"y los dos no serán sino una sola carne”
Mt 19, 3-12
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
LO QUE DIOS HA UNIDO
Dios tiene un proyecto respecto al hombre y la mujer, el proyecto del matrimonio: « ¿No
habéis leído que el Creador, desde el principio... ?». «De manera que ya no son dos, sino
uno sólo. Por tanto, lo que Dios ha unido...». No nos unimos en matrimonio por instinto,
por una elección personal, sino obedeciendo a la voluntad de Dios. No somos nosotros
quienes escogemos, quienes nos unimos, sino que es él quien escoge, nos llama, nos
une; nosotros respondemos libremente a su llamada de amor. Es difícil explicar cómo
sucede esto; Dios se sirve de muchos factores o causas: los del cuerpo, los de las
pulsiones interiores, los de los acontecimientos cotidianos...
Así las cosas, tanto el matrimonio como el celibato han de ser comprendidos como
realidades cristianas, y tanto el uno como el otro sólo pueden ser comprendidos por
aquellos a quienes se les ha concedido. Es difícil comprender el celibato: «No todos
pueden comprender esto, sino sólo aquellos a quienes Dios se lo concede... Quien
pueda comprender que lo haga». Los discípulos no «comprenden» las palabras de Jesús
sobre el matrimonio tal como él lo propone; ante la revelación de su proyecto -que es el
proyecto original de Dios-, dicen: «Si tal es la situación del hombre con respecto a su
mujer, no tiene cuenta casarse». En consecuencia, el matrimonio -y no sólo el celibato-
es algo que hemos de «comprender», fruto de una búsqueda, de un abandono a la
acción misteriosa del amor del Padre y del Hijo.
El hombre y la mujer, para llevar a cabo su vocación, deben «dejar» («Por eso dejará el
hombre a su padre y a su madre»: Gn 2,24), deben realizar un éxodo. Dejan su
«soledad», tierra de su esclavitud («No es bueno que el hombre esté solo»: Gn 2,18). Y al
final de su camino encuentran a aquel o aquella que Dios les ha dispuesto como «ayuda
adecuada» (Gn 2,18), hecha para él. Ambos viven el misterio de la pascua y pasan de
este mundo al Padre, entran en el amor trinitario. Ambos «dejan» y, de extraños como
eran, de «solos» como estaban, son conducidos a formar una intimidad más grande que
cualquier otro vínculo: «Se une a su mujer, y los dos se hacen uno solo» (Gn 2,24). La
unidad, la indisolubilidad, la fidelidad que sustancia esta unión, no son «ley», sino
«Evangelio» de Jesús. Este parte del matrimonio y llega al celibato. En este punto parece
necesario intuir que Jesús quiere afirmar dos cosas. En primer lugar, que el matrimonio,
como toda realidad, está al servicio del Reino. El Reino está tan por encima de todo,
debe ser hasta tal punto la única preocupación, que para ponerse a su servicio es justo
no sólo construir un matrimonio indisoluble, sino también abrazar el celibato.
Resultó difícil entonces, Señor, comprender lo que significaba casarse o vivir célibe; lo
fue para aquellos que estaban familiarizados con la sagrada Escritura y para tus mismos
discípulos; lo es para nosotros, que vivimos entre mil propuestas, bombardeados por
tantos proyectos, apremiados por tantos expertos que pretenden tener la última palabra.
Ahora, por fin, nos queda clara una cosa: todo está bajo el signo de tu gracia, tenemos
necesidad de tu Espíritu.
Envíalo sobre nuestras soledades y nuestros aislamientos, sobre nuestras clausuras y
nuestros arraigos, sobre nuestros egoísmos. Envíalo como Espíritu de unidad y de
fidelidad para que el yo se abra al tú, y cada uno se encuentre con el otro hasta
hospedarse y recrearse recíprocamente en el amor. Envíalo a nuestras confusiones y
oscuridades, a nuestro andar a tientas y a nuestro errar. Envíalo como Espíritu de luz
para que introduzca la claridad en nuestros corazones y en nuestros sentimientos, en
nuestras mentes y en nuestras fantasías, en nuestros pequeños y en nuestros grandes
proyectos. Envíalo sobre nuestras perezas y sobre nuestras debilidades, sobre nuestros
titubeos y sobre nuestros cambios de opinión. Envíalo como Espíritu de fortaleza que
nos invita a partir, a arriesgar, a fiarnos los unos de los otros, a creer firmemente que tú
eres el único que puede llevar a puerto un proyecto que es tuyo antes de ser nuestro.