.
Pienso que muchos de nosotros por orgullo nos habríamos ido echando pestes, pero esta
mujer insisti y volvi a suplicar: “Seor, ayúdame”. La respuesta fue totalmente
inesperada: “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos”. ¡Esto es
el colmo! Si ya había soportado la primera humillación, con estas palabras de Cristo corría
el riesgo de perderla pues con semejante trato lo que provoca es salir corriendo. Por el
contrario, la mujer hace gala de una profunda humildad e insiste de nuevo: “Es cierto,
Señor, pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”.
Entonces Jesús respondió: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas”.
Jesús fue llevándola al límite de lo que sabía que podía dar y le concedió no sólo la
curación de su hija, sino el don del conocimiento personal de Cristo como el Mesías, que
supera cualquier otro don. En este pasaje debemos aprender que Dios siempre nos escucha,
aún cuando parece que no nos hace caso. Su aparente indiferencia es ya una merced, pues
retardando su respuesta hace que nuestro deseo crezca. Las pruebas no son abandono sino
ocasiones para madurar en la fe. Hay que saber confiar que Dios siempre nos da más de lo
que esperamos.
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